Para la Real Academia de la Lengua, el canasto es una ‘cesta grande, redonda, de boca ancha’. Para un ciudadano de Boyacá es la palabra que evoca hogar, arraigo, patria chica.
Olga Cecilia Guerrero R. / Red Prensa Verde
A la par que la ruana, la alpargata, el sombrero o el pañolón, el canasto es un elemento imprescindible en la identidad boyacense.
Antes de que la bolsa plástica lo desapareciera casi por completo, esta herramienta acompañó la vida diaria de muchas generaciones en campo y ciudad.
En todas sus formas, en crudo o en color, el canasto transportó alimentos desde la plaza, soportó la pesada ropa que se lavaba en el río, resistió sacudidas en la limpieza de las papas y guardó la lana de la oveja recién esquilada. Un adminículo de larga duración con la garantía de las manos que lo diseñan fibra a fibra: si se moja se seca, si se cae no se rompe, si se estira, se encoje.
Se fue con los años…
Como ocurrió en muchas regiones de Colombia, el plástico llegó con un aire de renovación, de comodidad y sofisticación.
Al tiempo que la ciudadanía dejaba de ir a las plazas de mercado por adentrarse en el mundo de los autoservicios y los modernos supermercados, las atractivas bolsas lo fueron relegando.
Allí, en estos lugares donde ahora reinan las registradoras y pesas digitales, el mercado no se mezcla como se hacía en el canasto; todo se separa en envoltorios plásticos y de icopor, por temas de higiene y de costo, no hay encime, todo se cobra por libras o por kilos.
Tiras enormes dispensan bolsas de todos los tamaños: una para las guayabas, otra para los tomates, una más para la cebolla, otra para el cilantro y una gigante para los plátanos, y así, bolsas para los aguacates, las hierbas y hasta la piña.
Al llegar a casa, el comprador encuentra que además de comprar alimentos, se hizo acreedor a toda una colección de ‘talegos’ transparentes como se les llamaba antiguamente. Y si va a otra clase de tiendas también llega con bolsas blancas, bolsas de colores, bolsas grandes, bolsas pequeñitas, bolsas con el nombre del establecimiento, bolsas con el teléfono del domicilio… para pedir más productos y con ellos llenarse de bolsas y más bolsas.
Así fue que poco a poco los canastos pasaron a ser trastos, a quedarse en el olvido, a ser objetos del pasado.
El canasto poco a poco tomó un tinte más artesanal que utilitario. Para muchos es un recuerdo de infancia, un adorno en la sala, un souvenir para la tía que superó los 50, un artículo que sirve más para lucirlo que para gastarlo. Hoy el canasto se restringe a comunidades rurales y a la artesanía.
“A los municipios de Tenza y Sutatenza, antes llegaban muchos compradores los días de mercado y adquirían docenas y docenas de canastos. Todo el pueblo trabajaba la cestería. Actualmente, ya no es la misma cantidad de artesanos de hace 20 años, se le ha dado otra relevancia. El carácter del producto era utilitario, para llevar el queso, las frutas o los huevos. En este momento es un producto lindísimo que también sirve para decorar, organizar y porque ayuda a utilizar bien los espacios. Se compra porque tiene un carácter distinto”, explica Constanza del Pilar Arévalo, responsable de la cadena de Artesanías de la Corporación Autónoma regional de Chivor (Corpochivor).
Esto lo confirma Orlando Madero, comerciante y artesano de la Plaza de Paloquemao, en Bogotá, quien asegura que la venta de este producto, el tradicional, ha ido en baja en los últimos años. “Antes se traían camiones cargados de canastos, ahora solo vendo unos 5 al mes, con precios que oscilan entre los 10 y 15 mil pesos. Ya estaba mal la situación cuando la Secretaría de Salud calificó a las canastillas como dispersoras de microbios y las prohibió en las cafeterías. Ahora son en plástico”.
Él, oriundo de Togüí, Boyacá, añora la época en que organizaba su puesto con canastos multiformes que vendía a los dueños de negocios de frutas, tubérculos o verduras. “Ya no pido más a los artesanos porque es mercancía que se queda. La gente prefiere el plástico, por ejemplo, en Navidad, las empresas prefieren las anchetas para sus trabajadores en baldes o platones”.
¿Cómo lo revivieron?
Después de una larga agonía el canasto comenzó a renacer. Hace unos meses, cuando el gobierno nacional acababa de publicar la Reforma Tributaria y se anunciaba que se gravarían las bolsas plásticas en el comercio formal, una idea salió de la cabeza de Carlos Amaya, gobernador de Boyacá.
Mientras debatía con sus asesores sobre mecanismos que fueran más contundentes y prácticos que la reforma, se preguntó por qué no revivir los canastos y hacer que la gente dejara de utilizar las bolsas de de manera tajante.
