Ignacia de la Rosa, guardiana mayor de las ‘murallas verdes’
San Antero, Córdoba. Botas pantaneras, sombrero vueltiao y bastón son las herramientas que Ignacia de la Rosa, presidenta del grupo conservacionista “Los Mangleros”, utiliza para ir a trabajar cada mañana. Esta ‘coronel’, a la que le gustan las cosas claras, orienta día a día a unas 400 personas dedicadas a proteger y a aprovechar las ‘murallas verdes’, es decir, los bosques de mangle.
Todo empezó en 1938 cuando el río Sinú cambió su desembocadura a causa de los canales creados por el hombre. Allí, las continuas crecientes y otros factores contribuyeron a que su dique natural se reventara justamente por un meandro muy cercano al litoral donde se depositó la mayor parte del agua, consolidando una nueva desembocadura.
En la Bahía de Cispatá el mar invadió el espacio que ocupaba el río, acabó con las cosechas y con el sustento de los campesinos. La región se empobreció y no hubo más trabajo.
Buscando una solución, las personas dedicadas a la extracción de mangle (árbol marino-costero) y carbón, alquilaron a los hacendados tierras cerca de los humedales para expandir las zonas de mangle y lograr un sustento, pero en 1976 el Gobierno Nacional intervino para prohibir la explotación. Fue entonces cuando Ignacia de la Rosa tomó la vocería de la gente que vive del manglar.
Esta guardiana de la naturaleza, buscando soluciones llegó a un acuerdo con la Corporación Autónoma del Valle del Sinú (CVS), el Ministerio de Ambiente y el antiguo Inderena y decidió empoderarse de las enramadas costeras. Ella convocó a ese ejército de más de 400 personas de la región y formó la Asociación de Mangleros con la que recuperó 200 hectáreas afectadas por la salinización.
Ignacia cuenta que lo más difícil de los años de trabajo han sido las discusiones con los mismos compañeros: “la gente tiene una cosa y es que si tú quieres hacer algo bueno para la comunidad y si no les muestras plata no miran más allá del hoy. Cuando ven que el resultado es bueno ahí si dicen ¡fuimos todos! pero cuando el resultado es malo es culpa es del líder; entonces esas son las veces que uno quiere tirar la toalla”. Sin embargo, persiste.
Uso sostenible
La ‘coronel’ tiene cinco hijos, tres de ellos graduados en la universidad y dos que se dedican a la artesanía.
Orgullosa y sonriente, sentada en una pequeña oficina tapizada con reconocimientos y distinciones como el premio Mujer Cafam 2002 y una mención que destaca el trabajo en las comunidades de las mujeres colombianas, cuenta que sacó a su familia adelante con la extracción de madera producto del uso sostenible del manglar.
En el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de San Antero se especifican las zonas del manglar que no se deben tocar porque son de pobre regeneración y las que se regeneran naturalmente que se usan para extraer madera. ‘Los mangleros’ fueron capacitados al respecto y así están logrando aprovechar sosteniblemente el recurso.
“Hay personas que no saben de ciencia, pero saben el diámetro y la altura de un árbol empíricamente, entonces así pueden aprovechar el mangle adecuadamente. Quien no esté preparado ve muchos árboles y dice: esa zona es buena porque hay muchos árboles, pero no se da cuenta de que la regeneración puede ser muy pobre”, asegura Ignacia.
Explica que el mangle se revitaliza naturalmente gracias a que los árboles que portan semillas se encuentran en las orillas de las ciénagas y de los ríos, lo cual permite que estas se vayan por las corrientes a otros lugares.
Pero lo que hay hoy en esta zona también es producto del trabajo del hombre. ‘Los Mangleros’ ayudan en la conservación recolectando semillas en botellas plásticas que rellenan de arena y afrecho de arroz y luego trasplantan al bosque.
“¡Todos dicen que los manglares están conservados! Pero nadie sabe en realidad por qué son los más conservados del país. No solo es la naturaleza, ¡la mano de los mangleros también ha hecho que estén en esas condiciones!”, exclama.
A pesar de su fama de los mejor conservados de Colombia y segundos de Latinoamérica, según la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y del San Jorge (CVS), también se han visto afectados por el cambio climático.
Con aproximadamente nueve metros de altura y plantados entre sedimentos, estas murallas naturales son el lugar de resguardo de millones de seres vivos y entre sus largas ramas descansan cientos de habitantes.
Sus extensos caminos, como si fuesen esas avenidas de las grandes ciudades, le abren paso a miles de migrantes que año tras año las eligen para tomar fuerzas antes de continuar la travesía marina. Delfines, aves migratorias, tortugas, monos y crustáceos sobreviven gracias a esas fortificaciones naturales.
De esta manera, el municipio de San Antero, ubicado a 195 km de Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano, cuenta con un manglar de 11.513 hectáreas, que es ejemplo nacional de conservación.
Manglar y cambio climático
Estas murallas, sin embargo, no están libres de amenazas, en especial debido a un gigante: el cambio climático. De hecho, Ignacia asegura que la mayor afectación que sufren estos árboles hoy es por las condiciones extremas producto de las alteraciones del clima. Por ejemplo, las extensas sequías detienen el crecimiento de los bosques.
También el mar de leva hace mucho daño en la costa porque se lleva el sedimento, del que se agarran las raíces. Eso provoca la muerte del mangle y la erosión costera.
Si estos bosques desaparecieran, se desestabilizaría la línea de costa y se disiparía la posibilidad para frenar el impacto de las tormentas; además los pequeños peces perderían esa gran enramada que les sirve de ‘guardería’. Sumado a ello, se perdería el filtro que retiene nutrientes, sedimentos y salinidad.
De modo que ese ejército aguerrido de ‘los mangleros’ sabe que tiene una misión muy importante: conservar la muralla para protegerse del hambre y de la sal, entre tantas otras cosas. Ignacia también lo sabe y por eso asegura que mientras esté con vida, seguirá siendo la líder que defiende eso que ama. Y lo que ama es el manglar.