El emprendimiento de un joven arhuaco busca garantizar precios justos para el grano que cosecha su comunidad. Quiere evitar intermediarios y erradicar la desnutrición infantil.
Olga Cecilia Guerrero / Red Prensa Verde
Zey Zey significa alegría en arhuaco, es la entrada al alma… la conexión consigo mismo.
Zey Zey es el vocablo que Serkwin Nawin – Oliverio Villafaña Izquierdo, escogió como marca para el café que cultiva su comunidad en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta.
En esta, la montaña intertropical costera más alta del mundo, existen cuatro pisos térmicos, tres de los cuales presentan condiciones favorables para producir café de diferente sabor
En 1732 se sembró el primer café en Minca, vereda de Santa Marta (Magdalena). Se dio muy bien y a partir de ahí comenzó a extenderse. En un principio los arhuacos no tomaban tinto, lo tenían para aromatizar su altar (donde se sientan el Mamo a canalizar energía), era como un incienso. Hoy en día se ha convertido en el oro de la población, es el único sueldo que tiene la comunidad, cuenta Oliverio.
El grano que procesa, asegura él, es cultivado, recolectado y transformado de manera artesanal y ecológica: Eso significa que es producido con todo el cuidado y respeto por los elementos de la naturaleza para mantener el equilibrio y la biodiversidad del entorno.
Pero, detrás del empaque de color vinotinto que resalta una silueta blanquecina de la Sierra, hay una historia de vida y un silencioso trabajo social. El emprendedor arhuaco tuvo tantas motivaciones como tropiezos. Abrió su propio espacio en el mundo citadino, superó adversidades y retornó a su pueblo para poner en práctica el conocimiento adquirido.
De trabajo en la capital
Oliverio reside en el poblado de Nabusímake (Cesar), capital indígena de la Sierra. Es serio, organizado, directo. No viaja mucho a Bogotá pero cuando lo hace aprovecha bien la estadía. Maneja una agenda que se asemeja a la de un directivo, empresario o ministro.
El día que atendió la entrevista con Red Prensa Verde pidió que fuera en el café Juan Valdez de la calle 73 con carrera 7, a las 5 de la tarde. Al llegar al lugar, terminaba una reunión con dos funcionarios del Ideam. Estaba vestido con su blanco traje tradicional, denominado makku, conformado por un gorro, una camisa y un pantalón tejidos en algodón.
Era la penúltima cita del día, antes de eso había tenido unos siete encuentros desde las 7 de la mañana en la Federación de Cafeteros, en un ministerio, con empresarios y otros contactos. Luego tendría una más, a las 7:30 de la noche, con un familiar en un barrio cercano. Así cumplía la jornada, asistida por su primo Bunkey Torres, estudiante de artes de la Universidad Javeriana, quien en silencio pintaba paisajes en un cuaderno.
Hacía frío afuera y tocaba ir por una bebida. Mientras avanzaba la fila, Oliverio miraba ensimismado una serie de promociones de café especial, también de su terruño. Al tiempo, varias personas salían de la fila y una trabajadora de la cafetería lo abordaba. Ellos se robaban todas las miradas.
– ¿Puedo hablar un momento con ustedes? Es importante. Me permiten una foto, por favor.
– Sí, con mucho gusto, respondieron los indígenas.
La empleada salió corriendo hacia el mostrador y al rato regresó arreglada. No solo ella se tomó las fotos, las otras personas que habían salido de la fila también querían saludarlos, por ejemplo, un colombiano que vivía en el exterior, un ciudadano argentino que no dejaba de hacer fotos y preguntas.
Después del alboroto por su presencia, Oliverio, sugirió varias preparaciones y dio una corta charla sobre el significado de los cafés de origen. Se sentó, puso orgulloso la libra de café Zey Zey sobre la mesa y —como es su estilo— fue al grano.
¿Cómo comenzó su emprendimiento?
Llegué a Bogotá en 2007, quería estudiar odontología, pero me fue esquiva porque no tenía cómo financiarla. Me dediqué a la música con amigos de la Javeriana. Estando en el Museo de Antioquia en una de las presentaciones de ritmos tradicionales, previo a una invitación que teníamos a Europa, un amigo me contó que estaban convocando a una beca para realizar una carrera técnica en el Politécnico Nacional de Bogotá.
Le llamó mucho la atención y a su regreso vio que ofrecían 12 programas. De estas opciones se interesó en el de Comercio y Negocios Internacionales, porque en la Sierra no había personas especializadas en ese asunto.
Para ingresar tenía que presentar un proyecto y dependiendo de su planteamiento y viabilidad, podría ser seleccionado entre otros dos aspirantes de las comunidades del Cauca.
