El corredor del mono títí en la región Caribe y el ambicioso Triple A, de 200 millones de hectáreas en 8 países, son solo dos de las estrategias para la conectividad de paisajes y la preservación de especies en Colombia.
Samuel López lópez / Red Prensa Verde*
¿Se imaginan que el títí cabeciblanco (Saguinus oedipus), primate único en el mundo y originario del Caribe colombiano, ya no presuma su cabello blanco al trepar de árbol en árbol porque sus hábitats están desapareciendo? ¿O que el felino más grande de América como lo es el jaguar (Panthera onca), no pueda marcar su territorio -dejando señales en los árboles- porque se agotó el bosque?
Para evitar que esto ocurra, decenas de biólogos, investigadores y científicos de las diferentes áreas de la ciencia trabajan a diario, no solo para salvar el hábitat del primate y el felino; sino porque son 1.302 las especies que presentan algún grado de amenaza en Colombia, según lo indica el Sistema de Información de Biodiversidad (SIB).
“La biodiversidad colombiana ha evidenciado una disminución promedio del 18% y la mayor amenaza está en la pérdida de hábitats naturales, por lo general, relacionada con la agricultura y la ganadería expansiva, enfatiza el Instituto Humboldt.
Ante esto, expertos han desarrollado desde hace muchos años, diferentes estrategias de conservación, pero hay una en especial, que además de conservar las especies, les facilita la movilidad, restaura y conecta paisajes: los corredores biológicos.
La organización internacional WWF los define como “un espacio en donde se unen dos o más ecosistemas, paisajes, o hábitats que fueron desconectados debido a actividades humanas como agricultura, ganadería, urbanización o, inclusive, obras de infraestructura como carreteras o represas”.
Una de sus principales funciones es que “por medio de estos pasajes, los animales pueden trasladarse de un territorio a otro y buscar nuevas oportunidades para su supervivencia, pues factores como el calentamiento global, la escasez de comida o el choque con humanos los obligan a desplazarse, explica la organización.
En este sentido, y acudiendo a la Ecología del Paisaje, Camilo Andrés Correa, investigador del programa de Gestión Territorial de la Biodiversidad del Instituto Humboldt, dice que son “un elemento del paisaje que provee un enlace físico, espacial y funcional, entre los fragmentos de hábitats, facilitando el movimiento a través del espacio geográfico entre parches que le ofrecen recursos a las especies”.
Por esta razón es que los corredores evitan la extinción, esa es su característica más importante porque previenen la desaparición de la fauna y la flora. Correa enfatiza que “además, promueven la movilidad de los flujos genéticos a través del espacio, esto permite un intercambio poblacional entre organismos, aumenta la capacidad de resiliencia de los ecosistemas, y algo muy importante, genera conectividad”.
La ciencia indica que para establecer un corredor biológico hay que tener en cuenta qué enfoque se le quiere dar y se debe identificar si está dentro de un área protegida o propiedad privada. Después se establecer los modelos de conectividad para identificar cuáles son los sitios que tienen menor distancia entre parches de hábitats, cuantificar por dónde desarrollar esa ruta y lo más importante establecer la finalidad de ese corredor.
El experto del Instituto Humboldt revela que para restaurar una hectárea en un corredor de Colombia “costaría una cifra aproxima de 2,5 a 4,5 millones de pesos, es decir entre US$3 mil y US$13 mil 600.
En conclusión, para que un corredor biológico se pueda considerar exitoso es importante tener claro cuál es el aporte que le realiza a la comunidad “Si el corredor biológico no ofrece beneficios a la población pues seguramente ese corredor va a ser un fracaso”, puntualiza Correa.
A continuación se presentan cinco iniciativas científicas de corredores biológicos, en áreas locales, regionales o a escala internacional; todas diferentes, pero con una única intención: salvar especies y ecosistemas importantes para el país.
Corredor del mono tití
El tití cabeciblanco (Saguinus oedipus) es un primate originario o endémico de Colombia, clasificado en la categoría ‘En Peligro Crítico’ de extinción. Se encuentran únicamente en un relicto boscoso de 4.300 hectáreas destinadas a la protección del bosque seco, hábitat exclusivo de la especie, en el municipio de San Juan Nepomuceno, cerca de Barranquilla, capital del departamento del Atlántico, en el Caribe colombiano.
Allí, la Fundación Proyecto Títí promueve su conservación a largo plazo y de los bosques secos tropicales que componen su hábitat natural.
“Nosotros hacemos estos corredores y restauraciones en el marco de Acuerdos de Conservación con campesinos que viven muy cerca al Parque Nacional Santuario de los Colorados en San Juan Nepomuceno en Colombia. El acuerdo consiste en que ellos reciben capacitación, insumos, semillas, dotación para aumentar la productividad de la tierra y a cambio asignen parte de sus predios a corredores que se conectan con una propiedad”, explica Rosamira Guillén, directora de la Fundación.
