Era una colonia de avifauna marina y refugio de pescadores. La erosión, el ascenso del nivel del mar, la acidificación del océano y el abandono del Estado, aceleraron su pérdida. Comunidades afro de esa región insular de Cartagena hablan de su ausencia. Las demás islas del Archipiélago de San Bernardo presentan avanzado deterioro.
Olga Cecilia Guerrero / Red Prensa Verde
Ignacio Galán / Shots de Ciencia
La madrugada del 17 de mayo llovió tanto que el techo de madera y zinc parecía romperse. El aguacero anunciaba el fin de la temporada seca y el comienzo de meses de humedad. Amainó hacia las 2 de la tarde y el cielo más despejado permitió zarpar desde la Isla Múcura en el archipiélago de San Bernardo.
Yeison Macías Campo, experimentado piloto nativo, salió del muelle occidental, bordeó lentamente la zona de playa y giró hacia el sur. Poco a poco, mientras remontaba las olas, aumentó la velocidad.
Después de navegar durante 25 minutos apareció un objeto en la distancia. Una especie de bandera, pero no era el tricolor nacional. El piloto se acercó lo más que pudo, apagó el motor, respiró profundo y con rostro de duelo exclamó:
-Es aquí. Debajo de estos palos está Isla Maravilla.
Dos varas emergentes sostenían un banderín de plástico, raído de tanto ondear. Una señal para pescadores y viajeros de que ahí se hallaba el punto exacto donde Colombia perdió años atrás una porción de su territorio. Era también un recordatorio permanente de la velocidad con la que los efectos del cambio climático golpean desde hace tiempo al Caribe.
Maravilla tenía menos de una hectárea y estaba asentada sobre una antigua formación coralina. Hacía parte del Parque Nacional Natural Corales del Rosario y Archipiélago de San Bernardo (PNNCRSB), creado en 1977, localizado a dos horas en lancha rápida desde Cartagena (Bolívar) y a 45 minutos desde Tolú (Sucre).
Cuentan los nativos que su suelo desprendía mangle rojo (Rhizophora mangle), mangle bobo (Laguncularia racemosa) y unos cuantos arbustos de mangle zaragoza (Conocarpus erectus). De sus encantos el que más la destacaba era ser ‘la isla de las aves’.
Desde allí despegaban y aterrizaban en un interminable revoloteo, fragatas, pelícanos, maría mulatas, gaviotas, cormoratas, alcatraces, tijeretas de mar, garzas y tantas más, que habían elegido ese pedazo de suelo como hábitat. Allí pernoctaban. Una vida aérea que se compaginaba con la abundancia acuática, la microfauna, el arrecife coralino, los pastos marinos y una alta productividad biológica.
“Por los aportes de materia fecal de las aves como fertilizante acuático, sus alrededores fueron un verdadero acuario natural. Yo lo vi, y las responsables eran las aves, también había toda una variedad de crustáceos, peces, y corales”, relata el profesor Fabio Flórez, habitante de Isla Múcura y estudioso del archipiélago.
Su valor ecosistémico era de tal magnitud que fue caracterizada, junto con isla Mangle, a 25 minutos de allí, como ‘Patrimonio Intangible de la Nación’. Ese calificativo, intangible, según Parques Nacionales, se le da a “aquel ecosistema de alto significado ecológico, que presenta un buen estado de conservación o un mínimo de alteración y debe ser protegido con el fin de que sus condiciones se preserven a perpetuidad”.
Sí, a perpetuidad. Por esta razón, Parque Nacionales diseñó un Plan de Manejo para orientar la gestión de conservación en 2006. Dispuso que la isla estaba destinada exclusivamente a la investigación. Las únicas acciones permitidas eran recorridos de vigilancia, señalización y monitoreo. Se prohibían actividades de recreación, turismo, tránsito, extracción, aprovechamiento de recursos y vivienda. Nada se podía tocar, nada se podía llevar, debía ser objeto de riguroso estudio. Eso decía el papel.
