La conferencia climática no logró aumentar las promesas de cada nación de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero del Acuerdo de París, probablemente condenando al mundo a un aumento catastrófico de la temperatura por encima de los 2°C, a menos que se produzcan avances importante el próximo año en la COP26 en Glascow, Escocia.
Justin Catanoso / Mongabay Latam
Madrid, España. Los líderes de las 20 economías más grandes del mundo coincidieron en una cosa en la 25ª Cumbre anual de las Naciones Unidas sobre el clima (COP25) en Madrid: no atenderán el llamado de los jóvenes del mundo que liderados por la activista sueca Greta Thunberg, de 16 años, protestaron implacablemente para exigir un futuro para ellos y el planeta.
En lo que los observadores han calificado como un fracaso sorprendente del proceso climático de la Naciones Unidas, los países se negaron a aumentar sus compromisos de reducción de carbono como parte del Acuerdo de París. No estuvieron de acuerdo en comprometer los miles de millones que prometieron a las naciones pobres que luchan con el aumento del calor, la sequía y los diluvios. No coincidieron en ver los derechos humanos como un deber moral —paralelamente, desplegaban maniobras para idear mercados de carbono que los enriquezcan más a ellos y a las empresas.
Y dejaron en claro que no harían prácticamente nada para frenar las emisiones que contribuyen al calentamiento de la tierra, al tiempo que bloqueaban todos los esfuerzos en la contabilidad de carbono, lo cual contribuiría a que el planeta sea aún más cálido.
Fue la COP o Conferencia de las Partes más larga de la historia, en un momento en que la naturaleza señala su ira en todos los rincones del mundo. Pero aquellos con el poder de actuar, eligieron —después de dos semanas de negociaciones infructuosas— no hacer casi nada mientras el mundo arde.
«¿Cuánto tiempo seguirán negociando?», les dijo una enojada Hilda Flavia Nakabuye, activista de 22 años de Uganda, que viajaba con Thunberg, a los ministros. «Han estado negociando por los últimos 25 años, incluso antes de que yo naciera. ¿Quieren que África muera antes de que ustedes actúen? Por favor, escuchen: si no saben cómo solucionarlo, dejen de dañarlo».
Las expectativas ya eran bajas en la COP25. Pero con Brasil, Australia, Arabia Saudita y Estados Unidos minando las negociaciones, poco salió de la conferencia, aparte de algunos aspectos técnicos para completar un resultado mixto en el libro de reglas para poner en marcha el Acuerdo de París. Este entrará en vigencia en 2020, incluso cuando Estados Unidos, el segundo mayor emisor de carbono del mundo, se convierta en la única nación en abandonar el acuerdo global.
«El Acuerdo de París puede haber sido la víctima de un golpe dirigido por un puñado de poderosas economías de carbono [basadas en combustibles fósiles]», dijo Jennifer Morgan, directora ejecutiva de Greenpeace Internacional, «pero están en el lado equivocado de esta lucha, el lado equivocado de la historia, y el Acuerdo de París es solo una pieza del rompecabezas. Necesitamos un cambio sistémico en el que las personas puedan confiar ”.
COP25: poca esperanza en términos de acción
La lista de iniciativas bloqueadas y fallidas es larga y desmoralizadora:
Ambición: aunque no se esperaba que los principales emisores del mundo anunciaran promesas climáticas nuevas y significativas en la COP25, había alguna esperanza de que pudieran enviar colectivamente un fuerte mensaje de intención para el próximo año. Pero no lo hicieron. Brasil y China, los más grandes contaminadores del mundo, argumentaron en contra de hacer otra cosa que no sea «revisar» las mismas promesas de reducciones hechas en París en 2015. Ni siquiera el problema de la aceleración de la deforestación mundial estuvo en la agenda, fue muy poco lo que se discutió al respecto, aunque sigue siendo una prioridad dentro del Acuerdo. Sin políticas sólidas de conservación forestal, los científicos coinciden en que está fuera del alcance no superar los 2°C.
Promesas incumplidas: los países en desarrollo han estado enojados durante mucho tiempo con los países ricos por el hecho de que estos no han cumplido con la acción climática que prometieron para el 2020. China, India y otros se negaron a apoyar un mensaje fuerte dirigido a aumentar “la ambición” [en lo concerniente a las emisiones de gases de efecto invernadero], sin que antes no haya un llamado a los países ricos para que cumplan con proporcionar la financiación y el apoyo prometidos previamente a los países en desarrollo. Estados Unidos asumió el liderazgo de los que se negaron a comprometerse con esta ayuda financiera, a pesar de que su retirada del acuerdo de París puede significar que nunca tenga siquiera que hacerlo.
