Entre invierno y sequía, así trascurre la vida en Lorica
Autoras:
LINA MARÍA CANO Y MARÍA CLARA VALENCIA
Para llegar al Playón, desde Lorica, la segunda ciudad más grande del departamento de Córdoba en la costa Caribe colombiana, basta con tomar una mototaxi —medio que reemplaza al taxi tradicional en esas tierras— y pagar quinientos pesos al hombre que maneja el ferry artesanal que cruza el río Sinú.
Una vez del otro lado, el paisaje lo llenan las casas pintadas de color pastel, gallinas picando el suelo, un cerdo deambulando en busca de comida, música vallenata del fin de semana, hombres tomando cerveza y mujeres riendo bajo los árboles para ocultarse del sol. Ese tranquilo lugar campesino hace solo cuatro años dio lugar a un trágico escenario.
Las inundaciones producto del fenómeno La Niña, ocurrido en todo el país durante los años 2010 y 2011 constituyeron un desastre natural de dimensiones extraordinarias e imprevisibles. Según cifras de la estrategia de gobierno Colombia Humanitaria, el 96,9% de los municipios del país sufrieron algún tipo de afectación por inundaciones.
El Playón no fue la excepción, el río Sinú se desbordó e hizo parte de los 1.068 pueblos afectados, con 1.122 que tiene el país. A pesar de las ayudas de emergencia, una vez se fue el agua, el Playón siguió sumido en la miseria pero paradójicamente, allí donde muchas necesidades básicas siguen insatisfechas, sus habitantes pasaron de tener una casa, a tener dos.
“Ellos llegaron, dijeron que iban a construir unas casas para los damnificados, las armaron, las entregaron, y más nada.” Cuenta Amaury Sánchez, habitante de El Playón mientras cuida de cuatro niños, dos mujeres y su anciana madre en una de las soluciones habitacionales que en 2011 hicieron parte del proyecto de construcción de vivienda nueva en zonas rurales. Las casas fueron elaboradas en concreto y techo de zinc.
Según Amaury, la lluvia es periódico de ayer mientras que el calor y la seguía son la nueva preocupación. Él antes vivía entre paredes de barro y compuesto. “Todo mundo sabe que las casas de material son más calientes. En el día recogen toda la temperatura que baja y en la noche son inaguantables. La casa de bareque, se lo garantizo, es mejor”. Por eso él y su familia levantaron detrás de la “cajita de fósforos” apodo que impusieron a la actual por sus cortas medidas (tan solo 6 x 6,5 metros) y el calor que almacena, un tendal con hojas secas de palma bajo el que ven entrar la noche. “Cuando nos sentamos aquí, somos alegres. Si yo pudiera frente a esta hacer otra de bahareque, la haría”. Pero temeroso de que le quiten la casa dice inmediatamente: “un viejo proverbio explica que cuando nos regalan las cosas no se puede ser exigente”.
Y con ese mismo conformismo habla el señor Juan Torres, un anciano habitante de El Playón, cuando se refiere a la casita que le dieron. Su casa como las otras doscientas que registra la Alcaldía, construidas en cuatro poblados (por un total de $2.536.310.435,00 pesos colombianos- unos 820.000 dólares) fue entregada en obra negra y construida con bloques de arena y cemento, que sostienen las delgadas láminas de aluminio de un techo a dos aguas lleno de telarañas.
La entrada está custodiada por una puerta metálica rojiza y dos ventanas en la fachada. Adentro hay dos pequeñas habitaciones totalmente cerradas, una sala y un baño aún más estrecho al que la luz solo entra cortada entre los calados. No tiene cocina.
“Dijeron (los constructores) que iban a hacer la cocina en una esquina de la sala, luego manifestaron que mejor no, porque reducía mucho el espacio, y se fueron. Entonces, mi hija y yo hicimos una en el patio”, cuenta Torres.
