«Los virus están ahí, en equilibrio, cuando este se rompe vienen las epidemias»
Camila González, especialista en ecología de las enfermedades explica el proceso de transmisión de los virus desde la fauna silvestre hasta las personas. También la relación entre los virus y la deforestación, la expansión agrícola y los monocultivos.
Yvette Sierra Praeli / Mongabay latam
Desde que terminó su carrera de biología, la colombiana Camila González se ha dedicado a buscar patógenos y virus en bosques y animales silvestres. Ha investigado sobre la leishmaniasis, el dengue, el Zika, la malaria y otras enfermedades que han llegado a las personas desde la vida en los bosques.
Ahora, en medio de la pandemia por el COVID-19, la experta en ecología de las enfermedades reflexiona sobre cómo ocurre el proceso de transmisión de los virus y todo lo que estamos haciendo para perturbar el hábitat de los patógenos que aún permanecen en la naturaleza.
Explica que los males como Zika, chikungunya y dengue están instalándose en las ciudades donde nosotros mismos criamos a los mosquitos en las macetas, floreros y lavaderos. En esta entrevista con Mongabay Latam menciona algunas de sus investigaciones y habla sobre aquellos patógenos que tenemos que mirar y buscar porque podrían ocasionar otra pandemia.
¿Cómo llega a involucrarse con la investigación de patógenos?
Soy bióloga de formación, pero siempre me gustaron las especies que tuvieran un impacto en la salud de los humanos. Empecé trabajando con animales venenosos, el primer grupo de organismos con el que me apasioné. Luego llegué al Instituto Nacional de Salud, en Colombia, y me vinculé al laboratorio de entomología, para trabajar con insectos de importancia médica y aprender de las enfermedades olvidadas que tienen un gran impacto en países como Colombia. Empecé con Leishmaniasis, una enfermedad compleja que involucra muchos vectores, que son los insectos, y muchos mamíferos. Los estudiaba desde la perspectiva de la ecología de las enfermedades. En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) hice mi maestría y doctorado usando sistemas de información geográfica para estudiar los ciclos de transmisión de enfermedades, y cuando regresé a Colombia empecé a trabajar en el Centro de Investigaciones en Microbiología y Parasitología Tropical, de la Universidad de Los Andes, donde soy profesora desde 2011. Inicialmente trabajaba con parásitos, pero desde hace cinco años empezamos con los virus.
¿Qué es ecología de las enfermedades?
Lo que tratamos de ver son todas las interacciones que ocurren entre las diferentes especies para que los patógenos se mantengan circulando. También evaluamos cuál es el riesgo de que esos ciclos de transmisión se perturben y los patógenos puedan pasar a una población de humanos o salirse de su equilibrio natural y causar brotes en otras especies.
¿Además de la leishmaniasis que otras enfermedades ha investigado?
Hemos trabajado con la enfermedad de Chagas y con malaria, también con dengue y chikungunya.
Mencionó que primero estudiaba patógenos y hace cinco años pasó a los virus ¿en ese camino que ha encontrado?
Nosotros ahorita somos muy fan de los virus. En un proyecto concreto que hicimos en colaboración con el Centro de Control de Enfermedades, en Estados Unidos (CDC) en una zona del Magdalena Medio, en Colombia, estábamos buscando si había exposición al Zika, entonces vamos buscando todo el grupo de virus que pertenecen a los flavivirus y cuando empezamos a tener resultados nos dimos cuenta que había muchos más virus circulando de los que creíamos. En esa zona en particular encontramos en los mosquitos al menos tres tipos de virus que coinciden con los que encontramos en los mamíferos. Al final encontramos alrededor de 8 virus circulando en ese lugar. Cuando ves los resultados, hay una cantidad de virus que ni siquiera se han descrito, virus desconocidos.
¿Sería factible hacer un inventario de virus en Latinoamérica?
Creo que tal vez ahora, con el coronavirus, se puedan abrir algunas oportunidades de financiamiento para investigar patógenos zoonóticos, pero en realidad no ha sido prioritario dentro de las oportunidades de financiamiento tradicionales. La aparición del coronavirus y todo lo que está causando ha hecho que volteemos la mirada no solo a los virus, sino a lo que está pasando en los bosques con la vida silvestre.
¿Qué está pasando en la vida silvestre y qué deberíamos tomar en cuenta de esta coyuntura?
