Más de 36000 plantas y hongos son útiles para las comunidades
Más de 2600 personas se unieron para investigar alrededor de 36 000 plantas y hongos que podrían tener alguna utilidad social en Colombia. Con los resultados del estudio se crearon herramientas de una bioeconomía que impulse el desarrollo sostenible en las comunidades. Además, se crearon tres sitios web en donde se comparte la información recolectada, libros, manuscritos y reportes científicos.
Astrid Arellano / Momgabay Latam
Colombia es el segundo país más diverso en plantas y hongos del mundo, su variedad de especies de flora alcanza las 28 947, además de contar con al menos 7 140 especies que representan al reino fungi. La nación sudamericana también se ha descrito entre las que mayor diversidad étnica tiene en su territorio, con al menos 85 grupos étnicos y 68 lenguas nativas reconocidas. Por ello, un reciente estudio afirma que el conocimiento asociado con plantas y hongos útiles puede ser tan rico como la variedad cultural.
A pesar de su riqueza biocultural, especialistas del Jardín Botánico Real de Kew y del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt afirman que el país sigue marcado por una gran desigualdad social y pobreza rural. El Acuerdo de Paz de 2016, luego de décadas de conflicto armado interno, ha brindado nuevas oportunidades para el crecimiento socioeconómico. Sin embargo, para los expertos esto también tiene dos caras: ser una oportunidad para un desarrollo sostenible basado en sus recursos naturales o una amenaza para la biodiversidad colombiana si no se hace de forma adecuada.
Para cerrarle la puerta a la segunda posibilidad, se creó el proyecto Plantas y Hongos Útiles de Colombia (UPFC). Se trata de una iniciativa que busca mejorar la contribución y beneficios de la naturaleza a las personas en Colombia. Para ello se toma el conocimiento sobre las plantas y los hongos como base para lograr su uso, comercialización y, en especial, su conservación. Lo que se busca es promover un mercado para especies autóctonas útiles y contar con productos de alto valor elaborados con estos bienes naturales.
Entre los resultados que hasta ahora tiene el proyecto están más de 140 productos de difusión, en donde destacan tres sitios web que reúnen —en un formato de amplios catálogos— la información recopilada entre la academia y las propias comunidades locales colombianas sobre más de 36 000 plantas y hongos.
“En estos catálogos de plantas y hongos útiles se profundiza y se va hacia la utilidad: no solamente conocemos cuál es la diversidad en Colombia, sino sus usos”, explica Tatiana Rojas, investigadora especializada en bioeconomía del Instituto de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt y coautora del estudio e iniciativas.
¿Qué es la bioeconomía?
En Colombia, la bioeconomía ha sido definida como un sistema económico y de producción que utiliza de manera eficiente y sostenible la biodiversidad y la biomasa, para generar servicios y productos de alto valor agregado. Utiliza como base el conocimiento, ciencia, tecnología e innovación. Hay dos elementos muy importantes: el primero, es que en nuestra estrategia de bioeconomía se recalca la importancia de la biodiversidad. Si ves, por ejemplo, las más de 50 estrategias de bioeconomía que actualmente existen, muy pocas —y yo diría que casi ninguna— resaltan la biodiversidad, pero sí resaltan la biomasa de productos agrícolas. Esto pone en el panorama internacional a Colombia como el segundo país más biodiverso del planeta y nos especializa, nos hace diferentes.
En segundo lugar, está el conocimiento —no solamente científico, sino el inmenso acervo que tenemos en términos de conocimiento tradicional— con el que, a través de la ciencia y tecnología de innovación, podemos hacer transiciones hacia la bioeconomía.
Los términos de negocios verdes, crecimiento verde y bioeconomía han sido utilizados como si fueran sinónimos, pero realmente no lo son. Se habla de la bioeconomía cuando ya existe una capa de ciencia y tecnología de innovación en la transformación de estos productos y servicios que provienen de los recursos biológicos. Entonces, sí hay una diferencia muy importante entre negocios verdes y bioeconomía. Colombia, además de ser biodiverso, es un país también culturalmente diverso, por ello existen tantas bioeconomías como territorios.
¿Cuáles fueron los hallazgos más relevantes de su investigación y qué información lograron reunir?
