A vuelo de pájaro por la vida de Diego Torres
Es un aficionado a la ornitología que promueve el conocimiento de la avifauna en campo y ciudad. A final de año buscará en La Guajira la única especie de cardenal colombiano.
Diego Emerson Torres trabaja de lunes a viernes en una ferretería del centro de Bogotá. Aunque su vida transcurre entre clientes, pedidos y las órdenes del jefe -su padre- hay un tema que le ocupa la mente casi todo el día: las aves.
Por estos animales se convirtió en un fotógrafo de oficio y en un pajarero de esos que anhelan el fin de semana para ir tras una de las especies que lo obsesionan.
El pasado 2 de septiembre publicó en Twitter una de tantas imágenes exclusivas que su cámara ha captado y se hizo famoso en el mundo de las redes sociales.
“Hoy logré fotografiar el arco iris encapsulado en un colibrí”, escribió en la fotografía de un inca buchidorado (Coeligena bonapartei). En minutos el pájaro se convirtió en tendencia y a la fecha ha sido visto por más de 3,5 millones de internautas.
Gracias al inca y a las publicaciones diarias que realiza, ya es un referente para muchos de sus seguidores, además las publicaciones alegran el día a miles de personas, así se lo expresan.
En su hora de almuerzo, Diego le contó a Red Prensa Verde de qué manera las aves le cambiaron la vida. Esta es su historia.
Así se volvió pajarero
Hace tres años comenzó a salir con su esposa, Nadia Parra, a los parques nacionales naturales para descansar de la rutina, caminar y hacer fotografía.
Sus primeros viajes fueron al Santuario de Flora y Fauna de Iguaque, a la Sierra Nevada del Cocuy (Boyacá) y al Santuario de Fauna y Flora Otún Quimbaya, cerca de Pereira (Risaralda).
Fue en este último lugar donde después de hacer un recorrido para conocer la historia de un ave endémica, la pava caucana, se dejó invadir por la pasión, alegría y profunda emoción que profesaban los guías cada vez que describían a los pájaros que avistaban.
“Ahí nos contagiaron el bichito de las aves. Fue impresionante, llegamos a Bogotá y de inmediato conseguimos binoculares, una guía de campo y una mejor cámara. En mi casa siempre hubo cámaras y fotos de rollo, así que para mí no era extraño ese mundo porque a mi papá le encantaban”.
Una vez modernizados comenzaron a trazar objetivos concretos. La guía era clave y por eso el viaje cada vez se fue especializando, ya no iban a caminar por caminar, sino a buscar una especie en firme.
“Con mi esposa hemos ido evolucionando a la par, somos un buen equipo, ella observa con binoculares y me avisa dónde están las aves y cuáles son sus movimientos. Yo estoy listo con la cámara”.
Aunque solo dispone de 15 días al año para hacer viajes largos, los planean con mucha anticipación: “He disfrutado salidas a la Cuchilla de San Lorenzo, en la Sierra Nevada de Santa Marta. Allí todo es endémico, es la ‘meca’ de los pajareros. Luego en el Eje Cafetero, en el Parque de los Nevados, a donde fuimos por un colibrí que vive en esos páramos. Es un ave del género oxypógono o barbudito (Oxypogon stuebelii), lo tuvimos a tres o cuatro metros, lo pudimos conocer y fotografiar”.
A Cali, Valle del Cauca, fueron a buscar a la tángara multicolor (Chlorochrysa nitidissima), endémica y catalogada como vulnerable.
A final de este año la meta está en La Guajira donde aspiran conocer y fotografiar al cardenal guajiro (Cardinalis phoeniceus), único en Colombia.
La vida después de las aves…
A Diego las aves le cambiaron la vida. No es solo el desafío de buscarlas en pareja y la necesidad de salir a muchos sitios de la ciudad y el campo a conocer nuevas especies, sino que ahora su casa está invadida de pájaros, desde los cojines, hasta los cuadros e implementos de cocina.
“No se ama lo que no conoce. Cuando uno se da cuenta de que vive en el país que tiene mayor número de especies de aves en el mundo, piensa en todo lo que la gente ignora. La riqueza es tan grande que uno se sorprende al ver grupos de extranjeros como los japoneses o chinos, que hacen unos viajes inmensamente largos y costosos para ver las aves que nosotros estando aquí desconocemos… es como estar sentado en una mina de oro”.
