Día de la Diversidad Biológica: conservar y restaurar solo en áreas protegidas no es suficiente
Muchos gobiernos aseguran públicamente que están comprometidos con la conservación de la biodiversidad en sus países, pero estas afirmaciones suelen entrar en contradicción con los modelos de producción que amplían la frontera agrícola, deforestan y degradan los suelos.
Antonio José Paz Cardona / Mongabay Latam
Plantas, animales y microorganismos forman parte de la biodiversidad del planeta. Y esta gran variedad es fundamental para el sustento y la vida de las civilizaciones. Por ejemplo, las Naciones Unidas estima que los peces proporcionan el 20 % de las proteínas animales a unos 3000 millones de personas, que más del 80 % de la dieta humana está compuesta por plantas y que aproximadamente el 80 % de las personas que viven en las zonas rurales de los países en desarrollo dependen de medicamentos tradicionales basados en plantas para la atención básica de la salud. Sin embargo, también resaltan que las tendencias negativas actuales en la biodiversidad y los ecosistemas serán obstáculos para el 80 % de los desafíos contemplados en ocho de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La pérdida de esta diversidad amenaza no solo la alimentación sino también a la salud, como se ha demostrado con la actual pandemia de COVID-19. Existen pruebas de que perder nuestra biodiversidad podría aumentar los casos de zoonosis —enfermedades transmitidas de los animales a los humanos—. “Los científicos sugieren que la degradación ambiental puede acelerar la diversificación y los procesos evolutivos de las enfermedades, ya que los patógenos se propagan fácilmente al ganado y los humanos”, asegura Naciones Unidas en un artículo del 2020.
El llamado mundial es a actuar ya. En este 2021, el eslogan del Día Internacional de la Diversidad Biológica es “Soy parte de la solución”; como un recordatorio de que las respuestas están en la naturaleza y que la biodiversidad sigue siendo indispensable en muchos de los desafíos del desarrollo sostenible. Mongabay Latam conversó sobre estos temas con el biólogo argentino Matías Mastrangelo, científico que, en 2019, colaboró en el informe reciente más completo sobre el estado mundial de la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas, publicado por la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES).
Matías Mastrangelo es PhD en Biología de la Conservación de Victoria University of Wellington. Foto: Matías Mastrangelo.
¿Qué piensa de las acciones que vienen tomando los gobiernos para combatir la pérdida de biodiversidad?
Matías Mastrangelo (M.M.): Hay señales positivas de muchos gobiernos de incorporar toda la biodiversidad en sus políticas públicas. Lo que sucede en países latinoamericanos como los nuestros es que eso entra en conflicto con las actividades económicas que nos sustentan y ese es el gran desafío. La conservación de la biodiversidad no avanzará solo creando áreas protegidas en zonas remotas o tomando decisiones que tienen que ver solo con lo ambiental. Se necesitan cambios más profundos del sistema económico en que se sustenta el llamado desarrollo social.
Para darte un ejemplo concreto. Yo trabajo en la región chaqueña sudamericana y los gobiernos reconocen que son ecosistemas únicos importantes para la conservación de la biodiversidad, la mitigación del cambio climático y se oponen a la deforestación. Pero luego, esos mismos gobiernos nacionales y provinciales son dependientes de actividades económicas que van en contra de los ecosistemas porque están basadas en la deforestación para ampliar la frontera agropecuaria. Los gobiernos tienen muchas contradicciones internas.
¿Cuáles son los ecosistemas y zonas que requieren mayor atención?
En los últimos 40 años, en Latinoamérica se han valorizado económicamente las regiones subtropicales y tropicales, cubiertas por ecosistemas boscosos muy diversos biológica y culturalmente. Se convirtieron en las nuevas reservas de tierra para la expansión de las actividades agropecuarias como la soya y la carne. Eso se ve sobre todo en los bosques secos en países como Argentina, Paraguay, Bolivia, Colombia y Ecuador. A nivel mundial los bosques secos son uno de los tipos de ecosistemas más amenazados y a la vez menos estudiados.
Hasta hace algún tiempo eran zonas sobre las que no había avanzado la agricultura pues la actividad se concentraba en zonas más templadas. Pero los cambios tecnológicos, climáticos y de infraestructura hicieron que las tierras del trópico tuvieran más valor para el sector privado porque tenían suelos fértiles que podían sostener monocultivos y extensiones de pasturas con un modelo de producción industrial de gran escala. Sin embargo, esa explotación es en el corto plazo ya que al remover la cobertura vegetal, después de un tiempo, se pierde esa fertilidad. Muchas veces lo que vemos es que donde había bosque seco hace 40 años, hoy tenemos prácticamente un desierto. Ya no está el bosque y tampoco está el sistema de producción porque se agotaron los recursos. Es una situación en la que perdemos todos.
