Menos del 50 % de las aves migratorias completan sus viajes. La pérdida de hábitat es una de las mayores amenazas que enfrentan, sin embargo, nuevos peligros se suman a la lista: las torres de comunicación y los altos edificios, la contaminación lumínica los desorienta. Algunos hábitats artificiales, como las piscinas de las salineras, se han convertido en refugio y zona de alimentación para muchas especies de aves playeras.
José Antonio Paz Cardona / Mongabay Latam
El cambio climático, la destrucción de hábitats y los cambios en la disponibilidad de recursos para alimentarse son algunos de los mayores problemas para las aves migratorias que viajan en grupos de miles, y que son importantes para la subsistencia de muchas especies que habitan en los lugares donde ellas se congregan durante sus extensas travesías.
A esos problemas se han sumado otros en los últimos años. Uno de ellos es la contaminación lumínica, que afecta la visibilidad y las rutas de muchas de estas aves que terminan perdidas o muertas en colisiones con edificios y otras infraestructuras.
En este 2024, la Convención sobre las especies migratorias (CMS, por sus siglas en inglés), que hace parte de Naciones Unidas, además destaca que la pérdida mundial de diversidad en insectos se ha convertido también en una gran amenaza para muchas aves.
La CMS afirma que las aves migratorias a menudo programan sus viajes para que coincidan con la abundancia de insectos y que dependen de ellos para alimentarse durante sus paradas, para tener éxito reproductivo y para alimentar a sus crías.
“La cruda realidad, descubierta en los últimos años, es que las poblaciones de insectos están disminuyendo, en correlación con el declive de las especies de aves que dependen de ellos para sobrevivir. Un análisis publicado en la revista Science reveló que estamos perdiendo aproximadamente el 9 % de la población mundial de insectos cada década. La deforestación, la agricultura industrial, el uso excesivo de pesticidas, la contaminación lumínica y el cambio climático son los principales factores de esta tendencia”, indica la organización.
Los países tropicales de América son un lugar clave para las especies boreales y australes que huyen de las inclemencias del clima cada año. En estas naciones hay grandes vacíos de información sobre las poblaciones de aves y sus aportes a los ecosistemas de la región. Ese es el caso de Ecuador, donde actualmente se desarrollan iniciativas para fortalecer el monitoreo y la conservación de las aves playeras y de varias especies que llegan a la zona andina y al Chocó biogeográfico.
Los peligros que enfrentan las migrantes
Ecuador tiene registros oficiales de 1699 especies de aves y es el cuarto país en el mundo con mayor diversidad de estos animales. Alrededor de un 8,7 % de las aves visitan esta nación todos los años y ocupan hábitats diferentes, ya sea como sitios de paso y recarga de alimento en su ruta migratoria, o como lugares donde establecen sus cuarteles de invernada.
La mayoría de aves migratorias en Ecuador vienen desde el hemisferio norte. Cuando llega el invierno en esa zona, se dirigen al sur (migración boreal) y arriban a partir de octubre, luego de una travesía de al menos 2 500 kilómetros. En este tiempo, las aves se recuperan de su viaje y se dedican a comer, formando parte de las comunidades de aves tropicales durante cinco a seis meses.
A partir de marzo o abril, emprenden su viaje de retorno hacia el norte, donde existen mejores condiciones para su reproducción, y donde la primavera marca el inicio a una estación abundante en insectos, un tiempo en el que las plantas empiezan a retoñar y hay disponibilidad de sitios de anidación.
Tatiana Santander, directora de conservación de la ONG Aves y Conservación en Ecuador, asegura que las poblaciones de aves migratorias presentan declinaciones importantes. Además, resalta que muchos aspectos de la ecología de las especies son desconocidos e, incluso, no hay información suficiente sobre la cantidad de individuos.
¿Qué pasaría si se interrumpen las migraciones de las aves? Para Santander, esta es una pregunta sobre la que tratan de obtener respuestas todo el tiempo. Por ejemplo, se sabe que pueden ser importantes dispersoras de semillas, y en el caso de las que se alimentan de insectos, pueden ser eficientes controladoras de plagas. También se conocen casos de aves que cambian su dieta de frugívoras a insectivoras, dependiendo de la época del año. Sin embargo, la experta insiste en que falta mucha información para tener un panorama más completo y detallado.
El investigador explica que, “Si vamos perdiendo las aves migratorias, o si es que estas no pueden completar sus migraciones, se puede dar un desequilibrio en los ecosistemas, porque muchas funciones o roles no van a ser cubiertos por las aves residentes”..
En el documento Protocolo Participativo para el Registro de Aves Migratorias, publicado por Aves y Conservación en el 2022, se menciona que la habilidad de volar que poseen las aves, sus sistemas nerviosos altamente desarrollados y la posibilidad de realizar ajustes fisiológicos de manera rápida han permitido a las aves estar bien adaptadas para sacar ventaja de las variaciones en la abundancia de los recursos estacionales a través de la migración.
Sin embargo, a pesar de los beneficios, también hay una gran desventaja. Los vuelos extensos y los lugares de parada a lo largo de las rutas migratorias suponen un costo muy alto: el riesgo de morir.
El documento menciona que más del 50 % de los individuos que migran, mueren en el viaje. Las principales causas de esas muertes tienen que ver con atravesar áreas desconocidas que pueden poner en peligro su capacidad de encontrar comida y evitar predadores, debido al agotamiento extremo que presentan, así como jornadas en las que atraviesan océanos, montañas y desiertos, situaciones en las que pueden quedarse sin energía y no encontrar un lugar donde reposar.
Las aves migratorias también son vulnerables ante fenómenos naturales como huracanes que pueden provocar una muerte masiva, la escasez de alimento en los lugares de parada críticos, enfermedades y actividades antrópicas como la cacería.