A los asesores les sonó la idea y en pocas semanas nació el documento Retomando nuestros hábitos ancestrales: incentivar el uso del canasto tradicional, una estrategia que busca el reemplazo de la bolsa plástica por el canasto tradicional.
“Primero identificamos, las prácticas de mercado. Luego indagamos sobre las áreas y producción actual de canastos, qué tipo de canasto se necesitaba, clase de asa, tejido y tradición. Hicimos pruebas de resistencia y tamaño, buscamos costos entre 11 y 15 mil pesos y a partir de ahí mandamos hacer 3.750 canastos, de color crudo, con la fibra más natural y resistente: la caña de castilla o chin”, contó a la Red Prensa Verde Herman Amaya, líder del Plan Bicentenario de Boyacá y quien movilizó la campaña con un grupo de funcionarios de varias secretarías.
Para esa tarea contrataron a los artesanos de los municipios de Tenza y Sutatenza, en el suroriente de Boyacá, en la provincia del Valle de Tenza, quienes tejieron y tejieron durante 3 meses para cumplir con el pedido.
Después fijaron una fecha simbólica para desarrollar el intercambio, crearon un sistema de trueque porque estaban convencidos que este elemento no se debía regalar. Lanzaron una campaña en medios de comunicación y convocaron a la empresa de Servicios Públicos, la Lotería de Boyacá, la Empresa de Aguas, las secretarías de Medio Ambiente, Cultura y General.
¡Se agotaron!
La idea de Amaya se transformó en la campaña Más fibra menos plástico, que se lanzó hace cuatro meses (17 de mayo) para conmemorar el Día Internacional del Reciclaje, en la plazoleta de Las Nieves, en Tunja (Boyacá).
Ese domingo, a las 7:00 de la mañana ̶ una hora antes de que iniciara el evento central ̶ decenas de ciudadanos ya hacían una larga fila para asegurar el retorno a casa con el canasto de antaño.
Obtenerlo implicaba tener la firme convicción de abandonar el uso de las bolsas plásticas, favorecer al ambiente y “enaltecer la actividad artesanal de las comunidades de Tenza, Sutatenza y Socha y los demás productores de ese objeto».
También buscaba fomentar el trueque. Para que un ama de casa, un estudiante o un trabajador recibiera una cesta de chin, debía entregar 30 bolsas plásticas, residuos electrónicos o tapas de bebidas gaseosas.
El trueque movilizó a muchos habitantes y logró que el canasto volviera a la ciudad como si por años lo hubiesen estado esperando.
Más canastos en las casas son menos bolsas plásticas en los basureros:
Herman Amaya, asesor contrato Bicentenario, Gobernación de Boyacá.
De esta manera, los 3.750 canastos de cañabrava o chin dispuestos en Las Nieves solo duraron una hora y media a la vista del público.
“No solo se agotó toda la provisión de canastos que la administración mandó elaborar a los artesanos del Valle de Tenza, sino que recogimos 10 toneladas de desechos electrónicos y plásticos”, contó a la Red Prensa Verde Herman Amaya, líder del Plan Bicentenario de Boyacá.
¡La campaña fue un éxito! exclamó. “El reto es que la gente los use y cambie sus hábitos, porque más canastos en las casas son menos bolsas plásticas en los basureros”.
Para el funcionario, esto no para ahí, es el inicio de la nueva ‘batalla de Boyacá’, que busca erradicar el plástico en los 123 municipios del departamento y ser modelo para otras regiones del país. “La idea es que todos vengan a Boyacá por los canastos”.
La campaña trabaja en tres estrategias: la primera consiste en un programa con empresas para que estas compren los canastos hacia sus empleados y se harán eventos específicos, en este, el Año del Agua y el Ambiente, según la declaratoria del gobierno regional.
La segunda, habrá contrapartidas con las alcaldías para llevar el programa a los municipios, y la tercera, será un gran evento a final de año para entregar un número más grande de estos elementos.
“Desarrollaremos una nueva campaña para que se convierta en causa nacional. También se configurará una estrategia para evitar el uso de vasos, pitillos y demás que se trabajará con cámaras de comercio y restaurantes”.
Además de Tunja, la campaña ya se hizo en Paipa y Moniquirá, y continuará en otras capitales de las 13 provincias boyacenses.
LA CAÑA DE CHIN
la utilización de caña de castilla o chin hace que la cestería sea sostenible. es una planta que abunda tanto que para algunos es considerada como especie invasora.
Es tan fácil su aprovechamiento que se ha convertido en una de las materias primas favoritas en la cestería nacional. Su tallo o caña, posee cualidades fibrosas que la hacen óptima para el manejo artesanal, explica el documento de la Gobernación.