Adentro se conserva el objeto que él considera su más preciado compañero y el único que logra mantenerlo adentro a pesar del calor: un viejo televisor con acceso a vídeo cable. Sin embargo, Juan dice que tendrá que venderlo “porque el servicio está llegando muy caro, doña, y ¿quién me distrae ahora en esta casa caliente?, no hago más nada no por flojo, sino porque la edad no me lo permite”, explica.
La temperatura media del territorio nacional se ha incrementado con el transcurrir del siglo XXI como consecuencia del calentamiento global, de tal manera que para el periodo 2011-2040, se espera un aumento de entre 1.4 y 0.4°c , para 2014-2070 entre 2.0 y 0.5 °C y para 2071 – 2100, entre 3.2 y 0.7°C. Córdoba es uno de los territorios caribeños más vulnerables, de acuerdo con el Informe sobre el estado de los recursos naturales y del medio ambiente elaborado por la Contraloría Departamental.
El sargento primero Rubén Márquez, miembro del cuerpo bomberos de Santa Cruz de Lorica, indica: “el verano fue tan fuerte que hasta finales del año pasado se habían registrado unos 50 casos de incendios por las altas temperaturas y la imprudencia de la gente. Las personas arrojan colillas de cigarrillo o trozos de vidrio sobre los pastizales lo que bajo el sol genera fuego”.
El gran río Sinú que hace cinco años corría con furia hoy ha menguado sus aguas debido a una sequía que ya lleva más de dos años en la región, ya poco pueden hacer por aplacar el bochorno que se siente en la piel.
Y así trascurre la vida del pueblo, entre dos casas: unas hirvientes construidas cerca al río, que seguramente se llenarán de agua cuando ya pronto regresen las lluvias -pues están muy cerca de la orilla y solo 60 centímetros las elevan del suelo- y otras de paja y bahareque que se caen a pedazos.
Volver al conocimiento ancestral
Para el arquitecto, Juan David Ossa Röström, este es un factor de riesgo para la comunidad toda vez que “lo primero que debieron haber contemplado al edificar las casas fue hacerlas por encima de la cota máxima de inundación histórica y tener un margen adicional, como mínimo; además de ejecutar obras para control del agua en cuanto a escorrentías y canalización de aguas lluvias y residuales”.
Añade, “en zonas de inundación, hay que estudiar las alternativas, se puede llegar a hacer incluso vivienda palafítica. Pero el modelo de vivienda no es una solución repetible indiscriminadamente, debe contemplar factores diversos, entre los que se encuentran el clima, el tipo de terreno, las condiciones topográficas, los materiales, la idiosincrasia, las condiciones sociales, solo para mencionar algunos de los condicionantes”.
Al respecto, Kattia Villadiego, PHD en urbanismo y gestión del territorio, considera que falta mucha creatividad desde los entes territoriales y la academia para impulsar proyectos de orden económico, ambiental, social y urbano que transformen la amenaza en oportunidad.
Indica que la prioridad de diseño bioclimático en regiones como Córdoba en donde a pesar de que tiene dos estaciones (una de fuertes precipitaciones y otra de sequía) predomina un clima cálido-húmedo se debe ventilar y proteger del sol. Aun así es difícil paliar las altas temperaturas y la humedad afecta notablemente el confort térmico.
“Se debe procurar vegetación que provea sombra, materiales de baja inercia térmica, exposición mínima o nula de fachadas a la incidencia solar, con amplios aleros, apertura a viento, porosidad máxima posible. Todas estas características las poseen las viviendas vernáculas de la zona (ranchos de palma, en varias aguas, bahareque y pisos de tierra) esto en la vida moderna pareciera haber adquirido una connotación de pauperización, cuando su valor es bien contrario. Debemos reinventar esa vivienda vernácula si queremos ser coherentes con el clima”, enfatiza.
Aunque ya llega el invierno por esta época del año, en El Playón saben que otra inundación será inevitable porque el terreno es bajo y el río se crece cada temporada de lluvia. Mientras tanto, el playonero se repite resignado “así como en Japón son costumbre los terremotos, en Córdoba lo es la inundación”.
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Este artículo fue posible gracias al apoyo de Earth Journalism Network.
Samuel López colaboró con esta historia.