En efecto, el archipiélago fue escenario para un sinfín de investigaciones científicas. Un ejemplo es el inventario de avifauna que realizaron en 1982, José Gregorio Moreno y Ricardo Antonio López de la Universidad Nacional, en cuatro de las islas del archipiélago: Tintipán, Múcura, Ceycén y Maravilla. En ese entonces reportaron 53 especies de aves ubicadas en 26 familias, de las cuales el 15% eran aves playeras y 5% de hábitos marinos, 38% residentes y 62% migratorias.
Además, revelaron la presencia abundante de la paloma cabeciblanca (Columba leucocephala), que hasta entonces solo se había observado en San Andrés y Providencia; el primer registro en Colombia de la anidación de la garcita verde (Butorides virescens maculatus), los segundos registros para el país de reinita de magnolia (Dendroica magnolia) y chipe suelero (Seiurus aurocapillus) y así, muchas otras especies.
Los investigadores colectaron 256 especímenes que luego disecaron y conservaron con su caracterización y descripciones. Hoy están depositados en la Colección Ornitológica del Instituto de Ciencias Naturales en Bogotá.
Isla Maravilla, ya deteriorada. – Foto: José Moreno
En ese tiempo no todos los estudios llegaban a manos de la administración del Parque. El Plan del Manejo advertía que había una pérdida de información relevante, ya que no existía una compilación de todas las investigaciones que pudieran aportar datos para las decisiones que se debían tomar sobre esta área protegida.
También, decía el documento, el Parque enfrentaba graves problemas para su preservación desde lo social, lo político y económico, incluyendo poderosos conflictos de intereses en lo regional y nacional. Se hablaba de la falta de personal, porque solo trabajaban siete personas de planta y siete contratistas para 120 mil hectáreas. Y aclaraba que el archipiélago de Corales del Rosario y la península de Barú, que también hace parte del área, concentraba todos los programas y proyectos, con un énfasis turístico.
Este Plan, carta de navegación para la administración del Parque, fue demandado en 2011 por no haber tenido en cuenta a las comunidades isleñas. Comenzó entonces un proceso jurídico que finalizó siete años después en una concertación con la comunidad.
Entre tanto, Isla Maravilla permaneció durante mucho tiempo con baja presencia institucional y pasó a ser escenario de pesca, turismo, recreación y extracción.
Hacia 2012 un estudio del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras, Invemar (2012), retrató cómo Maravilla ya estaba deteriorada:
“Corresponde a un pequeño islote de 0.004 km2 constituido por arrecife coralino y sustrato biogénico (restos de conchas y fósiles calcáreos) con una cobertura escasa de manglar en mal estado por el fuerte oleaje, que funcionaba como resguardo para una diversidad de especies marinas (peces y esponjas), así como lugar de anidamiento para algunas especies de aves”.
En 2020, finalmente Parques Nacionales publicó la nueva versión del Plan de Manejo que, según miembros de la comunidad de Múcura, a la fecha no ha sido socializado.
En este documento Isla Maravilla ya no aparece como Patrimonio Intangible. Fue reclasificada como “Zona de manejo especial con las comunidades o Subzona de conservación y restauración participativa ‘Bajo Maravilla’ antiguamente denominada Isla Maravilla”. Lo curioso es que era tarde para ponerle títulos a la isla: para ese año ya había desaparecido.
