La lucha por rescatar primates del tráfico ilegal
En cerca de 18 años de trabajo, la Fundación Maikuchiga ha rescatado y rehabilitado a unos 800 monos víctimas del tráfico ilegal de fauna en la Amazonía colombiana.
Astrid Arellano / Mongabay Latam
Jhon Vásquez aprendió a leer las miradas de los micos. Cada movimiento de sus ojos y de sus cuerpos son parte de un diálogo, asegura, y en ellos encuentran las más profundas historias de supervivencia ante las amenazas que les rodean. Es cuestión de querer entenderlos. No necesitan hablar: sus ojos, su cola, cada gesto con sus labios, son expresiones como las de los humanos, dice.
“En una ocasión una mona churuca (Lagothrix lagotricha) se fue por varios meses, pero regresó con una herida que le causó un águila arpía (Harpia harpyja). Era muy claro que ella, en su rostro, decía: ‘necesito que me ayudes’. Sus ojos decían que quería vivir”, cuenta Vásquez. “Se recuperó en tres meses y fue como regresarle el espíritu. Ver que volvió a los árboles amazónicos fue la recompensa”.
Vásquez tiene 39 años y es originario de la etnia Tikuna. Dirige la Fundación Maikuchiga, ubicada en el resguardo indígena de Mocagua, en Colombia. Es una comunidad vecina del Parque Nacional Natural Amacayacu y se encuentra a hora y media en bote de Leticia, capital departamental, por el río Amazonas. Allí se dedica a rehabilitar primates de los efectos de sus peligros naturales, pero, sobre todo, a los que son víctimas del tráfico ilegal de fauna, un delito arraigado en la región.
“El nombre Maikuchiga, en lengua tikuna, quiere decir ‘Historia de micos’, porque cada mico tiene una historia que contar, sea buena o mala”, explica el conservacionista. “A veces son graciosas o de acción, pero otras hablan de su pánico”, cuenta.
Desde 2004, la Fundación Maikuchiga, recibe los monos rescatados o confiscados por la Policía Nacional o la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Sur de la Amazonia (Corpoamazonia). Vásquez contabiliza, al menos, unos 800 ejemplares que han pasado por la casa de rehabilitación desde entonces, donde alrededor de un 70 % ha logrado recuperarse para ser reintroducido a su hábitat natural.
“Algunos primates han perdido tanta habilidad y destrezas al estar privados de la libertad —como usar su cola o trepar— que, cuando están libres, saben bien que más allá se encuentran sus depredadores y que son presa fácil”, explica Vásquez. Por ello, los micos con pocas posibilidades de sobrevivir en la selva se quedan en la fundación, dentro del resguardo.
Las amenazas
El mono churuco (Lagothrix lagotricha) es la bandera de la causa. Se trata de un mono carismático y musculoso que puede pesar hasta 20 kilogramos y medir 60 centímetros de alto, tiene un abundante pelaje y una cola prensil que funciona como un quinto miembro para moverse. Aunque es hábil para desplazarse y escapar del peligro, las consecuencias son terribles cuando no lo logran, pues las pérdidas de ejemplares pueden tardar bastante en recuperarse debido a su reproducción lenta, ya que la edad adulta ronda los 10 años y las hembras pueden parir únicamente una cría cada dos años.
Estos primates habitan un área vital amplia donde, al comer frutas, se convierten en unos importantes dispersores de semillas que, por ende, garantizan el buen estado del bosque cuando se encuentran en poblaciones grandes.
Pero el “lanudo”, como también le llaman, es víctima de la caza por su abundante carne y también es capturado para venderlo ilegalmente como mascota. Además, la tala desmedida de los árboles donde habita y el cambio climático que provoca la escasez de los frutos que consume, son algunos de los motivos más importantes por los que aparece como En Peligro de Extinción según el Atlas de la Biodiversidad de Colombia y en estado Vulnerable, de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
“Al ser un mico grande se encuentra en peligro porque su carne es suficiente para alimentar a toda una familia. Además, su reproducción es supremamente lenta: su edad reproductiva está en unos 10 años, es mucho tiempo para que cualquier cosa pueda pasar en su contexto natural o en presencia humana, por eso nuestra línea de recuperarlo”, dice Vásquez.