De esta manera se genera continuidad en los bosques conservando las especies de árboles que necesita el títí, porque ellos nunca bajan al suelo. La fragmentación del territorio por actividades humanas los afecta en gran medida, por eso “una vez hecho el Acuerdo de Conservación con el campesino, generamos espacios de restauración de árboles nativos para que estos corredores crezcan y que contengan la estructura de un bosque que es útil para su subsistencia y la alimentación”.
“Tenemos un plan estratégico a 5 años, en el cual vamos midiendo poco a poco los avances en la conservación y periódicamente hacemos censo de población y censo del estado del bosque, para medir el alcance de nuestros objetivos” enfatiza Guillen.
De esta manera, la problemática del mono radica en qué, de tener una población de 20 y 30 mil titíes en los años 70, el último censo realizado por la Fundación indica que actualmente se registran 7.394 ejemplares en toda Colombia.
Según la Fundación, experimentos biomédicos realizados en los Estados Unidos en la década del 70 minaron a esta especie, que también sufre por comercio ilegal para venta como mascota.
Los líderes de este proyecto han trabajado de la mano de autoridades ambientales para establecer áreas protegidas para este primate.
“Son procesos a largo plazo, no es una cosa que uno hace hoy y mide mañana. El crecimiento del bosque tiene sus tiempos dictaminados por la naturaleza, uno puede tumbar una hectárea de un bosque en un día, pero para recuperarla y estabilizarla se requieren 15, 20 o 30 años y así lograr un bosque maduro, de ahí que nuestro enfoque siempre sea preventivo de proteger lo que ya existe, pero también propositivo constructivo para que en el largo plazo podamos contar con más áreas de bosque y más hábitat para el tití” explica la directora de la Fundación Tití.
Este proyecto -dice Guillén- «es un modelo para programas de conservación efectivos en Colombia. El compromiso del equipo no solo de salvar a este primate críticamente amenazado, sino también el de brindar oportunidades para que las comunidades locales aprendan y se involucren con la conservación de este pequeño mono. Eso marcará una diferencia de por vida, en la vida de muchos colombianos». De hecho, la Fundación ha generado trabajo a antiguos cazadores en la elaboración de mochilas con materiales de bolsas plásticas, peluches de mono tití, carteras, bolsas para mercado y otros productos que se comercializan en Colombia y otros países como parte del financiamiento del programa de conservación.
El corredor del jaguar
Otro ejemplo de cómo el restablecimiento de un corredor biológico a gran escala puede llegar a incidir en la prevalencia de una especie es el del felino más grande del hemisferio occidental, el jaguar (Panthera onca), que también cuenta con su corredor biológico en Latinoamérica.
Este mamífero está catalogado como ‘Casi Amenazado’ en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).
Su población está distribuida en 18 países en América Latina, desde Argentina hasta México. Aunque las poblaciones de los jaguares son abundantes en algunas de estas áreas, muchas están amenazadas por la caza ilegal, la deforestación y la pérdida de presas silvestres.
Según cifras de la organización Panthera, los jaguares han sido erradicados en un 40 por ciento de su rango histórico, y se han extinguido en Uruguay y El Salvador.
Las principales amenazas que enfrenta esta especie son la pérdida y la fragmentación del hábitat, y la caza.
La pérdida de hábitats para esta especie representa el acercamiento a comunidades donde habitan los humanos, ya que al perder su espacio y fuentes de alimentación tienen que acercarse a las fincas, atacando al ganado u otros animales que se encuentran en el predio para poder comer. Por este motivo, los jaguares son sacrificados por la comunidad.
Precisamente para mitigar estos conflictos de la especie nació la Iniciativa del Corredor de Jaguares de Panthera, único programa de conservación que busca proteger a esa especie en todo su rango de seis millones de km 2. En asociación con gobiernos, corporaciones y comunidades locales, tiene como fin preservar la integridad genética del jaguar conectando y protegiendo poblaciones de jaguares centrales en paisajes humanos.
Este corredor se extiende desde Estados Unidos hasta Argentina. Colombia es parte fundamental, ya que actúa como eslabón entre Norte América y Centro América y Sur América.
“En Colombia tenemos cuatro unidades principales de conservación del jaguar que son el Chocó, la Orinoquia, la Amazonia y el Caribe. Y de estas zonas tal vez la más importante es la Serranía de San Lucas, la cual interconecta todas las regiones. Actualmente los corredores biológicos en Colombia todavía existen sin embargo la expansión de la frontera agropecuaria, principalmente en las zonas de interconexión, se están viendo deterioradas rápidamente por la deforestación” manifiesta Esteban Payán Garrido, director Regional para Sur América de Panthera. La mayor presencia del felino está en los departamentos de Casanare, Vichada, Meta, Magdalena Medio y Valle del Cauca.