La fecha exacta en que el islote desapareció no es clara. Voceros de las comunidades que conviven con el hoy bajo Maravilla, aseguran que fue hace cinco años, es decir en 2017. Invemar, al citar a Parques Nacionales, reporta que fue en 2006-2007. La bióloga Karem Acero en su investigación para la Universidad Nacional Efectos del ascenso del nivel medio del mar en isla Múcura indica que el comienzo de su pérdida fue en 2015 y adiciona una evidencia fotográfica comparativa entre 2011 y 2019:
“Esta es la mayor prueba de desaparición de las Islas en el archipiélago y de la pérdida de servicios ecosistémicos. Actualmente se pueden pisar los restos de litoral rocoso de Maravilla, que están inundados entre 30 cm y 50 cm. Durante el último trabajo de campo (2019), se realizó la visita a Isla Maravilla para comparar el terreno inundado actualmente, que hasta hace 4 años (2015) era sitio de paso para aves migratorias. En la imagen de la derecha se observa el litoral rocoso y lo que queda de base de la Isla, en la imagen izquierda se observan los últimos relictos de manglar perdiendo terreno por la intrusión del mar”.
Fotografías comparativas de Isla Maravilla. Fuente: Izquierda INCODER & UJTL (2014); Derecha Karem Acero (2019)
La Ausencia
«Mire, la verdad que cuando hablo de eso siento tristeza. Porque, primeramente, Maravilla, que fue la última en desaparecer, era una isla que era un punto de referencia y era donde anidaban variedad de aves. En esa infancia nosotros íbamos allá y no teníamos el flujo de turismo que hay ahora. Venían incluso hasta velas, no venían motores, sino a vela. Nosotros los llevábamos allá remando, ahí estaban todas las tijeretas, alcatraces, fragatas…»
Años después de su desaparición, muchos nativos recuerdan a Maravilla como si fuera un familiar que partió. Hay miradas de dolor y añoranza cada vez que preguntan por ella. Un líder local, que pide no mencionar su nombre, así lo siente:
«Queríamos a Isla Maravilla, era la isla de los pájaros, muchos vivían ahí y muchos llegaban en octubre cuando vienen las migratorias. Hoy en día… ¿a dónde lo van a hacer? Allá nadie las molestaba. Nosotros como pescadores, cuando estábamos en mal tiempo también nos refugiábamos ahí. Tenía un gran valor para nosotros, allí íbamos a ver nuestra pesca. Las dos poblaciones que existimos aquí, Santa Cruz del Islote y Puerto Caracol en Isla Múcura, hacíamos uso de ella, también era nuestro refugio.»
Para intentar alargar la vida de la isla, los pescadores quisieron construir una muralla en piedra de cantera. El fin era frenar el impacto del oleaje y protegerla de la erosión. Cuentan que Parques Nacionales les advirtió que no podían intervenirla. “Lo que el mar trae, el mar se lleva”, es la frase que retumba en la comunidad con ironía, ya que era la respuesta que los funcionarios les daban cuando insistían en ‘salvar’ la isla.
«Nosotros vimos el proceso desde que comenzó hasta que finalizó, cuenta el líder. Se fue erosionando poco a poco. En un momento la gente quiso protegerla, pero no lo permitieron. Si íbamos a poner una piedra para que la isla aguantara un poco más, nos atacaban las autoridades. Nos causó un gran impacto, tristeza, mucha impotencia porque nosotros pudiendo hacer algo no podíamos hacer nada. Esto es como perder un órgano de nuestro cuerpo, como perder un riñón, la isla era fundamental para nosotros. Esa es la prueba de que el gobierno no está haciendo nada por este territorio.»
También explica que cuando se vive en medio del mar, los habitantes solo pueden transitar de isla en isla para ganarse la vida, por eso la extrañan. El piloto, Yeison, lo confirma.
Actualmente, el área sumergida sigue siendo utilizada como antes. Los pescadores extraen caracol pala, langosta y otros mariscos a pulmón. También pescan en sus alrededores con extensas redes conocidas como trasmallos o boliches. Cuando atrapan langostas las guardan vivas en jaulones instalados a la orilla del mar, frente a sus casas. Ahí las almacenan hasta que pueden venderlas a los hoteles locales o compradores de Tolú o Cartagena. En Múcura, solo hay luz entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana gracias a un sistema solar donado por Japón, por lo tanto, este método es mejor que mantenerlas refrigeradas. Y es que uno de estos crustáceos puede valer desde 70 mil pesos en adelante.