Pérdidas y daños: las naciones vulnerables y la sociedad civil han pedido durante mucho tiempo nuevas fuentes de financiación en términos de compensación por “pérdidas y daños” —término usado para los efectos adversos del cambio climático que no pueden adaptarse. En 2015, se prometió un fondo de $ 100 mil millones para 2020. Poco se ha recaudado hasta ahora. Se formó un grupo de trabajo para abordar nuevamente el tema el próximo año. Las naciones vulnerables se horrorizaron con la idea de que se forme otra vez un grupo sin que existan fondos de por medio.
El Artículo 6: Este fue el tema de más alto perfil de la COP25, crear un mecanismo a través del cual se establezcan mercados de carbono y se proporcione un incentivo monetario para que las naciones intensifiquen su ambición de reducción de emisiones. Los críticos temían lo peor; tenían razón al hacerlo. Las compañías de combustibles fósiles presionaron a las naciones del G20, en el período previo a la COP25, para asegurarse de que sus intereses lideraran las conversaciones. Naciones como Brasil (con abundantes selvas tropicales en venta), Australia (con mucho carbón para quemar) y Arabia Saudita (con abundante petróleo, también para quemar) dejaron en claro que cualquier objetivo honesto de mitigación del cambio climático sería minimizado. Finalmente, la Unión Europea, bajo la enorme presión de los países más pequeños, evitó que el Artículo 6 se completara en Madrid —atendiendo las advertencias de que ningún acuerdo sería mejor que un acuerdo que socavara París.
El “doble conteo”: a pesar de que los informes científicos de la ONU enfatizaron la urgencia de reducir de manera drástica y rápida las emisiones para evitar los peores impactos del cambio climático después de 2030, algunas naciones buscaron salidas para evitar cumplir con ellas, mientras aún tienen la oportunidad de hacerlo —la reducción de las emisiones de carbono está en papel, mientras el cielo se sigue llenando de gases de efecto invernadero. El Acuerdo de París es claro al señalar que si un país le vende a otro “bonos de carbono” o reducciones de emisiones medidas en toneladas de CO2, las dos naciones no pueden contabilizar esa reducción dentro de sus objetivos climáticos o planes de mitigación. Eso sería considerado un “doble conteo”, hacer trampa. Pero aunque casi todos los países están de acuerdo con esto, Brasil argumentó que este llamado «ajuste correspondiente» no es necesario considerarlo por ahora. Para los críticos, las trampas no engañan a la naturaleza. Este problema, finalmente, no se resolvió y los negociadores acordaron volver a revisar el tema en la COP26 en Glasgow, Escocia, cuando tengan una tercera oportunidad para completar el Artículo 6.
Créditos de transferencia de Kyoto: es un primo cercano al doble conteo, pues permite también las mismas trampas en el conteo de emisiones. El nuevo sistema en París permitiría que los créditos de reducción de emisiones se comercialicen en un mercado abierto de carbono. Sin embargo, algunas naciones, como Australia, Brasil e India quieren que todos los certificados de reducción de emisiones (CERs) generados a partir del protocolo de Kioto puedan ser utilizados ahora en el nuevo sistema. Los críticos temen, legítimamente, que terminen inundando el mercado de créditos baratos que no representan reducciones de emisiones reales, lo que hace que todo el sistema sea un fraude. Australia planea abiertamente usar los créditos de Kyoto para reducir su compromiso de reducción de emisiones de París en casi un 50 por ciento, sin que esto signifique reducirlo realmente, porque se trata de reducciones de emisiones que ya ocurrieron. El texto de la ONU sobre créditos transferidos sigue siendo vago, dejando la puerta abierta para su aprobación, a menos que surja un liderazgo en 2020 que bloquee este movimiento.
Derechos humanos: en su preámbulo, el Acuerdo de París original deja en claro que “las partes deben, al tomar medidas para abordar el cambio climático, respetar, promover y considerar sus respectivas obligaciones con los derechos humanos, el derecho a la salud, los derechos de los pueblos indígenas…”. En uno de los mayores retrocesos que indignaron a los activistas en la COP25, Brasil, Australia y Arabia Saudita eliminaron el lenguaje de los derechos humanos del Artículo 6 en defensa de la soberanía nacional. Queda fuera del texto, pero las naciones en desarrollo y la sociedad civil han prometido una lucha frontal en la COP26 para restaurar no solo este punto en el Artículo 6, sino para conseguir un compromiso honesto con los derechos humanos en la política climática.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
Algunos asistentes veteranos de la cumbre climática vieron la COP25 como la continuación de un desempeño cínico que se arrastra desde hace un cuarto de siglo, con naciones industriales ricas que ignoran la realidad de un acelerado calentamiento global que ellas en gran medida han causado, mientras aparentan buena fe en un proceso corrupto.