Los resultados del proyecto Plantas y Hongos Útiles de Colombia fueron significativos no sólo para las comunidades locales, sino también para el país, para el público en general, que realmente no conoce la biodiversidad y el potencial que tiene nuestra nación. Este proyecto, que duró aproximadamente dos años y medio, tuvo grandes contribuciones para comunidades locales, para público general, para el sector académico y para el sector productivo, es decir, para gran diversidad de actores.
Las contribuciones más significativas en términos de impacto fueron la generación de tres portales nuevos: el primero es ColPlanta; el segundo, es ColFungi; y el tercero, es la Red de Ingredientes Naturales de Colombia. Los primeros dos, básicamente, muestran información biológica y ecológica de las especies. Si busco una especie, como el asaí (Euterpe oleracea), que se conoce relativamente a nivel mundial y lo pongo en el portal, me aparece dónde está la especie, aspectos de fenología —es decir, cuál es su productividad y en qué épocas aflora— y también información muy importante que no existe en casi ninguna base de datos, que son los usos.
ColPlanta ya existía antes de este proyecto, pero lo que se hizo fue enriquecer los perfiles. Lo que no existía era ColFungi. Antes de este proyecto en el país no existía una plataforma en la cual se pudieran ver qué hongos o qué información de registros de hongos existía en Colombia. Finalmente, la Red de Ingredientes Naturales de Colombia significó un gran esfuerzo al unir la oferta y la demanda de especies nativas de Colombia que no son exclusivamente cultivadas, sino que también tienen manejos silvestres. En el pasado, muchos productores se nos acercaron y nos decían: “Si yo quiero emprender en Colombia para fortalecer una cadena de valor como esta, que es nativa, silvestre o semisilvestre, ¿qué puedo hacer?”
La Red une la oferta con la demanda, tiene visores geográficos que permiten identificar dónde se encuentran estos actores y también es un espacio para publicar anuncios. Por así decirlo, es una red social para impulsar las cadenas de valor de sus productos no maderables del bosque.
Así mismo, logramos enriquecer y actualizar más de 160 000 perfiles de plantas y de hongos. Publicamos, a lo largo de estos dos años y medio, más de seis libros y cinco librillos; generamos más de siete reportes científicos y 13 manuscritos. Colaboraron más de 120 investigadores, no solo en Colombia sino también en el Reino Unido y de otras nacionalidades. Generamos también más de 76 colecciones no solo con el sector académico, sino también con el sector productivo de Colombia y con comunidades locales.
Así se registraron más de 1 760 usos para las 650 especies de plantascolectadas en campo. Analizamos cuatro cadenas de valor para especies estratégicas del país, como el asaí y la vainilla del Pacífico colombiano, el guáimaro en el bosque seco tropical, y variedades de cacao nativas, en Boyacá. Podemos decir que más de 2 657 personas participaron en este proyecto y brindamos alrededor de 80 actividades de fortalecimiento de capacidades a comunidades locales.
¿Por qué es importante que las comunidades locales tengan estos datos disponibles para su uso?
Este proyecto, más que compartir información hacia las comunidades, fue sobre cómo instituciones académicas —tanto el Instituto Humboldt como el Jardín Botánico Real de Kew— podíamos estar insertas dentro de estas dinámicas territoriales y poder contribuir a sus visiones de desarrollo. Esto es muy importante, porque finalmente las comunidades —y más en un país como Colombia en donde existen diversidad de entidades étnico territoriales— son dueñas de los recursos biológicos.
Este proceso de cómo empezamos a relacionarnos con las comunidades empezó incluso un año antes de poder trabajar con ellas. Fue un proceso bastante lento, porque primero se debía socializar el proyecto y ajustarlo a las necesidades de los territorios.
Para las colectas botánicas, las comunidades participaron como coinvestigadoras y, para hacer todos estos análisis de red de valor, básicamente fueron ellas quienes priorizaron qué especies podrían ser potenciales para la bioeconomía. Se hicieron bastantes encuentros participativos para que fueran ellas quienes decidieran qué especies debían ser utilizadas y que cumplieran con criterios de sostenibilidad, es decir, donde se consideraban aspectos biológicos y ecológicos de las especies, además de aspectos socioculturales, como los sistemas de gobernanza y los medios y modos de vida locales y, finalmente, los circuitos de comercialización y las iniciativas que existían en los territorios. Las comunidades ya tienen ese conocimiento y nosotros simplemente somos un medio para poder fortalecer eso.