Maravilla también sigue siendo utilizada para el turismo. Ahora, los promotores turísticos de Tolú y Coveñas la ofrecen como parte del plan: “Visita a la isla que desapareció”. No es extraño ver visitantes careteando y buceando en esas aguas.
Yerlis Paola Berrío, representante del Consejo Comunitario de San Bernardo cuenta que los ancianos y sabedores del lugar insisten en que la isla se puede recuperar. Quieren que vuelva a emerger. Para esto proponen hacer un relleno y una protección costera a partir de la siembra de manglar y que este sirva de protección costera natural. También saben que es solo una propuesta dado que la autoridad ambiental no lo permite.
¿Por qué desapareció Maravilla?
La investigadora Karem Acero, en sus estudios, ha encontrado que la pérdida de Isla Maravilla se dio por inundación y pérdida de terreno, ambos procesos derivados del aumento del nivel del mar y de la intensificación de los procesos erosivos.
Una idea que comparte con Juan Manuel Díaz, director científico de la Fundación MarViva, quien asegura que es un fenómeno completamente natural, que se ha venido acelerando con el aumento gradual del nivel del mar causado por el calentamiento global.
“Esos antiguos arrecifes, al bajar el nivel del mar, quedaron emergidos de uno a tres metros por encima del nivel del mar, formando las islas. Desde ese momento, hace unos 5.000 años, las islas quedaron expuestas a la acción erosiva de las olas, las corrientes y el viento. Dicha erosión natural hace que las islas, desde aquel entonces, vengan reduciendo su tamaño y algunas hayan desaparecido ya».
“Estos ocasionan su disolución parcial y consecuente fracturamiento, caída de bloques y el retroceso de la línea de costa. En islas como Ceycén y Maravilla el proceso erosivo se ha acelerado por la tala indiscriminada de manglar y la extracción de coral”.
En la misma línea, el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar), confirma que, en el escenario del cambio climático, los efectos inducidos por el aumento del nivel del mar son esencialmente importantes para definir el grado de vulnerabilidad de una zona o población.
Y, agrega, estos archipiélagos (Rosario y San Bernardo), caracterizados por tener un sistema hidrodinámico, que funciona mediante la acción del oleaje y los vientos alisios del noreste, han sido objeto de monitoreo por más de 50 años, debido a las variaciones del nivel del mar y al incremento en la tasa de erosión.
Adicionalmente, el estudio Visión integral de los Archipiélagos de Nuestra Señora del Rosario y de San Bernardo, desarrollado por Incoder y la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en 2014, argumenta que, dichos procesos erosivos, también están relacionados con el deterioro que sufre la terraza coralina ante su exposición a agentes atmosféricos y marinos como la escorrentía y el oleaje. San Bernardo recibe la carga de sedimentos del río Sinú y del Magdalena por el canal de Dique.
Los nativos reconocen las consecuencias de la deforestación. Admiten que fue un error talar el manglar, haber pescado con dinamita y sobreexplotar el caracol pala ante la falta de una veda y de una autoridad regulatoria. Pero aseguran que no sabían que todo eso traería consecuencias graves para su territorio, porque no existía la conciencia ambiental de hoy. Aclaran que no sólo fueron ellos los responsables de estas actividades.
Un elemento adicional sobre el colapso de Maravilla es la acidificación del océano. Sandra Vilardy, exdirectora de Parques Cómo Vamos y hoy viceministra de Ambiente, agrega que la isla, al estar compuesta de roca coralina, se torna muy frágil y, como el mar se está acidificando, es abrasivo con el coral, que está destinado a diluirse.