Actualmente esta organización trabaja en todo el país, pero enfocada en las zonas donde el corredor se está viendo más afectado.
Payán informa que la investigación es el soporte principal de su organización a nivel global. “Somos los pioneros en los estudios con cámaras trampa y publicamos el estándar a seguir con el Instituto Alexander von Humboldt en el 2012. Gracias a estas investigaciones identificamos que las principales problemáticas son la pérdida de hábitat por la deforestación, por la expansión de la frontera agropecuaria y la cacería como retaliación a la depredación de ganado”.
Debido a estos resultados han enfocado sus esfuerzos en la aplicación práctica de estrategias y medidas que procuren mitigar estas amenazas. “En el 2013 iniciamos la investigación y la implementación de estrategias que mitiguen el conflicto entre los jaguares y los humanos por la depredación de ganado. A la fecha ya hemos implementado 32 predios modelo con estrategias antidepredatorias e iniciamos el Grupo de Respuesta al Conflicto con Felinos (GRECO), el cual busca capacitar a funcionarios de las autoridades ambientales en la atención del conflicto con el fin dar herramientas prácticas por medio de las cuales las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR), autoridades ambientales en los departamentos de Colombia, puedan atender los casos de depredación y así disminuir el conflicto”.
Conexión para la ranita caucana
La ranita venenosa del Cauca (Andinobates bombetes) o rana rubí, clasificada como ‘Vulnerable’ para Colombia, está siendo beneficiada por una iniciativa que conecta paisajes para su conservación, en una microcuenca del municipio de Santa Rosa, Valle del Cauca, en la llamada Bota Caucana, en el sur de Colombia. Allí, la deforestación es su principal amenaza.
“Los parches que ocupa actualmente encuentran en matrices de potrero en el que paulatinamente se ha ido incorporando ganado, lo cual es trágico para el suelo. Si bien la especie puede encontrarse en plantaciones de árboles o arbustos como cafetales o guaduales, requiere siempre la presencia de bosques en las inmediaciones”, explica el Libro Rojo de Anfibios de Colombia.
Andrés Quintero Ángel, director científico de la Corporación Ambiental y Forestal del Pacífico (Corfopal) informó que “con esta especie es con la que más hemos tenido avances porque estamos realizando un proyecto de investigación para ver cómo se mueve en el paisaje, debido a que sus poblaciones se encuentran aisladas en parches de bosques. Estamos observando la manera cómo puede favorecer esta conectividad a la especie”.
Esta organización dedicada a la protección y conservación del medio ambiente, está ubicada en el municipio de Dagua, Valle del Cauca, en el sur de Colombia.
“Hemos notado que esta rana se encuentra en sitios específicos, lo que inicialmente estamos investigando es saber cuáles son esas preferencias de hábitats, por qué algunos sitios les agradan y otros no, y cómo puede eso impactar positivamente para generar conectividad entre las poblaciones que están separadas”, aclara Sebastian Orjuela Salazar, director ejecutivo de Corfopal.
A pesar de que los biólogos de esta organización no pretenden establecer un corredor biológico en primera instancia, si están pensando acerca del uso del paisaje y de los potreros que les da la rana venenosa del Cauca. Esto originó en la posibilidad de que esta especie pueda usar los árboles que se encuentran aislados dentro de los potreros como una especie de piedras de paso para unir bosques”, asegura Quintero.
Relata como las ranas utilizan esos árboles aislados entre el bosque, pero también se mueven entre la bromelia pinguin (Bromelia penguin) y la hojarasca.
“Le gustan mucho las bromelias que son de suelo y las utilizan para moverse entre los potreros, si uno en realidad quiere conectar las poblaciones no necesita invertir muchos millones de pesos en un corredor boscoso sino simplemente puede poner unas piedritas de paso con ciertas características y la rana la va a utilizar”, comenta Quintero.
Esta iniciativa fue presentada en el Congreso Latinoamericano y del Caribe de Biología de la Conservación (LACCCB2018), realizado del 23 al 25 de julio, en Trinidad y Tobago.
Acuerdos para el bosque seco
Conexiones socioecológicas para adelantar procesos de restauración y conservación del bosque seco tropical en el Distrito de Santa Marta, es el nombre de otro proyecto colombiano presentado en LACCCB2018. Santa Marta es la capital del departamento del Magdalena, en el Caribe colombiano.
“Estamos liderando un proceso de Acuerdos de Conservación para la restauración del bosque seco tropical y para cubrir áreas que tienen un bosque seco que está en estado de conservación en zona de propietarios privados. Busca ejercer una conectividad entre diferentes propietarios para crear corredores de conservación en las cuencas que están produciendo la mayor oferta de agua para Santa Marta”, explica Viviana Salamanca, directora de la Fundación Bachaqueros.