¿Cómo es que todo este trabajo conjunto entre instituciones y las comunidades no solo apoya al desarrollo comunitario, sino también a la conservación de las especies?
Cuando hacíamos esos encuentros de priorización de especies para ser potencializadas en el marco de la bioeconomía, siempre les pedimos a las personas que dijeran todas las especies que se les ocurrieran y que estaban actualmente usando en sus territorios. A partir de eso, clasificaron esas especies dentro de tres criterios de sostenibilidad: primero, únicamente aquellas en las cuales ellos evidenciaran que efectivamente sus sistemas de aprovechamiento respetaran los límites de la naturaleza; lo segundo, que también fueran parte de sus medios y modos de vida; y tercero, que ya existieran organizaciones locales que las estuvieran promoviendo y que también ya existieran circuitos de autoconsumo y de producción en los sitios o a nivel regional y nacional.
Acá es cuando efectivamente veíamos cómo esas especies que ellos mismos priorizaron podían conservar los bosques y contribuir al desarrollo de sus comunidades. No todas las especies cumplen con estos criterios. La vainilla (Vanilla planifolia), el guáimaro (Brosimum alicatrum) y el cacao (Theobroma cacao) son especies que ya tienen procesos locales organizativos y que no son netamente cultivos o monocultivos, sino que tienen arreglos agrobiodiversos y que hacen parte de los aspectos culturales de estas comunidades. Eso garantiza definitivamente la sostenibilidad de una cadena de valor, porque es muy difícil imponer ciertas especies cuando las personas nunca las han utilizado o no saben cómo utilizarlas. Es mejor contribuir a esa recuperación de sus saberes para que se dé una sostenibilidad en el tiempo de estas redes y cadenas de valor.
En plantas como el guáimaro —que se le conoce como Ramón en México y en Centroamérica— no solo se usa la semilla para producir harina, sino también las hojas para generar infusiones o para forraje. Ahí nos damos cuenta de cómo estas plantas son multipropósito, cumplen diversas cadenas y se vuelven muy importantes en la bioeconomía. Disminuyen el riesgo de solamente enfocarse en un producto y de no ver la diversidad de productos que podría ofrecer esta especie. Sin embargo, esto debe ser visto de manera muy cautelosa, porque deben existir protocolos de uso y aprovechamiento para que este tipo de especies, que son silvestres, no se pongan en riesgo. Si el guáimaro desaparece, al ser una especie sombrilla, implica que otra especie icónica como el mono tití (Saguinus oedipus) desaparezca.
¿Por qué ha resultado importante la colaboración entre los científicos y las comunidades frente a temas como la expansión de la agroindustria, la minería y el desarrollo urbano que, como apuntan en el estudio, están provocando deforestación en los territorios colombianos?
Las comunidades ven a estos aliados académicos —como el Instituto Humboldt o el Jardín Botánico Real de Kew— como instituciones de alta credibilidad que, como aportan datos científicos robustos, pueden entrar a mediar con otro tipo de entidades para que se aseguren sus derechos. Esa es nuestra labor desde una visión muy objetiva de lo que está pasando en los territorios. Este uso del suelo que puede llamarse minería, ganadería extensiva o diferentes usos del suelo, efectivamente, no están contribuyendo. No solamente a los medios de vida de las poblaciones locales, sino que también en otros estudios que hemos logrado realizar no son tan costo-efectivos. Nuestro papel es evidenciar —a estas autoridades locales— cómo los sistemas agrobiodiversos, que incorporan las visiones de vida de estas personas, terminan siendo más beneficiosos para el entorno natural, además de que diversifican la canasta de las familias, recuperan saberes tradicionales y son costo-efectivos en el tiempo.
¿Cuáles serían los alcances y los logros del proyecto específicamente para las mujeres y los jóvenes?