Sería fundamental replantearse el abuso que hemos hecho de los recursos naturales y tratar de revisar qué tan sostenibles son las estrategias que nosotros hemos dicho que sí son sostenibles. Todas las intervenciones que nosotros hacemos a los ecosistemas naturales de los animales silvestres cambiarán las composiciones de las especies. Posiblemente van a tomar ventaja ciertos organismos que son mejores para infectarse y todos sus desequilibrios ambientales o reestructuraciones ambientales van a impactar en esos ciclos de transmisión. Con la enfermedad de Chagas, por ejemplo, y la introducción de cultivos de palma, hay una relación directa entre estos cultivos y la capacidad de los insectos para adaptarse y vivir allí. Incluso ya se ha descubierto que esos insectos presentan resistencia a los insecticidas. Se dice que la palma en Colombia no tiene mayor impacto al medio ambiente porque no se está deforestando para introducir el monocultivo, pero existe esta historia en paralelo de introducir un monocultivo en el que se sabe que los insectos de importancia médica se ven favorecidos y esos efectos secundarios no se tienen en cuenta. Creo que deberíamos poner atención en cómo el impacto es mucho más grande y más profundo de lo que inicialmente se podría pensar.
¿En las investigaciones en los cultivos de palma qué ha encontrado?
Inicialmente era importante saber si los insectos realmente podían colonizar los cultivos y eso se confirmó hace un par de años. Nosotros hemos tratado de ver cómo son las tasas de infección tanto en los insectos como en los mamíferos en estas zonas para entender cómo es la dinámica del ciclo de transmisión de la enfermedad de Chagas. Tengo dos estudiantes de doctorado Johan Calderón y Plutarco Urbano trabajando en ello. Uno de los análisis consiste en saber de qué animales se alimentan esos insectos. Por ejemplo, cerdos y perros infectados pueden ser una fuente de alimentación para esos insectos que después se dispersan por todo el bosque. Prácticamente entre el 80 % y 90 % de los insectos que nosotros recolectamos están infectados con el parásito. Y como dije, también hemos encontrado que estos insectos están generando resistencia a los plaguicidas, eso es muy grave porque si hubiera en algún momento un brote de la enfermedad de Chagas que exija un control vectorial en esa zona, posiblemente esa estrategia no será exitosa como desearíamos.
La palma se está extendiendo en toda Latinoamérica, incluso depredando bosques primarios. ¿Qué puede suceder en estas zonas donde los cultivos de palma aumentan, digamos, con poco control?
Pues en el caso particular de la enfermedad de Chagas dependemos de que el insecto que transmite al parásito esté adaptado al cultivo de palma. Eso en Colombia es muy común, pero en otras regiones de América Latina no necesariamente. Lo que sí sabemos es que esos cultivos crean toda una composición de especies diferentes y, por lo tanto, podemos ver que puedan aparecer más roedores u otros animales que naturalmente no estarían en esa zona. Si lo que está sucediendo es un proceso de deforestación para introducir el monocultivo, el impacto será muchísimo mayor. Aun cuando se siembre en una zona deforestada, se está proporcionando un nuevo ecosistema que hay evaluar.
¿Que otros monocultivos nos deberían preocupar en América Latina?
Lo que sabemos de relaciones entre cultivos y enfermedades, el arroz, por ejemplo, es un cultivo en el que se crían muy bien las larvas de los insectos que transmiten malaria. Los cafetales y los cacaotales están también unidos a los insectos que transmiten la leishmaniasis. Pero creo que la preocupación no es al cultivo en general sino al paisaje que se instala en ciertas áreas. Una de las preguntas que nos importa es justamente esa ¿cómo un paisaje con cierta composición de coberturas vegetales va a impactar más o menos a todos estos ciclos de transmisión?
Usted ha dicho que la transmisión del coronavirus de la vida silvestre a las personas no ha sido fortuita, que ocurrió a lo largo del tiempo. ¿Cómo se dan estos procesos de transmisión y cuantos virus pueden estar presentes en lugares biodiversos que han sido impactados?
Esa pregunta lideró un estudio en África como parte de la Iniciativa Global de Predicción de Virus (GVFI) en 2007. Se pedía a los cazadores que cuando capturaran un animal silvestre para comer, tomaran una muestra de sangre del animal para revisar todos los virus que tenía. Después, a las personas que estaban en contacto con esos animales también se les hacía el monitoreo para saber qué virus había en su organismo. En algunos casos se encontró virus de primates, que ni siquiera eran conocidos, que se reportaban también en las personas. Creo que hay muchos virus que ya se están compartiendo entre humanos y animales silvestres o domésticos. Hay un tiempo de adaptación de un patógeno cuando invade a un hospedero nuevo hasta que logra evadir al sistema inmune para que no lo elimine. Todo ese proceso toma tiempo, no es casual, por eso se debe poner especial atención a ciertas especies con las que estamos en contacto, pues es posible que de ahí den el siguiente paso. Un ejemplo concreto son los animales que se cazan constantemente.