¿Qué se puede hacer para velar por la conservación de la biodiversidad y al tiempo garantizar un aprovechamiento sostenible de los recursos naturales?
Lo más transformador sería que los países de nuestra región dejen de ser proveedores de materias primas para el resto del mundo. Pero esa es una situación geopolítica de mucha historia y que difícilmente va a cambiar en poco tiempo. Se deben fortalecer las economías regionales, que cada región aproveche sus ventajas comparativas y genere un desarrollo a escala local. Hoy encontramos que casi todo el centro del continente —la Amazonía, el Cerrado, la Chiquitania o el Chaco— está abocado a la misma actividad económica: exportar materias primas, principalmente granos y carnes para Asia y Europa. Eso lleva a una homogeneización de las regiones, de los paisajes y a la pérdida de la diversidad biológica y cultural.
Si esas regiones explotaran la riqueza natural y cultural que tienen y buscaran un desarrollo hacia adentro y no hacia afuera, se generarían motivos para conservar y enriquecer esa diversidad. La insistencia en generar materias primas de exportación lo único que hace es erosionar la diversidad porque hace que todos los paisajes sean iguales, monocultivos a gran escala manejados por los mismos tipos de actores que la mayoría de veces no son locales sino que son grandes empresas de otras regiones.
¿Esa tendencia de homogeneización del paisaje nos puede hacer más propensos a enfermedades zoonóticas?
Por supuesto. Ahora prestamos mucha atención a la aparición de enfermedades zoonóticas por lo que nos está pasando, y porque ocurre a nivel global pero, local y regionalmente, las poblaciones vienen sufriendo las consecuencias de la homogeneización de los paisajes desde hace mucho tiempo.
Esto nos hace más vulnerables a muchas cosas. Nos hace más vulnerables a desastres naturales como inundaciones y sequías. También a la aparición de plagas resistentes y de nuevos vectores de enfermedades, con la respectiva ampliación de sus zonas de distribución. Son un montón de cambios debido a que los ecosistemas pierden su diversidad y autorregulación. Algunas especies se benefician de esto, como es el caso de las especies invasoras.
¿Por qué se considera que las especies exóticas invasoras son uno de los grandes problemas para la biodiversidad mundial?
Antes de responderte, no hay que perder de vista que dentro de las cinco principales fuerzas transformadoras de los ecosistemas la principal es el cambio en los usos de la tierra, que está ligada con la deforestación, la degradación de los bosques y el reemplazo de coberturas nativas. Después de eso está el cambio climático, la contaminación y las especies invasoras. Son problemas graves que no actúan de forma aislada, sus efectos se suman y hacen más complejo el abordaje de la conservación. En ciertos ecosistemas el efecto de las especies invasoras es bastante importante.
¿Cuál es el efecto que generan?
Sus poblaciones aumentan desproporcionadamente porque no tienen predadores naturales o porque utilizan eficientemente algún recurso disponible en los ecosistemas. Afectan a especies nativas ya sea por competencia o por depredación y eso genera un cambio en las especies y sus poblaciones, que a la vez lleva a la modificación del ecosistema. Ese cambio en la composición y estructura del ecosistema cambia su funcionamiento.
Por ejemplo, la cantidad de cursos de agua que se generan en la zona andina son muy importantes para las poblaciones que viven en las zonas más áridas de la estepa de la Patagonia y esos cursos están siendo transformados en su recorrido, y en su cantidad y calidad de agua, por la presencia de especies invasoras como los castores. Transforman completamente el ecosistema en su estructura, funcionamiento y en los servicios que brinda a la sociedad. Se generan efectos en cascada, es decir, efectos que se van amplificando a medida que estas poblaciones invasoras crecen.
Uno de los llamados de la ONU en el Día Mundial de la Diversidad Biológica es a conservar pero también a restaurar. En una región como Latinoamérica, ¿qué acciones deberían priorizarse y dónde deberían focalizarse?