Si pensarlo tanto, estando lejos de su terruño, con el recuerdo vivo de la niñez entre cafetales, surgió la inspiración para crear una marca propia que permitiera cumplir con el anhelo de reivindicación de su pueblo. Entonces escribió la propuesta: Café agroecológico y comercio justo en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Desde pequeño vi que el producto aumentaba en área, año tras año, y cosecha tras cosecha se cultivaba un buen café, pero los resultados no eran tan buenos para los indígenas como sí lo eran, sin excepción, para los intermediarios. El problema con ellos es que no pagan un precio adecuado para un café de tan excelente calidad. Lo cambian por mercados o productos costosos. A pesar del esfuerzo, una buena parte de los cafetales no han dado ganancias, por el contrario, en muchas ocasiones las cosechas generan pérdida tras pérdida a las familias arhuacas.
Le arañaba el alma saber que producto de esta situación, se presenta mucha desnutrición infantil: Eso nos ha obligado a solicitar ayuda a ICBF, pero no es suficiente. La desnutrición se da porque no existe un recurso humano capacitado para generar precio justo en el territorio. Es necesario un líder que apoye e impulse la producción y hacer seguimientos hasta mejorar las condiciones de vida.
Menos música, más café
Una semana después, Oliverio recibió la noticia. Era el ganador de la beca con el proyecto cafetero. De inmediato la felicidad contrastó con la angustia de saber que no tenía estadía, ni alimentación ¿dónde iba a vivir, cómo pagaría un arriendo?
Conoció a Pedro Medina de la Fundación Yo creo en Colombia, quien preocupado porque perdiera la beca preguntó en la red social Twitter si había alguien que pudiera alojar a un estudiante arhuaco en Bogotá.
Su sorpresa fue tal cuando un joven contestó desde Australia. Era un estudiante bogotano, de 20 años, que le cedía la habitación de su casa en un barrio del norte de la capital. Él había viajado a estudiar a ese país y creía que podía alojarse allí mientras retornaba a Colombia. Luego, sin pensarlo dos veces llamó a sus padres para comunicarles la decisión.
Ellos nunca habían visto a un arhuaco en persona, no conocían a un solo indígena de la Sierra, ni nuestros principios, ni nuestra cultura, nada de nosotros. Entonces me dieron tres días de prueba. El jefe del hogar era un abogado penalista de una familia tradicional bogotana, por tanto, me significaba todo un reto demostrar mi ética, valores y respeto, así que me sometí.
El primer día de la prueba, ellos, muy amables, le dijeron: Puede tomar agua, si tiene hambre coma lo que quiera, solo vaya a la cocina y abra la nevera. Además, en el cuarto dejaron monedas en caso de que quisiera utilizarlas para movilizarse.
Oliverio no tomó nada. No cogió las monedas que pudo haber necesitado para el bus. Caminaba y caminaba cuadras a su lugar de estudio.
Tampoco comí nada de la cocina y menos abrí la nevera. Solo recibía cuando ellos mismos me brindaban. Me iba sin desayuno a estudiar. Fui yo mismo, estricto y serio. Tres días después dijeron que podía quedarme, me tomaron aprecio, me dijeron que valoraban mi cultura.
Ya estaba solucionada una parte de sus preocupaciones. Faltaba lo demás: comida, transporte y gastos de estudio. Oliverio conoció al rector del Politécnico Juan Carlos Sanpedro quien con apoyo de Lucero Rueda encargada de la beca, al poco tiempo le buscó un trabajo mensual que empataba con las clases. Así se pudo sostener.
Al poco tiempo se hizo amigo de un señor que vivía cerca del Politécnico, con el que coincidían en las mañanas para tomar café.
Florentino Caicedo, muy buena persona, después supe, llevaba 28 años en la Federación Nacional de Cafeteros. Él y su familia comenzaron a apoyarme con la alimentación: desayuno y almuerzo, me abrieron las puertas de su casa hasta que terminé la carrera.
Siguen los estudios
Con la mirada fija en su proyecto, como lo exigía la institución, Oliverio avanzó en su carrera.
Aprendió sobre procesamiento de café, mercadeo, empaques… y cuando iba en tercer semestre comenzó a hacer la investigación específica sobre cómo desarrollar un producto con el café que cultivaba su gente.
Estudió las formas de analizar el cuerpo, aroma y sabor del grano. Comprendió que un buen catador aprende con una taza a identificar las variedades: arábigo, bourbón, caturra, castilla o geisha.
Experimentó la forma de moler, prueba tras prueba. Hizo catación de café de la costa en Caficosta, Bourbon Coffee, BanExport y participó en Coffee Fest conocido festival de cafés especiales.
También realizó cursos adicionales que le enseñaron a oler el café recién molido para capturar la fragancia. Supo detectar la acidez, dulzura, cuerpo y sabor: achocolatado, cítrico, acaramelado, frutal o mandarina.
El amigo de la Federación con quien mantiene activa su amistad, lo orientó en su tesis, le explicó desde el punto de partida de la producción de café hasta la exportación.
Hice todo el estudio para hacer un buen producto y llegarle al cliente final.