Pero esto pasa por un hecho histórico muy importante: el liderazgo agresivo del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, durante sus últimos dos años en el cargo, cuando su reelección ya no estaba sobre la mesa. Obama desconcertó a los ambientalistas al promover la energía renovable y mejores estándares de economía de combustible para vehículos, al tiempo que permitió más fracking y exploración de petróleo. Aun así, muchos analistas coinciden en que ansiaba un legado ambiental y vio el camino a París como la respuesta
En la COP20 en Lima, Perú, en 2014, Obama y el Secretario de Estado de los EE. UU., John Kerry, lograron un gran avance, persuadiendo a China para que respalde un plan voluntario de reducción de emisiones globales que se firmaría en París (en la COP21 de 2015). China, un país que se resistió durante mucho tiempo a tomar esta decisión, aceptó. El resto del mundo se alineó y el Acuerdo de París se redactó en Lima.
El liderazgo de los Estados Unidos bajo Obama fue realzado en gran medida por dos figuras destacadas de la política climática internacional: el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, de Corea del Sur, y Christina Figueres, de Costa Rica, la secretaria ejecutiva del Comité Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Juntos, estos respetados líderes ejercieron la influencia necesaria para obligar a los delegados del G20 a escuchar las quejas de las naciones vulnerables en París.
Un ejemplo de su contribución: el objetivo inicial de París era evitar el aumento de la temperatura global en 2°C para el 2100, sobre una línea de base de 1900 (las temperaturas han aumentado 1 grado centígrado desde entonces). Pero las naciones del Pacífico, ubicadas casi al nivel del mar, argumentaron que esos 2 grados terminarían por borrarlas del mapa; la meta debía ser 1,5 grados o no firmarían. Impulsados por Ban y Figueres, Estados Unidos aceptó a regañadientes; China y otras naciones industrializadas también aceptaron.
De Obama a Trump
Se suponía que la COP21 y el Acuerdo de París, aunque dependían del cumplimiento voluntario y la cooperación internacional, eran el punto de partida para alcanzar reducciones significativas de emisiones; pero al final resultaron ser una valla muy alta en las negociaciones climáticas. Cualquier esperanza que generó, se desvaneció 11 meses después cuando Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos en noviembre de 2016, justo cuando la COP22 comenzaba en Marrakech, Marruecos. Los negociadores allí quedaron atónitos.
Desde el inicio, la pregunta que se repetía una y otra vez en Marrakech era: ¿Quién liderará el cumplimiento del Acuerdo de París? Mientras esta interrogante se mantenía vigente, Ban y Figueres daban por culminadas sus funciones. Los sucesores, Antonio Guterres de Portugal y Patricia Espinosa de México, no son considerados hoy tan influyentes o efectivos como sus predecesores.
La respuesta entonces sobre quién asumiría este liderazgo se reveló completamente en Madrid. No fue China, el mayor contaminador del mundo. Tampoco fue la Unión Europea, que está ocupada con el Brexit, la crisis de inmigración impulsada cada vez más por el clima y el surgimiento del nacionalismo.
Brasil, Australia y Arabia Saudita se mantuvieron al margen, no para sacar adelante el espíritu de París, sino cada uno con un fuerte interés económico enfocado en socavar el acuerdo global. En la COP25, sus delegados se mantuvieron firmes frente a la abrumadora evidencia de la ciencia, ignoraron los impactos climáticos que cada uno siente en casa y se mantuvieron sordos a las súplicas rotundas de un movimiento juvenil global liderado por Thunberg.
Envalentonados con la influencia negativa de los Estados Unidos bajo el liderazgo de Trump, estos países no mostraron interés alguno en reconocer sus acciones como una amenaza para la vida en la tierra.
A menos que el liderazgo de EE. UU. vuelva a surgir después de las elecciones presidenciales del próximo noviembre, nada de esto es un buen augurio para la COP26 en Escocia y las negociaciones finales que lanzarán el Acuerdo de París en 2020, lo que podría sellar el destino de la humanidad y el planeta.
*Imagen superior: ©Justin Catanoso.
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