Así la comunidad de Mocagua ha firmado un acuerdo en favor de la especie y cuenta con una sanción para quienes incumplan: “echarlos de la comunidad”, asegura Vásquez. “Se ha priorizado y entendido que debemos seguir cuidando este patrimonio”, agrega.
Pero la organización no solo ayuda a los churucos, sino también a otras especies que se han visto amenazadas, como los monos ardilla y araña (Saimiri sciureus y Ateles belzebuth), también víctimas de delitos contra sus vidas.
Según datos oficiales del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (MADS), analizados por la Wildlife Conservation Society (WCS Colombia), entre 2010 y 2018fueron recuperados del tráfico ilegal de especies de fauna silvestre 3160 animales de todas las especies, en las zonas fronterizas Colombia – Ecuador y Colombia – Perú – Brasil.
De ese total, la mayor cantidad de aprehensiones de mamíferos corresponde a monos nocturnos del género Aotus, con 87 ejemplares; seguido del perezoso de tres dedos (Bradypus variegatus) con 33; y el mono ardilla (Saimiri sciureus) con 21. Para el caso del mono churuco, se recuperaron 12 ejemplares. La mayor cantidad de decomisos de individuos vivos se registró en Leticia.
Uno de los expertos del equipo de Combate al Tráfico de Vida Silvestre para WCS Colombia, afirma que la región amazónica, por ser una zona de un valor biológico incalculable, representa un oasis para la ejecución de este delito. Esto, debido a que Colombia tiene una frontera extremadamente porosa con Perú, Brasil y Ecuador, lo que la vuelve difícil de controlar.
“Esto hace que se convierta en un sitio estratégico para la salida de fauna silvestre del país”, explica. “Y no solo eso: así como toda la biodiversidad puede salir, hay quienes usan la frontera para el ingreso de especies de otros países y que usan a Colombia como trampolín para salir”.
El experto agrega que antes el tráfico estaba encaminado a la venta de animales de compañía y hacia el consumo humano como un suplemento proteico para la comunidad, pero “ahora es parte de grandes multinacionales y grandes carteles dedicados a extraer toda esa riqueza ambiental, poniendo en riesgo el patrimonio de Colombia y de la humanidad”, asegura.
Por ello, además de trabajar con la Fundación Maikuchiga, WCS Colombia capacita a las policías Nacional, Aeroportuaria y Ambiental, así como a las aerolíneas de carga y de pasajeros respecto a la responsabilidad de informar, identificar y aportar, desde sus funciones permitidas, al control del tráfico de fauna silvestre.
Desde el programa de Combate al Tráfico de WCS Colombia, la intención con Maikuchiga es brindarles capacitación para ampliar su campo de acción de primates a anfibios y reptiles, pues también podrían actuar para detener el tráfico de especies como la tortuga mata mata (Chelus fimbriata), la tortuga charapa (Podocnemis unifilis y P. expansa) y la tortuga taricaya (Podocnemis unifilis).
“Eso también sucede con ranas venenosas que son capturadas con fines rituales, espirituales y médicos, junto a otras especies que han ido creciendo en términos del tráfico que se da con ellas”, explica. “El trabajo que vamos a hacer con la Fundación Maikuchiga es darles a conocer esas especies que se están moviendo y cuál es la importancia de su rol, para que no salgan del ecosistema”.
De esa manera están trabajando en campañas de sensibilización y vinculación con las comunidades indígenas porque, por un lado, se puede encontrar el apoyo de la gente con los objetivos, pero también, por su misma necesidad económica, pueden incurrir en ser parte del problema del tráfico, sostiene.