Para complementar el trabajo y saber si estaba en el camino correcto, el joven aplicó un ejercicio de mercado en el centro Comercial Andino. De una muestra de 100 encuestas el 80% estaba interesado en adquirir el producto.
La acogida fue total. Encontré un espacio para comercializar y descubrir porque el clima de Bogotá hace que la gente consuma más café que en cualquier otro lugar.
Oliverio se graduó el 20 de marzo de 2014. Su proyecto de emprendimiento estaba listo para ser ejecutado.
Se contactó nuevamente con la empresa BanExport. Siguió aprendiendo sobre clasificación de granos y comenzó a conocer más sobre regulación de calidad, secado, broca, factor de rendimiento que es la clasificación de calidad del café.
Para ese entonces hacía cuatro años su familia había sido expulsada del territorio. En 2010, el frente 19 de las Farc, comandado por Simón Trinidad, hoy preso en los Estados Unidos, ocupó el predio que había adquirido la propia comunidad, de 100 hectáreas, en la cuenca del río Fundación (Magdalena). Allí vivía un buen grupo de familias que tenían 25 hectáreas sembradas de café.
Los indígenas tuvieron que salir desplazados y recomenzar su vida en Nabusímake, donde vivió su abuelo Mamo. Estaban en peligro. La guerrilla les dijo que les quitaron la finca porque había sido entregada en el gobierno de un paramilitar.
Hasta la fecha no han podido regresar. Era el suelo más fértil que habían trabajado. Con los años, la misma guerrilla aceptó el hecho y se la retornó a un Mamo de otra comunidad. Como esta autoridad la necesitaba para sus hijos, ellos no la reclamaron, pero esperan que el gobierno haga la reparación del predio como lo anunció el año pasado.
Oliverio vuelve a la Sierra
Cuando ya había recaudado todo el conocimiento, el joven arhuaco retornó a su pueblo a organizar a los caficultores. Quería enseñarles cómo desarrollar un proceso técnico y complementarlo con el conocimiento ancestral.
Los tipos de café de la Sierra son: variedad Colombia, caturra, arábigo y castilla. Se cultiva a unos 850 m.s.n.m, en Windiwa, Busin y Gunsey (Magdalena) y a 1.800 m.s.n.m. en Nabusímake (Cesar).
Logramos hacer un café diferencial, que tiene la fuerza de la tierra en el grano, que impacta a los clientes. Este café es un aliento y hay que manejarlo de buena manera y hay que cuidar la salud de los consumidores. Es un café cuya semilla ha sido purificada antes de ser sembrada.
Por eso recomendó no aplicar productos sintéticos, para controlar la roya o la broca, sino preparar abonos y compuestos orgánicos.
De hecho la comunidad nunca ha utilizado químicos. La tierra tiene un microcosmos que no se puede envenenar. Los animales que viven allí tienen sus padres. La cultura arhuaca es vivir en armonía con los seres vivientes de la naturaleza y estar equilibrado porque juntos somos hermanos del planeta.
Sí había que mejorar la recolección del fruto acerezado y garantizar su ciclo, deben ser recolectados los granos de color cerezo, en tiempo de luna llena. El calendario arhuaco indica que esta actividad debe hacerse entre octubre y finales de noviembre, en la tierra cálida. En la fría, entre diciembre y febrero.
En cuanto al manejo de secado, no puede ser menor de 10 o mayor de 12 % de la humedad de la almendra, debe tener equilibrio para que no salga ni muy seco ni muy húmedo. De acuerdo con los climas hay clientes, cada cosecha tiene sus propiedades… luego lo clasifican para venderlo según el tipo de café.
No tenemos monocultivo, el sembrío lo hacemos con plátano o chachafruto. La distancia es de tres metros cuadrados para poder sembrar fríjol y maíz en la mitad de la hilera. Eso se hace para conseguir un buen café.
Producto final
En 2015, después de la cosecha comenzó la labor de procesamiento: trillar, tostar, moler y empacar con el etiquetado para buscarle cliente.
Cuando ya tenía empacado el producto artesanal con la marca, el mismo amigo de la Federación le sugirió que se inscribiera en el registro exportador.
Le vendió a gerentes, tenía amigos que le encargaban de a cinco libras, profesoras, universidades, mandó una arroba a Australia y lo comercializó en tiendas y empresas. Actualmente lo envía a cualquier parte del país.
Ya estoy listo para dar a conocer ese producto fuera de Colombia, si se da la oportunidad. Pero por ahora, quiero promocionarlo y abrir mercado en Bogotá y el centro del país. Es que en la vida uno no finaliza, siempre hay cosas más allá. Y soñar es ser lo mejor posible.
En mayo volverá a la capital para participar en el Festival de Cafés Especiales.
Aspira a que esa libra vinotinto con imagen blanquecina, no solo señale el lugar de origen del café, sino que conecte a quien lo pruebe consigo mismo, con el alma. En este caso también… con el alma de la Sierra.