El aprovechamiento ilegal, los problemas de reproducción y la falta de continuidad en planes de conservación disminuyen los bosques que quedan.
Olga Cecilia Guerrero Rodríguez
Todavía llega una que otra carga de roble blanco para hornear almojábanas, ponqués y garullas en Arcabuco (Boyacá).
Aún se hacen quemas furtivas para producir ‘carbón vegetal’ que abastece a muchos asaderos en la región andina. En estos tiempos modernos, la motosierra tumba antiguos robles negros que transforman en postes para el cultivo de frutales en el Huila.
De roble hacen cercas en Santander, los famosos barriles que guardan el vino en el Valle del Cauca y las vigas que sostienen las casas de estilo colonial. El roble es parte de la memoria nacional, aunque la memoria nacional no sea de roble y no reivindique a este árbol milenario.
Más antiguo que el roble
Desde épocas prehispánicas se relata su uso en muchas actividades cotidianas. Una de las más impactantes fue la alfarería del municipio de Ráquira (Boyacá), otrora cercado por extensos robledales. Allí, por generaciones, millones de vasijas amasadas en barro fueron transformadas en colorida cerámica, a punta de troncos ardientes.
Dora María Moncada Rasmussen, bióloga de la Universidad del Bosque, lo consignó así en la revista Colombia Forestal (2010), al exponer que “la extracción del mismo, la frontera agrícola y las nuevas demandas de carbón vegetal, restringieron el espacio de los robledales a pequeños fragmentos discontinuos, especialmente en la vereda Aguabuena de Ráquira, mayor centro de producción artesanal del pueblo”.
Los hornos se construían cerca de los robledales. Se utilizaba esta especie más que la de aliso, eucalipto o cucharo, porque según la creencia popular, ofrecía una coloración especial a la loza, confería resistencia al fuego, podía ser un combustible único en la quema y porque su ‘fortaleza’ se transfería a las vasijas, relata el estudio.
Como resultado de esa relación alfarería-roble, según Moncada Rasmussen, entre 1985 y 1993, la cobertura de bosque se perdió en un 43%.
Andrés Avella, biólogo de la Universidad Nacional, especializado en roble y quien pronto publicará un libro sobre el tema, comentó que a principios del siglo XIX y XX fue utilizado en un 80 % como materia prima. “Podían tomar un bosque y explotarlo completamente para construcción de casas, palancas de minas y las traviesas del ferrocarril”.
En efecto, el Libro rojo de plantas maderables indica que en ese tiempo su corteza fue utilizada para las curtiembres. Más recientemente, en carrocerías, cabos de herramientas y ebanistería.
El botánico Manuel Galvis indica que las comunidades de Ráquira y Arcabuco (Boyacá), lo mismo que las de Gámbita y Encino (Santander) le atribuyen a la corteza de roble propiedades curativas. “Lo utilizan en baños para controlar infecciones en los pies. También lo toman para regular el azúcar y ‘mejorar’ la sangre. Sus frutos —altos en proteína— los consumen cocidos con panela, en ciertas temporadas del año”.
Los usos del roble están ligados al diario vivir y necesidades de la población. “Hay que entender la posición de las comunidades porque cuando no hay acompañamiento y las condiciones de vida son precarias, echan a mano a lo que tienen para sobrevivir”, expresó Avella.
Roble negro, roble blanco
Colombia registra dos variedades: roble negro (Colombobalanus excelsa), nativo y exclusivo, único en todo el continente americano. Y el blanco (Quercus Humboldtii), casi endémico que hasta 1979 parecía ser la única clase de roble en el país.
Fue el ingeniero forestal Jesús Eugenio Henao, jefe del primer Parque Nacional Natural creado en el país (1968), Cueva de los Guácharos, en el departamento del Huila, quien después de ir de aquí para allá con las semillas, logró que se identificara una nueva especie para la ciencia: el roble negro.
A esta planta se le conoce también como roble morado, roble rosado, guamillo o simplemente roble. Está en el país antes de que llegara Cristóbal Colón. Es dominante, por eso forma bosques de su misma especie llamados rodales o robledales.