Otras islas han desaparecido
La disolución no fue solo en la ‘Isla de las Aves’; otras del archipiélago de San Bernardo ya se han extinguido. De eso conoce muy bien Juvenal Julio Berrío, ´El Tiburón’, uno de los líderes más antiguos del archipiélago. Ha sido pescador, navegante y conocedor del territorio. Sus padres fueron descendientes directos de los primeros pobladores de Santa Cruz del Islote.
Mientras caminaba por las angostas calles de su caserío, con una bolsa de caracoles y mariscos para llevar a Cartagena, narró sus recuerdos de infancia. Enumeró, una a una, las 16 islas del archipiélago de las cuales, según su conocimiento, ya no están seis: Galera, Arena, Isla de Jesús, Mogote, Mogote el Medio y la más reciente, Maravilla.
«Hombre, esas islas se perdieron por la tala de manglar anteriormente. Porque anteriormente venían -no sólamente los nativos, venía gente del continente- a llevarse barcos de madera. A largo plazo el resultado es que las islas pierden toda la vegetación, la erosión y el nivel del mar cada día van subiendo, se las va tragando…
Por ejemplo: Maravilla, que fue la última. Galera. Hay dos que no las conocí que eran Isla Arena e Isla de Jesús. Y acá estaban Mogote y Mogote el Medio y había otro Mogote más que era otra isla. Por todo, eran 16 islas, hoy en día mire las que hay: está -del golfo, para acá- Punta de San Bernardo -que eso pertenece a Bolívar, eso no pertenece a Sucre, porque Sucre nunca ha tenido islas-, Punta de San Bernardo, le llaman Boquerón, Cabruna -que queda frente al Rincón del Mar-, Isla de Palma -donde estaba el zoológico-, Mangle, Panda, Ceycén, Múcura, Islote -que es la capital de las islas- y Tintipán -que es la más grande del archipiélago-.»
“De seguir la tendencia actual de aumento del nivel del mar y de la erosión, estimo que todas las islas del archipiélago habrán desaparecido («hundido») antes de terminar el siglo XXI, o sea en unos 75 años. Las próximas en desaparecer serán probablemente Isla Mangle e Isla Panda”.
Caravanita y Pérdida son islas que también desaparecieron hace unos 60 años debido al alto grado de exposición a la acción de las corrientes y el oleaje, cuenta en su estudio Karem Acero.
Según testimonio de pescadores, también desapareció la isla Ahogada, frente a Rincón del Mar, en Sucre.
Por esto surge una pregunta obvia. ¿Cuál es el futuro de las islas? Juan Manuel Díaz, asesor científico de la Fundación MarViva tiene parte de la respuesta.
A lo anterior, Juvenal Julio refuta: Panda y Ceyzén colapsarán primero y en menos tiempo: diez años.
«Ceycén y Panda, conforme van, yo le digo que por ahí en 10 años más -si no le meten mano- desaparecen. Porque es que van desapareciendo pero rapidito, rapidito. De aquí, vamos ahora allá, para que vean, porque desde acá se ve.»
«Este otro mapa lo dirigí yo, no lo pinté, lo pintó una profesora de arte de la Universidad Nacional, pero yo lo dirigí en el año 2003. Ahí figuran ocho islas que componen el archipiélago. Hay islas que están ahí que ya desaparecieron. Ahí está la Isla Maravilla que ya no existe… todas las islas actualmente están divididas. La Isla Múcura: son dos islas, era una sola. La Isla Ceycén era una sola, son dos islas. Todas las islas son ahora dos islas. Divididas.
La máxima altura de las islas: 2 metros. En los valles los manglares, y si le quitamos los manglares, y si aumenta el nivel del mar, y si aumentan los mares de leva… todo en aumento. Las islas ahora son como 14, ya no son 8. Y ¿a quién le interesa? No será al gobierno, no será al Estado, no será a Parques Nacionales, no será la Agencia de Tierras, olvídese. Eso para mi es grave, de ahí parte mi gran preocupación».