Entonces también existe riesgo en el tráfico de especies…
En el campo, cuando ingresamos a las casas para revisar qué mosquitos hay en ellas, muchas veces encontramos primates enjaulados y toda clase de animales domésticos. Hay patos, gallinas, perros, entonces, la convivencia entre tantos animales y personas no es recomendable, sobre todo cuando tienen primates en cautiverio, es algo terrible. La gente sigue creyendo que los animales silvestres pueden ser una buena mascota. Entiendo que hay especies adorables y carismáticas como los primates, muy afines a nosotros, pero tener animales silvestres y en particular primates en cautiverio es un riesgo enorme, porque nosotros somos primates y eso agudiza el riesgo de compartir patógenos, no solo la transmisión de ellos a nosotros, sino también en sentido opuesto.
Ha dicho que nuestra forma de desarrollo no es sostenible. ¿Cómo debería ser?
Somos muy extractivistas y queremos aprovechar todo. Lo que ocurre en la Amazonía, por ejemplo, donde estamos deforestando. Hay dos escalas de ese aprovechamiento de la naturaleza: por un lado, están las personas que dependen del bosque para su supervivencia; en el otro extremo están todas estas mafias de extracción de madera, de cultivos ilícitos, de apropiación ilegal de tierras. Creo que hay que poner atención a los intereses económicos que hay detrás de esas transformaciones.
Usted ha dicho que está creciendo el proceso de urbanización y que las personas están cada vez más dentro de los bosques, ¿cuáles son los impactos?
Todos los procesos de urbanización traen complicaciones. Si hablamos únicamente de las ciudades, las epidemias de Zika, chikungunya y dengue ocurren en contextos completamente urbanizados, son enfermedades en las que el humano es el único hospedero y situaciones en que el mosquito que es criado por nosotros en el lavadero, en los floreros o los platos debajo de las macetas, ecosistemas creados por nosotros que tienen un impacto enorme en la población y en la salud pública. Los procesos de urbanización no nos van a salvar de las enfermedades. La presión de la deforestación y de pérdida de diversidad se va a traducir en que más patógenos se van adaptar a los humanos, porque somos los únicos hospederos que están por todas partes. Un patógeno que se adapte al humano puede estar tranquilo por el resto de su historia de vida porque nunca le faltará el hospedero. Vamos a ver enfermedades que se convierten totalmente en urbanas como el dengue, que es estacional y prácticamente de distribución global. Es una enfermedad que no hemos podido controlar y que nos causa unas complicaciones enormes.
¿Existe otro ejemplo?
Con la leishmaniasis hemos visto lo mismo. Sabemos que el insecto está habituado a un entorno silvestre y tradicionalmente se decía que era de la selva; pero actualmente la transmisión se presenta en un contexto más urbano, porque esos insectos logran adaptarse a un pedacito de jardín con condiciones adecuadas. Para enfermedades que eran selváticas, nosotros ya estamos viendo esos cambios hacia las urbes. Otro ejemplo interesante es la malaria. Hicimos un trabajo de buscar malaria en primates y generalmente se piensa que esos patógenos de los animales se trasladarán a nosotros, pero encontramos que también los humanos están infectando a los primates silvestres con patógenos que no son propios de esas especies. El riesgo es de doble vía. Para muchas especies amenazadas, nosotros podríamos contribuir a la vulnerabilidad de sus poblaciones.
¿Conoce de especies amenazadas que estén en mayor riesgo debido al contagio de alguna enfermedad de las personas?
La fiebre amarilla es uno de esos ejemplos. En Río de Janeiro, Brasil, el año pasado, hubo una gran mortalidad en primates por fiebre amarilla y el virus puede haber llegado de los humanos a los primates. Con esta enfermedad está pasando algo interesante, posiblemente la diversidad de virus está muy subestimada y hay que ponerle especial atención en los próximos años porque es un virus que quizá nos sorprenda con nuevas cepas que puedan causar epidemias y cuya vacuna, en algunos casos, no esté dando la protección necesaria.
¿Hay otros riesgos similares?
En la investigación que hicimos en el Magdalena Medio aparecieron por lo menos dos o tres especies de virus que no sabíamos que existían en esa zona. Hay muchos virus que están ahí, mantenidos en un equilibrio, pero cuando el equilibrio se rompe, pueden causar epidemias en regiones que no habíamos anticipado.
¿Se ha hecho algún estudio en Latinoamérica sobre los virus presentes en los bosques donde viven pueblos indígenas y si estos patógenos son transmitidos a las personas?
No hay suficiente información al respecto en Latinoamérica. Sería interesante hacer un monitoreo similar al que se hizo en África, con los pueblos indígenas. Es algo que hasta donde yo sé aún no se ha hecho en América Latina.
ALIANZA INFORMATIVA
MONGABAY LATAM – RED PRENSA VERDE