Sus semillas son más grandes que las del blanco y presenta otras características especiales: es una madera fina, dura y pesada que no se puede tallar. Puede sobrepasar los 50 metros de altura en línea recta y en algunos casos, para darle vuelta a su tronco, se han necesitado hasta seis hombres.
Es un gran captador de carbono, más que los árboles de la Amazonía y el Caribe. Es una especie emparentada con el roble asiático (Indonesia y China) y es única en todo el continente americano.
El hallazgo en los años 80 generó todo un boom de hipótesis sobre su origen. Entre los teóricos estaban el conservacionista ‘Mono Hernández’ y el palinólogo (estudioso de los sedimentos de polen y esporas a escala microscópica) Thomas van der Hammen, quien sostenía que el roble negro ingresó por el istmo de Panamá. Por todo lo anterior y otras razones biológicas, dos autoridades mundiales lo reclasificaron y dedicaron a Colombia: los taxónomos norteamericanos Nixon y Crepet, separaron la especie asiática (Trigonobalanus) y la bautizaron (Colombobalanus excelsa). Excelsa porque es única, originaria, endémica.
Así lo relató el ingeniero forestal César Augusto Parra, quien desde hace 15 años la estudia, dijo a Mongabay Latam que es curioso que otras plantas asociadas a los bosques de roble negro sean también de origen asiático: “Es como si se hubiese traído a sus amigos. A esta asociación van der Hammen la llamó ‘Antipacific’ es decir que está en Asia y en América a la vez”.
Respecto al roble blanco, su nombre común es cedro o roble colorado o de tierra fría. Andrés Avella opina que es un género muy diversificado que está en Asia, Europa y América. “Pero la distribución más al sur está en América y la más septentrional, en Colombia”.
Mapa de distribución del roble blanco. Imagen: Libro rojo de plantas de Colombia
De este se tiene claro cuándo llegó al país, gracias a los análisis del profesor Van der Hammen: fue hace 500 000 años.
¿Por qué está amenazado?
El uso acumulado del roble, siglo tras siglo, ha impactado a esta especie, perteneciente al género Fagaceae.
Para el caso específico de roble negro, según el investigador Parra Aldana, la tala descontrolada para cultivos, el comercio de la madera, las afectaciones en el sistema de reproducción de la planta y las tasas bajas de crecimiento por año, lo están llevando a la extinción.
Afirma que una de las mayores amenazas es la destrucción permanente de los bosques en el sur del Huila, donde está la mayor población de Colombia, para abastecer la demanda de postes o tutores. Estos trozos de madera se ubican a lo largo y ancho de los predios cultivados para que sostengan y dejen enredar los tallos de frutales como granadilla, maracuyá, pitahaya y leguminosas como el frijol.
También, para la producción de carbón vegetal, mediante la quema de troncos en fosas o huecos en la tierra, que van sacando poco a poco en bultos, con el fin de no ser detectados por las autoridades. Estos son comercializados ilegalmente en restaurantes y asaderos, relata el biólogo.
Según estudios de la Universidad Nacional con sede en Medellín, existen 28 hectáreas protegidas en el Parque Nacional Natural Cueva de los Guácharos. Las demás, unas 32 000, son predios de carácter privado en la zona de amortiguamiento del mismo, ubicada en los municipios de Acevedo, Suaza, Pitalito, Timaná y Palestina.
“Esto significa que un bosque tan particular tal vez no sea capaz de sustentarse. Y uno de los elementos de las áreas protegidas es mantener el funcionamiento de las poblaciones que resguarda. Hay que proteger entonces los bosques aledaños para lograr conectividad y que esa población se mantenga”, explicó Parra Aldana.
Desde hace varios años se promueve la creación de un área protegida en la Serranía Peñas Blancas, que cubre unas 32 000 hectáreas en los cinco municipios mencionados, que presentan robledales.