Panda ya está colapsando
La angustia del profesor Flórez no es en vano. El piloto Yeison se dirigió a isla Panda, ubicada a 20 minutos del ahora Bajo Maravilla.
Desde la lancha se observa una cadena de islas regadas sobre el mar. Panda está dividida en dos islas grandes y una de estas, a su vez, en pequeñas partes. En el tramo de mayor tamaño hay una casa habitada, propiedad de un funcionario de la Armada, contaron pescadores. Aunque estas islas son baldíos de la Nación, como ocurrió en otros lugares del archipiélago, fueron ocupadas por privados.
Separada por un amplio boquete a unos 50 metros, está la otra parte de Panda. Yeison desembarca en ella. Amarra la lancha de un árbol, camina por el suelo marino que se hunde al pisar, cual arena movediza. Atraviesa un tapiz de centenares de conchas, caracoles y corales. Y llega a un rancho de madera en piso de tierra, amoblado con un catre. Afuera, posan sobre una estufa de leña dos lámparas de keroseno. Y detrás, un enorme tanque recoge agua lluvia del techo. Unos pasos más allá hay un cambuche de madera y plástico.
Es el refugio de dos pescadores que pasan allí faenas de hasta un mes. Cuando tienen pesca suficiente la venden a los compradores de las islas. También, viajan a Tolú, Berrugas o Rincón del Mar, en el departamento de Sucre, para hacer mercado y retornar otra temporada.
Aquí, esta vez sin permiso de la autoridad ambiental, los pescadores hicieron su propio rompeolas. Es una muralla en piedra que no supera un metro, construida alrededor de la isla. En algunos tramos el mar la derribó. Una nueva fue levantada con pequeñas conchas de caracol pala (Strombus gigas) que destaca sus tonalidades rosa. El tamaño de las caracolas parece sugerir que no llegaron a la madurez. Sobre el suelo arenoso quedan pocos mangles en pie. Otros más están al límite del agua, o ya dentro del mar.
Por eso el experto de MarViva, ‘El Tiburón’ y la gente de Múcura e Islote vaticinan que será la próxima isla que el archipiélago perderá para siempre. Se hunde ante la tristeza de los nativos y ante el silencio de las autoridades nacionales.
Isla Ceyzén sigue el mismo camino. La isla con mayor área de manglar, hace tiempo está partida en dos. Desde Islote o Múcura se ve un boquete suficientemente ancho como para que transiten varias embarcaciones.
La isla Mangle presenta daños por erosión y retroceso en su playa. Pese a ser patrimonio intangible, hace unas décadas fue convertida en blanco por la propia Armada Nacional. El programa Unitas ─que auspiciaba Estados Unidos ante la amenaza que le representaba la antigua Unión Soviética─ realizó allí maniobras tácticas con militares de varios países y la convirtió en polígono.
Sobre su frágil base coralina dispararon proyectiles de cañón. El profesor Flórez conserva las pruebas de estos ejercicios navales: dos enormes y pesadas ojivas fueron encontradas por pescadores en Panda y Mangle.
Lejos de allí se encuentra Isla Fuerte, que presenta el 50 % de su área erosionada. Múcura, Tintipán e islote también enfrentan el fenómeno.
¿Qué se puede hacer? ¿Existe alguna forma de detener por lo menos la erosión de estas islas? Para Juan Manuel Díaz, sí se pueden adoptar medidas de ingeniería que, si bien no impiden la erosión, logran mitigar o frenar sus efectos en el corto y mediano plazo. Sin embargo, se trata de intervenciones muy costosas y cuyos resultados no siempre resultan efectivos. Además, si bien tales obras – como diques, espolones y rompeolas – pueden frenar la erosión de las islas, también pueden causar desvío de corrientes y alterar patrones sedimentarios, con lo cual se pueden desencadenar impactos negativos para algunos ecosistemas marinos.