En aquellas regiones donde los ecosistemas nativos todavía conservan una buena representación y extensión en buen estado, los esfuerzos deberían concentrarse en la conservación de esos remanentes. Mientras que en regiones donde los ecosistemas ya han sido muy transformados y los ecosistemas remanentes ocupan poca superficie, ahí los esfuerzos deberían priorizar la restauración. Te doy dos ejemplos. La Selva Atlántica o paranaense que comparten Argentina, Paraguay y Brasil, de la cual se ha perdido más del 90 %, necesita una restauración prioritaria a gran escala, a nivel de paisaje. En cambio, en regiones como el Gran Chaco, donde se vienen perdiendo millones de hectáreas, pero que todavía hay más de un 50 % del bosque en pie, los esfuerzos de protección deberían ir dirigidos a conservar esos remanentes, a impedir que se siga transformando lo que queda.
También es cierto que hay ecosistemas muy importantes en ciertas zonas como la montaña alta, la cabecera de una cuenca o los alrededores de las ciudades donde los ecosistemas prestan más servicios y beneficios para la sociedad, ahí también debería priorizarse la restauración.
Algunos autores vienen hablando de un concepto denominado ‘plant blindness’ o ceguera hacia las plantas. ¿Por qué cree que suele haber un mayor interés por programas de conservación de fauna y las plantas parecen quedar relegadas a un segundo plano?
Efectivamente, muchas veces creo que es así y por eso los grupos con los que trabajo, incluso IPBES, tienen una orientación a la conservación a nivel de ecosistemas, no a nivel de las especies. Ese es un paradigma que ya está un poco en desuso porque se mostró que no es el mejor abordaje o el que genera mejores resultados, era una forma de trabajo sobre todo en los años ochenta. Es necesario conservar los ecosistemas completos para que las especies que allí habitan puedan persistir en el tiempo.
Sin embargo, muchas veces es cierto que la conservación de especies que tienen un valor estético, o son carismáticas, como el jaguar, se utilizan como especies bandera. Son muy atractivas para las personas y generan mucha empatía de conservación, de esa manera sirven para generar una apropiación por parte de la sociedad, que en última instancia apunta a la conservación de los hábitats, los ecosistemas y los paisajes. Por ejemplo, hoy en día el jaguar es un emblema para la gente del Chaco argentino; es una especie que de cierta forma ayuda a conservar todo el ecosistema.
El biólogo argentino Matías Mastrangelo participó en el informe IPBES sobre biodiversidad en 2019. Foto: Matías Mastrangelo.
En octubre se hará la COP 15 sobre biodiversidad y se evaluará el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020 (metas AICHI). ¿En qué considera usted que se avanzó y en qué se retrocedió?
Hay bastantes estudios que analizan el cumplimiento de los objetivos de Aichi y la mayoría coincide que muchos no se han alcanzado. Sin embargo, hay que tener en cuenta las diferencias a nivel continental. Muchas veces sucede que los objetivos de conservación avanzan en países desarrollados de Europa, Norteamérica o Asia, pero eso tiene su correlato directo con una pérdida y una degradación de esa misma biodiversidad, ecosistemas y ambiente en países de Latinoamérica, África o el sudeste de Asia.
Los países ricos suelen deslocalizar la producción de alimentos, los importan de otros países y eso es equivalente a exportar degradación ambiental. Esa tierra que se usa para producir granos o carne en Latinoamérica genera impactos en esta región pero les ahorra esos impactos ambientales a los países ricos. Cuando se hacen análisis sobre el avance o el retroceso de la conservación siempre hay que preguntarse dónde y por qué. El avance en algunos lugares podría relacionarse con un retroceso mayor en otras zonas y el balance neto a nivel global podría ser negativo.
¿Resaltaría algunos proyectos de conservación de biodiversidad que estén mostrando resultados positivos actualmente?
Hay muchos y seguramente yo solo conozco algunos. En la Selva Atlántica de Brasil hay proyectos muy interesantes que están dando muchos resultados a nivel de restauración de paisaje: grandes extensiones de tierra, muchas de las cuales pertenecen a privados que se alían con organismos gubernamentales, ONG y grupos de investigación para trabajar en áreas críticas como márgenes de los ríos y otros puntos importantes en provisión de servicios ecosistémicos.
Esto va generando una conexión de áreas que se traduce en corredores a nivel regional que también se unen a áreas protegidas y tierras de pueblos originarios. Esto es muy importante porque conservar y restaurar solo en las áreas protegidas no es suficiente.
Imagen superior: Paraba de frente roja (Ara cuprogenys) , endemismo de los Valles Interandinos de Bolivia. Tomina Chica, Chuquisaca, Bolivia
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