Recientemente esta propuesta fue socializada por la Corporación del Alto Magdalena (CAM): “Hay que tener en cuenta que estos son bosques impactados y fragmentados, lo que nos orienta a un Distrito Regional de Manejo Integrado, zona de protección, que permite el desarrollo de sistemas sostenibles con la comunidad”, dijo Camilo Augusto Agudelo Perdomo, consultor de la CAM para la declaratoria de la nueva área protegida, en reunión con gremios y comunidades.
Para Parra Aldana, “el área se ve interesante, pero cuando se mira al interior hay muchos parches separados y zonas deforestadas. Uno se preocupa mucho porque con todos estos problemas que hay, es muy difícil volver a conectar estos bosques”.
Asegura que las áreas mínimas de los parches de roble deberían ser de 100 hectáreas. “Aquí hay zonas de cinco hectáreas. Todo esto es un gran reto para los que trabajamos en biología de conservación”.
En cuanto a la Alcaldía de Acevedo, donde existe la mayor área de roble negro en el Huila, incluyó en su plan de gobierno a 2019 que “se requieren mecanismos para disminuir el impacto que la ampliación de la frontera agrícola ha causado allí, que otorguen alternativas para la calidad de vida de los habitantes de la región”.
Reproducción, otra limitante
No es el único problema. El roble negro también presenta deficiencias reproductivas debido a que sus poblaciones se encuentran aisladas y pese a que florece y da frutos, no se establece correctamente.
La explicación que da Parra Aldana es que “los árboles fructifican y dan semillas, pero de las pocas que germinan nacen árboles que mueren siendo pequeños. Lo que hay es una población vieja. Muchos árboles van a empezar a morir y como no tienen descendencia, la viabilidad para la especie es mínima. Además, al medir las tasas de crecimiento encontramos que estas son demasiado bajas. Esto es preocupante y me lleva a decir que estamos frente a una extinción de una especie. Es una carrera contra el tiempo”.
El roble negro está categorizado por el Libro Rojo de Plantas de Colombia (2006) como Vulnerable (VU), pero según el investigador, debería reclasificarse a En Peligro Crítico (CR).
Explica el libro que su clasificación se debe también a que «a pesar de ser una especie de amplia distribución, de ser muy abundante, la mayoría de corporaciones autónomas la reportan como una especie con un grado avanzado de amenaza debido a la extracción maderera”.
Mongabay Latam hizo el ejercicio de consultar en varios aserraderos y distribuidores de madera de Bogotá y Medellín, y encontró que no solo se comercializa abiertamente el roble con envío a otras ciudades, sino maderas que ya están catalogadas como En Peligro Crítico (CR) como el Abarco (Cariniana pyriformis). Por el contrario en otros expendios de madera dijeron que es un material que no se negocia y prácticamente no se puede tocar.
Julio Guatiabonza, funcionario de Corpoboyacá, manifestó que muchos ciudadanos no quieren sembrarlos en sus fincas porque saben que no podrán aprovecharlos a futuro y porque su crecimiento es lento. Igualmente comentó que una buena parte de los bosques casi a nivel nacional, son antiguos y con baja regeneración. Se han hecho siembras pero en algunos municipios los alcaldes no los han cuidado y se han perdido. Por el contrario, algunos ciudadanos, se interesan por el tema y citó el caso de la comunidad de Soatá que propagó y sembró 15 000 árboles.
Mongabay Latam se comunicó con el Ministerio de Ambiente para conocer sobre las acciones de la entidad respecto a esta especie pero no obtuvo respuesta.
¿Dónde están los robledales?
Andrés Avella, quien por años ha recorrido el país buscando robledales, reconoció que hace falta un análisis sistemático, referenciado y con énfasis espacial para ubicar los grandes manchones o extensiones.
Sabe que uno de los corredores más conocidos y estudiados es Guantiva-La Rusia-Iguaque (Boyacá-Santander). También quedan robledales en el Santuario de Flora y Fauna Guanentá Alto del río Fonce (Santander) donde lo que no es páramo, es robledal, dijo el investigador. En Santa Isabel, en el Parque Nacional Natural de los Nevados (Quindío, Tolima, Caldas y Risaralda) y hay relictos en el Parque Nacional Natural Tatamá (Valle del Cauca, Chocó y Risaralda).