“En mi opinión, antes de emprender ese tipo de obras onerosas, deben implementarse medidas de reubicación de la población que habita las áreas insulares hacia el continente, para lo cual es necesario destinar espacios para atender su demanda de infraestructura, servicios y medios de vida. Las islas son parte de un sistema natural que es muy dinámico, luchar en contra de la tendencia de esa dinámica resulta generalmente y a largo plazo en una pérdida de tiempo y de dinero”.
La hoy viceministra Sandra Vilardy afirma que los parques marinos son los de mayor susceptibilidad a las diferentes dimensiones en las que se va a expresar el cambio climático, más cuando la tasa de aumento del ascenso del nivel del mar está tomando un carácter de curva exponencial, con graves efectos, sobre todo más en el mar Caribe que en la costa Pacífica.
“¿Que hizo el estado colombiano por estas islas? Nada. Colombia y su sistema de áreas protegidas está en mora de pronunciarse y hacer una planeación estratégica frente a la crisis climática. Van a ver pérdidas y daños. Es una realidad. Esto lo sabíamos, pero la prevención no está instalada. La atención nos ha fallado, la información estaba. La gestión de riesgo está dedicada a atender el desastre, no a prevenir. Es un enfoque muy complicado que está generando un efecto no deseado”
También lamenta que las zonas insulares no sean tan visibles porque el ascenso del nivel del mar causará problemas de manera exponencial, particularmente en el mar Caribe.
«En el país venimos hablando del ascenso del nivel del mar -de la mano del Invemar- hace ya más de una década. Ellos hicieron las primeras estimaciones de efectos de ascenso del nivel del mar, sobre todo, en el litoral y en ciudades costeras, pero esa ha sido una línea que tampoco ha tenido suficiente apoyo para poderla trabajar. Mucho menos en las zonas insulares, que lamentablemente no generan tanto impacto económico ni son tan visibles. Entonces tenemos un déficit importante de esa información, tenemos algunas modelaciones, pero por ejemplo las que se hicieron hace más de una década, [pero] con unos escenarios climáticos que ya -hoy en día- están completamente reajustados. Son orientadores, pero no son tan precisos.
Lo que sabemos, hoy en día, es que la tasa de ascenso del nivel del mar está tomando un carácter de curva exponencial y eso va a tener unos efectos más impactantes en el mar Caribe que en el océano Pacífico. El detalle de localización no lo tenemos a nivel nacional. Es una de las solicitudes que ha hecho el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) a las Naciones: por favor cojan estos modelos y aterrícenlos a escala nacional. En la Tercera comunicación de cambio climático hay una aproximación cercana, pero los aspectos insulares quedan un poco invisibilizados. Pero el efecto en esas pequeñas islas no está medido, no está evidenciado, porque pareciera que no son tan importantes. Tenemos una nube de mala información, de información difusa y que no se ha podido concretar. Por ejemplo, es importante nuestra recomendación a Parques Nacionales de que se monitoreen los efectos del cambio climático de manera concreta para cada parque. Esa es una medida de manejo que tiene que ser incorporada. Ahorita con el nuevo CONPES de la nueva política del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP), algo hay, pero no tiene la contundencia y la fuerza que uno podría estar esperando en estos tiempos de crisis climática.»
¿Qué piensa el gobierno de lo que ocurre en el archipiélago? El Ministerio de Ambiente del Gobierno Duque respondió a través de la oficina de prensa que el asunto es resorte de Parques Nacionales y la Unidad Nacional de Tierras.
El Jefe del Parque Nacional remitió a Orlando Molano, anterior Director Nacional y este no contestó el llamado, el derecho de petición y un cuestionario. La exdirectora de Parques Nacionales, Julia Miranda, tampoco respondió las preguntas sobre el manejo del parque en décadas anteriores.