El proyecto inició hace 10 años y busca la recuperación de especies de árboles de madera fina que están localmente amenazadas. Esta especie puede contribuir al proceso de enriquecimiento de esos bosques, que han sido degradados en todas las zonas de montaña y en las cuencas de Santa Marta.
Además de esta especie de árbol, desde la Fundación Bachaqueros, en alianza con el Instituto Humboldt han desarrollado la producción de otras especies nativas consideradas en peligro crítico y amenazadas. Son alrededor de 15 especies que se han reproducido en semillas, identificando árboles padres, que quedan muy pocos, y ejemplares endémicos.
“Empezamos a reproducirlos en viveros y a partir de esto creamos una estrategia de restauración en áreas de propiedades privadas trabajando con los propietarios y haciendo Acuerdos de Conservación. Hemos logrado acuerdos para alrededor de 1.050 hectáreas”, reporta Salamanca.
Corredor amazónico
En marzo del 2017, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible confirmó que los corredores socioecológicos en la Amazonia serían una realidad, gracias a la firma del Memorando de Entendimiento entre esta entidad y la Fundación Gaia Amazonas para la consolidación del llamado Corredor Triple A.
“Con una visión a futuro para la región buscamos desarrollar estos corredores, que permiten reestablecer y mantener el flujo entre los ecosistemas andinos, amazónicos, y el océano Atlántico para garantizar la biodiversidad, los servicios ambientales y proponer soluciones innovadoras para el bienestar social y el cambio climático”, explicó el entonces ministro, Luis Gilberto Murillo.
El objetivo del Memorando de Entendimiento es diseñar y formular estrategias para la consolidación de corredores ecológicos en la Amazonía colombiana y fomentar la participación de actores no gubernamentales para garantizar la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.
El fin principal de este “Corredor Triple A” como lo han llamado, es conectar 200 millones de hectáreas de la Amazonía para mantener la conexión natural y cultural entre el océano Atlántico, la región de la Amazonia y los Andes, atravesando ocho naciones suramericanas. Involucraría a 385 comunidades indígenas y 30 millones de personas en Venezuela, Perú, Guyana, Guyana Francesa, Surinam, Colombia, Ecuador y Brasil.
Es importante establecer este corredor biológico porque el agua de casi todo el continente depende de los 200 billones de toneladas que viajan desde el océano Atlántico y son absorbidas por la flora amazónica.
Los pueblos indígenas de estos 9 países amazónicos han aceptado esta propuesta, representantes de estas comunidades explicaron la importancia de establecer este corredor al portal web Infoamazonía que “ahí se generan las dinámicas de curación que empiezan desde la bocana del río Amazonas por donde recorrieron las anacondas ancestrales”, porque “hay que salvar esa forma de vida milenaria pero también una necesidad urgente del planeta, de la sociedad mundial y la científica”, porque “fluye la regulación del ecosistema armonizando la estación del tiempo. Por donde nos guiamos para la siembra o las recolecciones de frutas de la selva”, entre otras.
“Gracias al calor, 600 millones de árboles transpiran a través de raíces y hojas, creando el vapor que el viento empuja hacia los Andes para que se vuelva agua de nuevo e irrigue la tierra, hasta volver al mar. Esta desconexión es una amenaza no sólo para el agua, sino para el intercambio genético entre la fauna y la flora del bosque”, explica la Fundación Gaia.
Riesgos en los corredores biológicos
- El investigador Carmilo Correa aclara que, aunque los corredores biológicos son considerados por varios expertos como un buen camino para promover la conservación de las especies, lo cierto es que si no se establecen de la manera adecuada pueden llegar a tener efectos negativos en la biodiversidad, ya que “pueden promover las invasiones de especies tóxicas y fomentar la depredación de las especies endémicas. Además, también pueden llegar a movilizar patógenos nocivos para los seres humanos”.
- Cita dos ejemplos de especies que han generado afectaciones en la flora nativa: el primero, la planta ‘ojo de poeta’ (Thunbergia alata), una especie de enredadera de carácter invasor que aprovecha los corredores, los bordes de los fragmentos que son alargados y se propaga y adentra en el bosque “empieza a reproducirse encima de la vegetación nativa, lo cual es un efecto negativo de los corredores”.
- El segundo, el de las serpientes exóticas que aprovechan los corredores para llegar a los nidos donde están los huevos de las especies nativas. “Además, está comprobado científicamente que las especies invasoras al utilizar los corredores pueden infectar a las endémicas”.
- Para Correa, no solo esta es una amenaza para los corredores, también está el avance de la frontera agrícola, el cambio en el uso del suelo y la deforestación.
*Con el apoyo de Earth Journalism Network