Sin proteger se registran áreas en Cauca y más al sur en Chachagüí, Nariño. En Antioquia, existen en el noroccidente por la vía al mar antes de llegar al Urabá, hacia Urrao y Frontino en el Parque Nacional Natural de las Orquídeas.
“Hay otras zonas para trabajar pero por orden público no se ha podido ingresar, como Huila y Tolima, en la vertiente oriental”.
Una veda indefinida
En 1974 el Instituto de los Recursos Naturales Renovables (Inderena), decretó una veda nacional indefinida, que fue levantada en varios departamentos.
El investigador Avella consideró que este mecanismo paró la explotación masiva que se estaba haciendo, en esa época no estaba descrita la especie y a todo se denominaba robledal. “Tuvo un efecto colateral y es que frenó también toda la investigación sobre el uso, no se siguió trabajando tema de reforestación o repoblación forestal. Eso hubiese servido para los programas de restauración ecológica de hoy”.
En 2006, el Ministerio de Ambiente declaró nuevamente la veda nacional indefinida para la explotación comercial de roble blanco, la cual se mantiene vigente hoy. Y ordenó que las autoridades ambientales regionales deben preparar estudios para identificar áreas susceptibles de aprovechamiento forestal de menor impacto.
Para Avella la veda frenó a las grandes empresas madereras, pero a las comunidades campesinas que viven en esos sitios donde solo hay roble, no, sus modos de vida prácticamente dependen de los robledales. “Ellos lo siguieron utilizando, pero ahora sin el acompañamiento de ninguna autoridad ambiental, que haga veeduría. Las comunidades avanzaron a su ritmo en prácticas de manejo y la academia y la institucionalidad ambiental lo pensó salvado. Ahora se dan cuenta que ha ido en detrimento”, reclamó.
Experiencias de conservación
La Fundación Natura trabaja hace 15 años en la conservación del corredor Guantiva-La Rusia-Iguaque mediante sistemas productivos, censos específicos de roble y acuerdos de conservación-producción.
El corredor comprende un millón de hectáreas en 38 municipios de Boyacá, 26 de Santander y 3 de Cundinamarca.
De este total de hectáreas, el área de bosques andinos y altoandinos, donde se encuentra el roble blanco y algunos relictos de negro, es de 173 000 hectáreas en los municipios de Duitama (Boyacá), Encino, Charalá, Coromoro, Mogotes, Onzaga, Gámbita y San Vicente de Chucurí (Santander).
Leiber Peñaloza, funcionario de la Fundación Natura, dijo quela entidad busca los parches de bosque y diseña estrategias para conservarlo a través de ‘Acuerdos de Conservación’ con los campesinos.
La figura consiste en que la Fundación brinda apoyo a las fincas con recursos que van de 1 a 8 millones y, en contraprestación, el beneficiario conserva el bosque.
“Es un pacto entre amigos donde la palabra es sagrada. El fin es buscar que haya conservación y uso sostenible de la biodiversidad de acuerdo a condiciones del predio”.
Una vez firmado el acuerdo, Natura hace la inversión y ellos se comprometen a conservar las zonas naturales. Si incumplen, deben retornar el equivalente en dinero para entregarlo a otra persona.
Los acuerdos permiten prácticas como la rotación de potreros, siembra de cercas vivas, bancos de forraje, aislamiento de nacimientos y quebradas, aprovechamiento de escorrentía.
A largo plazo el proyecto de conservación busca la reconstrucción de paisaje, regeneración natural, reducción de presiones, generación de conectividad y una cultura de conservación en predios de todos los tamaños.
“Hemos llegado a zonas donde no hay energía, para establecercercas eléctricas para protección de robledales, pues el ganado se come los arbustos de roble, que tiene un crecimiento lento. Sin querer aquí se sustituye el Estado, hablamos de llevar insumos tecnología y hacer ordenamiento predial y planificación de zonas aisladas”, contó Peñaloza.
Luego hacen un plan de manejo y procuran que haya una mejor productividad en las fincas para que cambie el concepto y los agricultores entiendan que vale la pena conservar el roble.