El protocolo de Aves y Conservación resalta el hecho de que a finales de la década de los ochenta aparecieron algunos reportes que daban cuenta del alarmante decrecimiento poblacional que experimentaban las aves migratorias. “También existen problemas con la cacería y la contaminación del agua y suelos por uso de agroquímicos”, se lee en el documento.
Precisamente, el uso de agroquímicos es uno de los temas que más preocupa actualmente a la CMS. “Los insectos son clave para la supervivencia y el éxito reproductivo de muchas aves migratorias. Entre ellas se encuentran algunas aves acuáticas migratorias como el Ibis calvo septentrional (Geronticus eremita) y la avefría sociable (Vanellus gregarius), ambas especies en peligro de extinción. El uso intensivo de plaguicidas es una de las principales causas del declive de las poblaciones de insectos. Protegiendo a los insectos, protegemos a nuestras aves migratorias”, dijo Amy Fraenkel, secretaria ejecutiva de la CMS, en un comunicado oficial.
Tatiana Santander también destaca que recientemente se ha visto que las torres de comunicación y los altos edificios representan una amenaza en aumento; al igual que la contaminación lumínica asociada que puede alterar los patrones de migración de las aves, su comportamiento de búsqueda de alimento y su comunicación vocal, provocando desorientación y colisiones.
Las aves migratorias playeras
Ana Agreda, coordinadora del programa Conservando Áreas Prioritarias para Aves Acuáticas Migratorias en Ecuador, en la ONG Aves y Conservación, lleva 15 años trabajando con aves playeras en el país. Agreda destaca que estas especies suelen tener poblaciones con muchos individuos, por lo que se suele pensar que no están en peligro. Sin embargo, asegura que en muchos casos hace falta un monitoreo y que, a pesar de que se tienen datos sobre algunas especies, al existir un faltante histórico de información, es muy difícil establecer un comparativo. “Es probable que hoy digamos, ‘hay muchas aves’, pero no sabemos si hace décadas esas poblaciones eran aún más grandes, y en realidad tenemos un declive”, dice.
De acuerdo con el Plan de Conservación para Aves Playeras en Ecuador, publicado en el 2017, en el país se registran 59 aves playeras y 28 de ellas son migratorias de largas distancias que han visto impactados algunos de sus hábitats.
Para Ágreda, la pérdida de hábitat por el desarrollo industrial, urbanístico y turístico está transformando los ecosistemas de una forma dramática. “Hemos perdido una enorme cantidad de hábitats y algunas de las más afectadas son las poblaciones de aves playeras migratorias. Como muchas de ellas tienen distribuciones bastante amplias dentro del continente americano, y tienen poblaciones relativamente grandes, es difícil entender que están declinando. Es por eso que se necesitan indicadores y programas de monitoreo. Sabemos que sus poblaciones se están reduciendo, pero no entendemos exactamente de qué manera está ocurriendo”, asegura.
Agreda trabaja desde hace varios años en las zonas de producción de una importante salinera en Ecuador, que se ha convertido en refugio y centro de alimentación para estos animales, dada la reducción de ecosistemas naturales como estuarios, salitrales y manglares.
La experta comenta que monitorea cada mes unas piscinas salineras de aproximadamente 1 500 hectáreas desde el año 2007. “Las piscinas se han convertido en una pequeña isla, un pequeño refugio para estas especies migratorias. Es un sitio seguro donde la comida se concentra en grandes cantidades. Algunos hábitats artificiales pueden verse como una alternativa importante en las rutas migratorias, considerando que muchos paisajes naturales están siendo destruidos”.
Por su parte, Tatiana Santander y otros expertos siguen trabajando en el Protocolo Participativo para el Registro de Aves Migratorias, con énfasis en el Chocó ecuatoriano.
El monitoreo es uno de los puntos clave en los que han centrado sus esfuerzos, ya que es una alternativa para llenar vacíos de información sobre las necesidades de las aves migratorias, así como de sitios y hábitats clave donde se puedan establecer estrategias adecuadas para su conservación. Al mismo tiempo, esperan que el monitoreo a largo plazo les permita medir el éxito de las acciones que se implementen.
Los expertos escogieron nueve sitios clave entre las provincias de Esmeraldas, Carchi, Imbabura y Pichincha, que forman parte de la región Chocó-Andes, y cubrieron zonas en alturas entre 0-1000 metros, 1000-2000 metros, y 2000-3000 metros.
Con base en esa experiencia diseñaron una metodología, en la realizaron visitas mensuales a todos los sitios, “contando y llevando a cabo el registro visual y auditivo de todas las especies de aves; además se anotó la distancia de observación aproximada para las aves encontradas (…) Cuando fue posible, se registró el sexo de las aves y si se encontraban solas o en bandadas”, dice el documento.
Los investigadores aseguran que el monitoreo es fácil de replicar, y con él esperan conseguir datos suficientes para identificar tendencias sobre tres especies focales: reinita de Canadá (Cardellina canadensis), reinita cerúlea (Setophaga cerulea) y Pibí Boreal (Contopus cooperi).
“Es importante siempre trabajar en colaboración con los actores locales, compartir la información generada, mantener la comunicación e involucrarles en el monitoreo”, destaca el documento.
Al final, lo que les interesa a los científicos es la conservación de las aves y sus hábitats.
Cuando Tatiana Santander trabaja con niños, y en campañas de educación ambiental, siempre menciona que las especies migratorias tienen dos hogares que están siendo degradados y les pregunta: “¿Qué pasaría si tú te vas y, cuando regresas, tu casa ya no está?”.
*Imagen superior: Acadian Flycatcher/ Empidonax virescens ©Rebeca Rivas/ Aves y Conservación.