Ya es conocido como el ‘hombre de los colibríes’, por eso sus colegas siempre quieren aportar a la causa. “Mis amigos cuando viajan me traen regalos como guías y libros de aves, mi círculo de amistades ahora se amplió a los pajareros y las salidas de fin de semana por supuesto son con ornitólogos y otros aficionados como yo, a las aves”.
¿Qué especie lo ha impresionado?
“Me ha sorprendido encontrar en Monserrate (Bogotá) el colibrí pico de espada (Ensifera ensifera)… es pequeño y su pico es más grande que el cuerpo. Lo hallé en estado natural, comiendo entre las flores cerca de donde vivo. Mucha gente ignora la riqueza de aves que hay allí. Si conociéramos toda la riqueza de los cerros en fauna y flora, seguro que nos apropiaríamos más. La gente se uniría para evitar daños como la construcción ilegal, las quemas y la tala”.
Hay otro más, el colibrí inca negro (Coeligena prunellei) endémica de Cundinamarca, Boyacá y Santander. “Es especial porque no hay muchos individuos, no visita bebederos, solo consume néctar de las plantas y la gente no lo conoce. Es mi favorito, es muy colombiano, lo logré en el Parque Natural Chicaqué, un bosque de niebla en la falla del Tequendama, muy rico en aves”.
El encuentro con twitter
Antes de ser conocido en internet, Diego publicaba sus fotos en Facebook, para sus familiares y algunos conocidos.
“Me encontré con Twitter hace como tres meses porque un amigo me invitó a participar en un spam de fotografía, en el que uno aporta las imágenes sobre determinado tema. Empecé a alimentar uno de esos spam y vi que la gente era muy receptiva, así comencé a engancharme más con esta red que con las demás”.
El punto de inflexión fue el inca buchidorado. «En ese momento seguía a 100 personas y me seguían 100, pero se volvió viral y ya tengo más de 6 mil seguidores. La foto va en más de 3 millones y medio de personas que la han visto. Esa imagen me dio a conocer. Es una de muchas fotografías que tomé, ahí el colibrí se muestra de lado y reune elementos como buena luz, ángulo, sol… a raíz de eso, la gente empezó a interesarse más en los pájaros”.
Desde entonces recibe a diario mensajes sobre las aves que publica, agradecimientos, consultas y mantiene toda una interacción con aficionados y no aficionados de muchos países. También hay quienes le reclaman el día en que no presenta un nuevo espécimen en su galería.
Al preguntar cómo es el ‘mano a mano’ diario con los demás tuiteros de aves cuenta: “tenemos claro que ninguna foto es igual a otra, es la suerte de encontrarse el ave. Uno se alegra de ver las buenas fotos de los demás, es un complemento, no una competencia. Hay fotos que son muy difíciles de hacer y ver que alguien la logró, representa mucha alegría. Hay camaradería. Y hay amigos de twitter que todavía no conozco personalmente”.
Hace unos días dio su primera entrevista radial al programa sabatino Al fin de Semana en RCN La radio. La segunda fue a este medio y la tercera a una agencia de noticias de Turquía.
Una afición en serio
Para esta actividad alterna que eligió, Diego debe pasar horas y horas de estudio. Ya tiene su propia colección de libros sobre aves: los artísticos de Villegas Editores y otros en gran formato, y una serie de guías especializadas en colibrí, por regiones y especies. Ese es el material de capacitación en sus ratos libres.
“Hasta hace poco había una sola guía para Colombia, eran escasas y además en inglés. Este año publicaron dos nuevas: la del irlandés Mils McMullan y la del ornitólogo colombiano Fernando Ayerbe, eso nos da mucha alegría, y más saber que se han agotado, lo cual indica que el interés por el aviturismo está creciendo”.
A comienzo de este año se hizo miembro de la Asociación Bogotana de Ornitología (ABO), organización que promueve la conservación y estudio de las aves. Allí aprenden, discuten y comparten la pasión por ese tema.
«En este gremio he conocido gente muy interesante que me ha encaminado más en el mundo de la ornitología».