“Es una estrategia integral de desarrollo rural por eso necesitamos que el dueño vea los beneficios. Se han extendido poco a poco hasta conformar un gran corredor. Es una tea de fuerza social, de gobernanza, de control colectivo de la naturaleza. Los lazos familiares en la región son estrategias de conservación porque entre todos cuidan que no haya cacería, tala o quema”.
Hasta el momento se han firmado 355 acuerdos, mediante minutas de contrato.
Natura también administra la Reserva Biológica Cachalú, en Encino y Charalá (Santander), en un área de 11 780 hectáreas, con bosques que tienen hasta 20 años de regeneración.
Como esta experiencia hay decenas de iniciativas privadas, de organizaciones de la sociedad civil y de ciudadanos, en varios departamentos.
Una de estas es la de Arsenio Sáenz de Villa de Leyva (Boyacá). Arsenio vivió su infancia prácticamente en un bosque de roble junto con diez hermanos. “Mi padre utilizaba los árboles para llevar leña al pueblo y traer el mercado. Era por necesidad, en ese tiempo muchos debían hacerlo. Mi madre me mandaba a buscar los exquisitos hongos que nacen bajo los robledales para el almuerzo, el roble nos daba casi todo”.
Ya en su adultez, quiso recuperar varias de las áreas taladas y sembró durante los últimos diez años unos 15 000 árboles. Pero menos de 1000 han logrado establecerse, ya que los diferentes incendios a lo largo de la montaña de Morro Negro e Iguaque los arrasaron. Aunque la pérdida de las plantaciones le ha dejado una gran tristeza y un fuerte golpe a sus finanzas, dice que insistirá y seguirá recuperando el bosque.
Desde lo gubernamental, la Alcaldía de Arcabuco y la Gobernación de Boyacá han acordado comprar un predio de 32 hectáreas para proteger un robledal en la parte alta, ya que en este municipio se sigue talando, pese a las restricciones.
En el Huila, 53 instituciones públicas y privadas conformaron un Acuerdo Intersectorial por la Madera Legal, en el que verifican que la madera extraída, transportada, transformada, comercializada y utilizada, provenga de fuentes legales y no de la tala de los bosques de la región.
La especie a futuro
Andrés Avella cree que para proteger el roble hay que trabajar y hablar con las comunidades y estar íntimamente ligado con indígenas, colonos y afrodescendientes, con el fin de hacer una gestión en función de los robledales y sus necesidades.
“Se debe establecer qué servicios ecosistémicos tienen los robledales aparte de la madera, refugio de fauna, protección de cuencas hídricas y eso hace una gestión más completa que verlos solamente desde el punto de vista maderero o de la veda”, explicó.
Recomienda replicar en algunos escenarios la experiencia de la Fundación Natura, animar a las comunidades y enseñarles algunas técnicas.
“Hay que construir una agenda de gestión de los robledales con los propietarios, los que usan el bosque, con diferentes actores y escenarios. Ahí es donde se pueden generar buenas experiencias, para poner una barrera al fenómeno de degradación de robledales y bosques andinos. Eso nos va a tocar mucho ahora, es una de las tareas que debemos sacar adelante en este momento de posconflicto”, sostuvo Avella.
Por su parte, César Augusto Parra Aldana piensa que le han hecho mucho daño al roble los programas discontinuos. El reto es mantener planes permanentes de conservación para que soporten los cambios generacionales, las administraciones de las autoridades y que tengan arraigo en la comunidad.
“Hay unos ecosistemas que son carismáticos como los páramos, los manglares, el corchal, pero los robledales negros merecen una oportunidad, por la biodiversidad que albergan, por las grandes cantidades de carbono que capturan, por su relación con Asia, porque son únicos… porque son colombianos”.
Haciendo clic en la imagen se puede consultar la ficha técnica del roble, elaborada por los investigadores de la Universidad Nacional Andrés Avella y Orlando Rangel, publicada en el Reporte Biodiversidad 2016 del Instituto Humboldt.
Foto principal: Robledal en el sur del departamento del Huila ©César Augusto Parra Aldana
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