El inicio y el rumbo
Eliana Martínez, jefa del Parque Nacional Natural Amacayacu, recuerda el inicio de lo que se convertiría en la Fundación Maikuchiga. En 2002, la reconocida primatóloga estadounidense Sara Bennet visitó la Amazonía colombiana y quedó fascinada con su biodiversidad, por lo que quedó convencida de volver. Un par de años más tarde, conocería a un joven interesado en el trabajo de conservación: Jhon Vásquez.
“Sara llega con la preocupación de trabajar un mejor uso y manejo de los recursos fuertemente diezmados por la cacería”, narra Martínez. “Desde el área protegida y el trabajo de Sara se empieza a hablar con las comunidades, donde se logro unir a seis de ellas. En 2004, Mocagua y las otras cinco comunidades establecieron una veda de cacería de ciertos animales, incluido el mono churuco; en ese momento, Mocagua empieza a ser reconocida como una comunidad que trabaja en pro de la conservación y que, como fuente de ingresos alterna, maneja el ecoturismo”.
En aquella época, Bennet recibía a los primates que los turistas decían haber comprado en la zona para rescatarlos y que ella se encargaba de cuidar y rehabilitar para devolverlos al medio natural. Después, empezó a trabajar con los propios cazadores que decidieron dejar su actividad para unirse al proyecto, con el fin de emplear sus conocimientos para monitorear el estado de las poblaciones de churucos.
“Queríamos responder muchas preguntas: si la veda era efectiva, si las manadas habían crecido, si había más hembras que machos, pero ese trabajo en campo requiere de más elementos de los que teníamos. Por eso nos concentramos en las preguntas prioritarias: saber dónde se mueven las manadas y como están compuestas, eso lo permitía saber el ojo conocedor de los excazadores”, agrega Martínez.
Con la experiencia, el proyecto se transformó: construyeron un protocolo de manejo de fauna para recibir a los animales y, con esto, se creó la oportunidad para que las personas visitantes del Parque Amacayacu se acercaran a recorrerlo a través de un sendero, recibir información proporcionada por la gente local y poder observar las liberaciones para sensibilizarse.
La visión de Maikuchiga a largo plazo es convertirse en una estación biológica para hacer ciencia, explica Jhon Vásquez. Buscan generar oportunidades de conocimiento local y académico, seguir haciendo investigación y generar acuerdos con organizaciones no gubernamentales y universidades que garanticen avances para el proyecto en su conjunto.
“Se puede lograr porque este lado del Amazonas es sano, no hay presencia armada”, apunta. “También dependerá de otros mecanismos y otras líneas, como llegar a la parte municipal, porque todo debe estar conectado”, agrega.
Vásquez siempre fue un amante de los animales. Antes de terminar la primaria, a sus 12 años, solía intercambiar sus prendas con los cazadores de Mocagua para recuperar serpientes y regresarlas a su hábitat. Luego hizo lo mismo con distintos mamíferos. Pero no fue sino hasta el final de su bachillerato, en 2004, que se encontró con Sara Bennet y los micos.
“Ella tenía en sus brazos a Nomi, una churuca de 18 años, era cuadripléjica a causa de los depredadores naturales”, cuenta Vásquez. “Ese fue un punto de quiebre, un parteaguas en mi vida: era continuar con mi destino o ser parte de esto”.
Para 2006, cuando Bennet debía decidir quedarse o regresar a Estados Unidos después de terminar algunos proyectos, le preguntó a Vásquez qué quería hacer: él estaba decidido a continuar. Los propios micos le mostraron la necesidad de hacerlo.
“Lo que espero es que puedan regresar a su contexto natural, a ser micos de verdad”, concluye. “En Maikuchiga les hemos criado, pero nuestra casa no es su casa: ellos pertenecen al bosque”.
Imagen superior: Elena, mona churuca (Lagothrix lagotricha) rescatada del tráfico ilegal. Foto: Fundación Maikuchiga
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