Antes de la aparición del nuevo coronavirus, no era fácil limpiar calles y parques. Con la pandemia, el personal del aseo encuentra que, además de la basura común, en las zonas verdes están arrojando tapabocas, guantes y papel higiénico. Una trabajadora pide a la ciudadanía tener más cuidado debido al riesgo que generan esos residuos.
De aquí para allá, de allá para acá, Deyanira Monroy va empujando su carro recolector. Camina y camina todo el día, recogiendo la basura que la gente deja en calles, aceras y parques de Bogotá.
Se inclina, toma los desechos y los pone en una bolsa gris instalada en el vehículo. También atrapa hojas secas que caen de los árboles, arena, palos, envolturas de plástico, ropa, vidrio o cartón, y hasta excremento de perro. Eso pareciera lo común.
Sin embargo, por esta época de pandemia, en las zonas verdes que generalmente están bien cuidadas, afloran tapabocas, papel higiénico y guantes de latex.
Ella no comprende por qué con tantas canecas instaladas por toda Bogotá, las personas tiran los residuos al suelo.
“Uno no sabe en qué condiciones están esos tabapocas y guantes, podrían ser de una persona contagiada de coronavirus, uno no sabe… pero hay que recogerlos. No se pueden dejar por ahí, alguien podría infectarse. Lo que no comprendo es que hay confinamiento, pero de dónde sale tanta mugre, falta disciplina en algunos ciudadanos”.
No es solo eso, explica, «Debo arreglármelas también, para limpiar heces de habitantes de algunos parques donde duermen indigentes y migrantes».
La rutina
Sus días comienzan de madrugada en Soacha, donde vive. Hace el desayuno, arregla la casa, almuerza temprano y sale a buscar el transporte.
Antes trabajaba en la mañana pero desde que empezó el aislamiento voluntario por COVID-19 comienza su labor a las 12 del día y termina a las 7 de la noche.
Camina por 45 minutos hasta el portal de TransMilenio y de allí toma un bus hasta la sede de Ciudad Limpia en el sector de Hayuelos, Fontibón, en el Occidente de Bogotá. Allí, la empresa para la que trabaja, Ciudad Limpia, tiene una sede donde los trabajadores guardan sus implementos.
Al ingresar le toman la temperatura, se lava las manos y aplica gel antibacterial. Le desinfectan el carro, se pone un uniforme de pantalón y chaqueta azul, gafas protectoras y guantes dobles.
Alista una botella con agua para la sed y luego sale —como muchos de sus compañeros— empujando el carro recolector de basura y las herramientas por unas 20 cuadras. Llega al barrio Ciudad Salitre, su área de trabajo, donde es responsable de mantener limpios varios parques.
Un día a la semana va a la zona verde aledaña al centro interactivo Maloka, otro día al parque del Fuego y así va turnando cada sector para mantenerlos al día. Hace dos años cumple con esta rutina, pero como aseadora en otros lugares de Bogotá ya suma 13 años con la misma empresa.
“Soy consciente del riesgo, no temo a infectarme porque mi empleador me da todos los elementos de protección y yo tengo mucho cuidado”.
Su hijo es enfermero y la ha entrenado para cuidarse. También le ha contado muchas historias sobre la enfermedad y casos que ha visto en la clínica donde trabaja. De hecho, él hace más de dos meses que no la visita para evitar el peligro.
“Le recomiendo a la gente que no tiene nada que hacer en la calle que no salga. Nosotros los del aseo estamos afuera porque nos toca, porque trabajamos para mantener limpia a Bogotá, pero si no fuera así, me quedaría en la casa. No hemos llegando ni a la tercera parte de lo que puede pasar”.
En el transcurso del día va recorriendo el área asignada hasta cubrirla y limpiarla toda, luego emprende el regreso a la sede de Hayuelos. Entonces, empuja el carro otra vez por unas 20 cuadras. Al llegar, le toman la temperatura, se asea, entrega las bolsas que le sobraron, devuelve el vehículo, se cambia y sale a buscar la única opción que tiene para retornar a casa. Es un bus alimentador que la lleva al portal de la Avenida Eldorado. De allí toma un TransMilenio hasta la estación de San Mateo, en Soacha, y desde allí camina 45 minutos más hasta su vivienda. Llega antes de las 9 de la noche. Esta es la rutina semanal.
Con su trabajo —del que se siente orgullosa— Deyanira ayuda a que muchos ciudadanos puedan caminar, hacer deporte y disfrutar de un paisaje urbano limpio.
Sin embargo, ella es una ciudadana incógnita. Nadie la conoce, nadie la saluda, nadie sabe su nombre. Más bien muchos la ignoran.
Cuenta que hasta el momento, ninguno de sus compañeros se ha contagiado en el ejercicio de su trabajo, pero este es un riesgo que ellos, así como los recicladores, corren a diario:
“Como la pandemia está lejos de su fin, aprovecho para decir que por favor utilicen adecuadamente las canecas de los parques, avenidas y calles de toda la ciudad. Por favor no arrojen al suelo papeles, bolsas o botellas, mucho menos tapabocas, guantes o papel higiénico, es un riesgo para nosotros, para todos”.