Es originaria de las regiones cálidas de Asia y fue introducida a América en la época colonial. Pertenece a la familia Poaceae y su nombre científico es (Arundo donax L).
“La campaña desde el punto de vista ecológico tiene una gran significación, porque el chin fue catalogado como una planta invasora en algunos municipios del Valle de Tenza. Por eso su utilización favorecerá a la flora nativa”, argumenta Amaya.
En Colombia se cultiva o crece de manera espontánea en climas templados y fríos. Crece en sitios abiertos y soleados, formando densos cañales en potreros, a lo largo de cauces o en las márgenes de caminos o carreteras secundarias. Se propaga vegetativamente mediante rizomas subterráneos.
Hace tanto tiempo que se trabaja con esta fibra, que son muchas las familias de Tenza, Ráquira, Tinjacá, Moniquirá, Guacamayas y Soatá que tienen y un fuerte arraigo al uso de chin como materia prima.
¿En qué va la artesanía?
Además de recuperar el canasto en Boyacá, se debe reivindicar al artesano. Es lo que piensa Constanza del Pilar Arévalo, maestra en textiles de la universidad de los Andes y gestora de la cadena de artesanías de Corpochivor: “La mayor necesidad es mejorar su nivel de vida. Que ellos vean que ese oficio les cubre sus necesidades económicas, porque actualmente no logran hacer un salario mínimo, la mayoría están afiliados al Sisbén”.
Son familias enteras las que trabajan en la cestería, ellos deben realizar labores agrícolas o tener animales de crianza para completar sus ingresos.
Cuenta la experta en artesanías que la dinámica general de la cestería lleva varias etapas: la siembra o cosecha de la materia prima, su posterior preparación, la tejeduría y los acabados del producto. Se hace con todos los miembros del hogar. Es poca la gente que teje sola.
“Lo que les falta es que haya estímulo a las empresas para comprar a los artesanos y programas del gobierno para promover las ventas. Hay que recobrar el trabajo porque muchos artesanos se desaniman por los bajos precios”
En la actualidad se destacan comunidades dedicadas a la cestería como las de Sutatenza y Tenza que trabajan con chin; Pachavita con rollo fino; Tibaná con paja blanca; Ramiriquí con gaita; Boyacá, Boyacá con fique; Somondoco con cestería y tejeduría en calceta de plátano. Algunos practican otras técnicas como la cestería de rollo fino, en fique o calceta de plátano.
Toda esa experiencia y destreza generacional hizo que en 2016 el grupo de Sutatenza, de 12 personas, ganara la Medalla a la Maestría Artesanal de Artesanías de Colombia.
Nuevas técnicas
Desde hace varios años Corpochivor trabaja con dos grupos de unos 20 artesanos, pero en los municipios de su jurisdicción son miles las personas que se dedican a este oficio. El programa ‘Ventanilla de mercados verdes’ tiene productores de cestería, en Tenza y Sutatenza.
“Es de las pocas corporaciones que desarrolla proyectos con artesanos, desde 2004 comenzó y está en el Plan Estratégico para el trabajo sostenible”, explica Constanza del Pilar Arévalo, responsable de la cadena de artesanía de la entidad.
Les hacen acompañamiento en eventos comerciales como Expoartesanos y Expoartesanías, les da el estand y decoración, hace convocatorias para convenios, algunos han mejorado el taller, compra de materiales, compra de maquinaria.
Para Constanza, el futuro de la cestería en esa región radica en sostener la producción limpia y responsable. “Es muy importante porque la gente tiene que volver a la tierra y al cuidado de los recursos. También, al adquirir los productos la gente debe pensar en el artesano: que merece tener todos sus derechos y ganarse por lo menos un sueldo mínimo. Pienso que la gente poco a poco va creando esa conciencia”.
Con las nuevas técnicas también se ha modernizado el diseño, los materiales y los colores de los productos con el fin de llegar a compradores jóvenes, a diferentes estratos sociales y al sector empresarial.
La modernización del canasto, su conversión a un artículo tipo exportación, su promoción como elemento alternativo y sostenible ubica a este artículo en un nuevo escenario. Un elemento versatil, universal y práctico, que decora espacios modernos pero que va a la plaza y que se reinventa.
Habrá que esperar unos meses para saber si la campaña Más fibra menos plástico caló. Si el ancestro, el recuerdo y el afán por ayudar al ambiente cambiaron los hábitos de decenas de boyacneses. Si logró dejar tanto envoltio para mezclar ahí las papas, la naranja, la cebolla y halló un lugar en la cocina, como antaño.
Y Ud. lector ¿le daría el sí al retorno del canasto o prefiere utilizar otros elementos para cargar el mercado?
Video de Artesanías de Colombia