Algunos de los líderes de San Bernardo critican la ausencia prolongada de las instituciones en la vida de los isleños. Uno de ellos es el profesor Alexander Atencio, director del colegio de Santa Cruz del Islote, quien a lo largo de 20 años ha emprendido batallas legales para hacer valer los derechos de la comunidad. Recalca que además del cambio climático, por el abandono de los gobiernos es que las islas han ido desapareciendo. Asegura que las instituciones han sido inoperantes en hacer una articulación con la comunidad porque no es solo dictar normas y prohibir, sino buscar el diálogo y promover actividades de co-manejo, como se hace en algunas regiones del Pacífico.
Por eso la investigadora Vilardy opina que, en tiempos de emergencia climática, con una aceleración de los impactos socioambientales, la respuesta del Estado es paquidérmica y ante esto las comunidades deben exigir más.
“Hay países donde tienen una infraestructura y unas capacidades mayores ─donde la velocidad puede ser un poquito mayor─. En nuestro país atender la crisis climática está siendo extremadamente lento. La estrategia 2050, que es la estrategia a mediano y largo plazo, tiene una información robusta pero la posibilidad de que esa información sea incorporada a las alcaldías, a los municipios, a los diferentes actores productivos u otras instituciones, está siendo super lenta. Lo mismo pasó con la tercera comunicación de cambio climático, tú ves hoy en día los planes de desarrollo municipal, los planes de manejo de cualquier área protegida, no han logrado incorporar esa información.
Además de que el Estado responde muy lentamente con lo que ha logrado avanzar, la incorporación de estos ─los instrumentos de manejo y de gestión─ está siendo súper lento. Al Estado le cuesta mucho aprender lo poco que hace, la poca información que logra gestionar. Por eso ahí, en toda esta escena climática, es tan importante la acción ciudadana. Porque como es tan evidente en todo el mundo, a los ciudadanos les ha tocado ese papel de dinamizadores de la acción, de la incidencia, para poder acelerar un poquito las acciones del Estado que es mucho más rígido y paquidérmico. Por eso es tan importante, en estos temas climáticos, que la acción ciudadana sea decidida, porque al final son los ciudadanos los que tienen que darle la cara».
Terminado el recorrido por las islas, Yeison enciende el motor del bote y emprende el regreso. Atrás quedan Ceyzén, Mangle, Tintipán, Islote y Múcura. Ondeando sigue la hilacha siniestra del bajo Maravilla. Cualquier día el mar se la llevará, como pasa cada tanto. Entonces, un buen pescador correrá a buscar otras astas para enterrarlas en el lodo coralino ─y en ausencia de una boya que ice la bandera nacional─ amarrará un plástico nuevo. Así no se perderá la insignia, memoria insular contra el olvido.
En los pequeños poblados la vida seguirá, los pescadores volverán a faenar temprano. Las mujeres de Puerto Caracol barrerán, con escobas de esparto, los charcos que los aguaceros dejan. Se reunirán temprano los corrillos frente al mar para tomar café y hablar del inagotable asunto de la ‘islita’.
Fue en uno de esos corrillos que se formó el 17 de mayo, mientras caía el chubasco mañanero que, Andrés Julio, un joven pescador, dijo: Isla Maravilla todavía existe, lo que pasa es que ahora está bajo el mar.
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CREADORES
Este informe especial fue producido en una alianza periodística de la Red Prensa Verde y Shots de Ciencia, como parte del proyecto Narrativas Climáticas del Periodismo Regional, bajo el patrocinio de la Fundación Heinrich Böll Colombia, CENSAT Agua Viva y el Ministerio de Medio Ambiente Alemán.
OLGA CECILIA GUERRERO R.
Periodista ambiental / Red Prensa Verde
Investigación y redacción
ocg@redprensaverde.org.co
Periodista científico / Shots de Ciencia
Edición, fotografía, audio y video
MARÍA MÓNICA MONSALVE
Edición
Periodista América Futura / El País
Bogotá, Colombia, septiembre de 2022
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