En cuanto a mujeres, básicamente, lo que logramos evidenciar fue una participación mucho menor que la de los hombres. En el total de participantes, el 44 % eran mujeres y el 56 % eran hombres, es decir, a pesar de que tratamos de incluir a una población de mujeres, en Colombia todavía existe el paradigma de que el hombre es quien participa en las acciones o toma de decisiones de los hogares rurales. A pesar de que el porcentaje no es tan asimétrico, hay que decir que todavía en Colombia, y sobre todo en las zonas rurales, la participación es exclusivamente masculina. Eso se veía muy reflejado en el caso del asaí, donde la acción de recolectar es de hombres, porque tocaba meterse al monte, hay culebras y es un trabajo físico. Las mismas mujeres decían que no se podían meter allá. Recolectar, cargar, transformar, hacer con las manos trabajos muy pesados, sigue siendo una acción muy masculina.
Siempre que hacíamos las convocatorias incitábamos a los actores locales a que abrieran estos espacios a las mujeres y sí se vio una participación grande. Digamos que el foco del proyecto no estaba en fortalecer a una población de mujeres, sino en ser equitativos, en tratar de incluir no solamente a mujeres, sino también a jóvenes, porque vemos que en los territorios el campo está olvidado y los jóvenes lo que quieren es migrar a las ciudades. No quieren trabajar en el campo por todos los problemas que hemos tenido en Colombia, también por el conflicto armado. El campo ya no representa una alternativa futura. Estaba muy enfocado hacia diversos sectores: comunidades indígenas, comunidades afro, diferentes sectores y hacia la diversidad que tiene el país en términos de estas poblaciones.
Los resultados específicamente para las comunidades fueron que, primero, todo eso que hicimos en las colecciones biológicas, en las expediciones, fue devuelto. Hicimos una publicación con todas las especies de plantas y hongos útiles en los tres sitios piloto y devolvimos toda esa información botánica de usos y conocimientos ancestrales a través de unas herramientas que llamamos plastic cards, para que ellos mismos las tuvieran.
Sobre el análisis de cadenas de valor, todos esos diagnósticos los entregamos. Una vez que finalizó el proyecto, volvimos a los tres sitios piloto en donde trabajamos, que eran Bahía Solano, Becerril y Otanche, para entregar toda la información y decirles cómo se podía consultar. Dimos recomendaciones de cómo esos sistemas podrían ser mejorados en términos tecnológicos, económicos y organizativos. Finalmente, también hicimos capacitaciones en negocios verdes: cómo establecer el propósito del modelo de negocios y la propuesta de valor, cuáles eran los canales de comercialización, los competidores y los costos para hacer esa propuesta.
Los resultados de mayor impacto para las comunidades fueron no solamente esa transferencia de conocimiento de lo que se recolectó y las recomendaciones para mejorar los sistemas, sino además capacitaciones para que ellos tuvieran herramientas que puedan replicar en el tiempo en términos de negocios verdes.
¿Cómo estos proyectos y bancos de datos ayudan al objetivo de políticas verdes para 2030 en Colombia?
Consideramos que ayuda muchísimo porque, si no tenemos conocimiento de qué es lo que hay en lo nativo colombiano, si no sabemos qué es útil, no podemos potenciar ciertas especies dentro de cada territorio para que esto sea una realidad; sería como ir a ciegas. Estos estudios no solamente tienen en cuenta el criterio económico. Por lo general, los estudios que se han hecho en Colombia para priorizar especies potenciales en la bioeconomía, se basaban únicamente en criterios de demanda: veamos qué está pasando en el mundo y qué ingredientes naturales debemos potenciar según la demanda para potenciarlos.
Entonces, lo bueno de estos estudios es que también reconocen cuáles son los límites biológicos y ecológicos del ecosistema, cuáles son los sistemas de gobernanza, cuáles son los medios y modos de vida, cuáles son los circuitos de comercialización y de consumo locales, para poder priorizar de una manera mucho más sostenible y justa con los territorios. Ese también es el valor agregado de estas investigaciones que hemos realizado: que tienen en cuenta a las personas, a los territorios y a todos los problemas que han enfrentado en términos de conflicto armado, de desplazamiento, y que no tienen una visión netamente económica y de demanda.
Imagen superior: Expedición biológica con co-investigadores miembros del Consejo Comunitario Río Valle en Bahía Solano, Chocó. Foto: Mónica Flórez