Ahora la emoción está en que ya empezó la temporada migratoria y miles de pájaros llegan al país desde el norte del continente. Ya vio una ‘reinita canadiense’ (Wilsonia canadensis), en el parque El Virrey y un ‘cuco americano’ (Coccyzus), en el parque de Niza, en Bogotá.
Esos datos no solo van a Twitter sino que hacen parte de la llamada ‘ciencia ciudadana’ en la que la gente aporta al registro de información sobre las especies, en este caso, la que maneja la ABO.
“Hay que estudiar mucho porque para ver el Oxypogon, por ejemplo, debe saber uno en qué altitud vive, cuáles son sus hábitos y si uno va a Chingaza saber cuáles son las tres flores de frailejón de las que consume el néctar, hay que conocerlas”.
Admira al ornitólogo Fernando Ayerbe (@ferayqui): “es una gran persona, no me lo he encontrado, pero es de los que si tiene tiempo responde inmediatamente las preguntas que uno hace sobre alguna especie, con el nombre científico. Lo admiro y sé que ayuda mucho a la gente”.
En cuanto a fotógrafos, está el médico Juan José Arango, «lo considero como uno de los mejores en el área, su video fotografiar aves para ser feliz me motivó a iniciar en este hobby».
También destaca al biólogo Oswaldo Cortés (@oswaldoaves), líder del grupo pajarero, quien tiene una empresa de tours y dicta cursos en el Sena sobre aviturismo. “Es de es de los colombianos que más ha visto aves, unas 1.400 de las 1.900 que hay”.
Los viajes a campo
Las salidas para este pajarero son como un ritual. Antes de viajar analiza qué va a buscar, prepara su equipo, hace una lista de aves a encontrar y, finalizado el recorrido, evalúa qué logró de lo proyectado.
“Cuando uno ha estado toda la semana pensando en el pajarito, en si lo va a ver, dónde lo va a buscar, en la salida a campo, en esperar a que salga a comer, y luego lo ve… se genera una adrenalina que lo vuelve adicto y por eso uno quiere repetir una y otra vez. Los pajaritos viven en diferentes altitudes y en cada altitud existe un grupo distinto. A esos apunto”.
Ya en la zona, si hay un grupo muy grande de observadores se dividen en grupos más pequeños.
“Entre más mimetizados, mejor. Se hacen rutinas, no se puede hablar en voz alta, si se ve el ave, no se grita. Emocionarse sí, pero no acercarse no. Se usa ropa de colores tierra, se madruga mucho porque lo primero que hacen las aves es cantar y buscar alimento, esa es la hora propicia, y lo mismo antes de dormir, son los momentos especiales. Salir a pajarear al medio día no sirve. Por eso no es raro que a uno lo citen a las 4 a.m., hay que levantarse a las tres para llegar al sitio al amanecer”.
La autoría de las fotos
A Diego no le importa que divulguen sus fotos, el problema es que apropien de ellas. Ya le ha pasado.
“Cuando se comparte algo en internet ese algo ya no es de uno sino de todos, es difícil contralar la foto, lo que sí espero es que si la publican me citen como fotógrafo. Creo que ponerle una marca de agua por más linda que sea, daña la imagen, es como marcar un billete de 50 mil”.
Sin embargo, dice que ha encontrado gente muy respetuosa que le escribe para pedir permiso para compartir una de sus imágenes en el WhatsApp de la familia o para ponerlas en su perfil.
Por ahora no tiene planes específicos con la librería de 20 mil fotos de aves que ha logrado en sus viajes, lo que si quiere es seguir disfrutando de este ‘birdboom’ que hay en Colombia y aportar a que la gente aprenda sobre la diversidad de aves.
“Lo que me motiva es que la gente se sorprenda al ver tantas aves que tenemos, que sepa que existen aves migratorias en Bogotá, que conozcan las aves de los páramos o que se enteren que hay buhos en la Avenida Jiménez. Me encanta compartir lo que sé, esa es la parte educativa que me inspira a seguir, es lo que me gusta más, dar información sobre esas pequeñas maravillas que habitan en los árboles”.
Finalizan las preguntas, Diego vuelve a terminar su día laboral y de allí va a prepararse para el recorrido sabatino por uno de los humedales de Bogotá, a donde lo invitaron para que conoczca y ayude a identificar unos buhos que la comunidad quiere proteger.