El resguardo Curare protege al caimán negro, especie amenazada de la Amazonía
En el resguardo indígena Curare Los Ingleses, dos comunidades trabajan en la conservación del caimán negro, una especie explotada durante décadas para la exportación de sus pieles. Después de 14 años de defensa de su hábitat, en enero de 2022, realizaron el primer monitoreo de la especie donde lograron avistar 123 individuos de diferentes edades.
Astrid Arellano / Mongabay Latam
Para los pueblos indígenas del bajo río Caquetá, en Colombia, los lagos de Puerto Caimán son una gran maloca. En esa casa hecha de agua habita el caimán negro (Melanosuchus niger), una especie sagrada para su cultura. Así lo afirman los sabedores, quienes narran que el abuelo caimán solía ser un hombre que bajó a la Tierra, desde un planeta de nube, para convertirse en la especie que hoy es la dueña del agua y de los peces.
“Quedó como un ser de valor importante, sagrado”, dice Moisés Yucuna, sabedor de la comunidad de Borikada. “Por eso, donde esté, en lo profundo de algunos caños o lagos –donde no pega la correntada de los ríos y pueden estar quietos– hay abundancia de pescados. Él quedó como el dueño de todo, de la gobernanza de las diferentes especies. Ahí permanecen los abuelos caimanes y todos esos peces siempre los acompañan; ellos están alrededor, pegados a los abuelos”.
En el área no municipalizada de La Pedrera, ubicada al nororiente del departamento de Amazonas –en la frontera con Brasil y sobre el bajo Río Caquetá– se encuentra el resguardo indígena Curare Los Ingleses, un territorio que ha trabajado desde hace años para conservar y proteger a este reptil que, por décadas, fue víctima de explotación para el comercio de sus codiciadas pieles, lo que casi lo hizo desaparecer de la zona.
De acuerdo con la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el caimán negro es una especie categorizada como en Riesgo menor desde el año 2000, sin embargo, se señala que es dependiente de esfuerzos de conservación para evitar que sea puesta En Peligro otra vez.
Desde 2008, las dos comunidades del resguardo –Borikada y Curare– se organizaron con grupos de vigías para cuidar al caimán negro y a los sitios sagrados donde habita. Sin embargo, desconocían su estado de conservación. Por ello, años más tarde, solicitaron el apoyo de la organización Conservación Internacional –con quienes ya habían trabajado anteriormente– y en enero de 2022, a través del proyecto Amazonía Verde, se realizó el primer monitoreo de la especie en Puerto Caimán, un sistema de tres lagos de aguas negras.
Esta actividad arrojó el avistamiento de 123 individuos de diferentes edades, donde se identificaron al menos 18 adultos, 26 subadultos, 16 juveniles y 18 neonatos. El caimán más grande midió 5 metros y 7 centímetros, mientras que el más pequeño alcanzó una talla de 23 centímetros.
Estos monitoreos no serían una tarea sencilla sin el trabajo de los sabedores, explica Yucuna, pues son ellos quienes están conectados espiritualmente con los caimanes y, a través de conjuros, les piden permiso para que el equipo de vigías e investigadores puedan entrar a su territorio de forma segura: ni los hombres perturban a los caimanes, ni los reptiles atacan a los visitantes.
“Los abuelos siempre suben a hacer su trabajo de control, prevención y protección al lago, para que a los que monitorean no les pase nada, ningún inconveniente hecho por estos animales”, dice el sabedor.
Vigías comunitarios para salvar al caimán
El caimán negro es un reptil de gran tamaño que puede llegar a medir entre cinco y siete metros de longitud. Habita en varios países de la cuenca amazónica, como Bolivia, Brasil, Ecuador, Guyana, Perú y Colombia, país donde se le ha reportado en tres departamentos: Amazonas, Putumayo y Vaupés, dentro de los lagos o en algunos ríos de aguas blancas y negras, bosques inundables o en pantanos marginales poco profundos.
Es un depredador generalista, es decir, come cualquier tipo de presas: desde un animal muy pequeño hasta un venado, por lo que, al ser regulador, contribuye a mantener la estructura de estos ecosistemas. Las hembras, dependiendo de su edad, pueden poner entre 20 a 40 huevos a las orillas de los lagos, donde los cuidan durante tres meses.
“Entre los años 70 e inicios de los 80 en esa zona de Colombia [cerca al resguardo] se tuvo una problemática muy fuerte de cacería de los caimanes, porque siempre han sido muy apetecidos por la piel y también por la carne, no solamente por los pobladores locales sino por personas externas, no indígenas o por el comercio externo”, afirma Jack Hernández, biólogo y consultor de Conservación Internacional.
Hernández, también encargado de liderar los monitoreos biológicos y elaborar planes de manejo ambiental con los resguardos indígenas y veredas campesinas del bajo río Caquetá, narra que las comunidades indígenas estaban preocupadas por lo común que era ver cientos de caimanes cazados que bajaban constantemente desde los lagos hacia el casco urbano para su exportación y venta, algo que ocurría desde hace más de 50 años.
“En este momento [en 2008] el resguardo empieza a buscar alguna solución para esta problemática de caza indiscriminada y sobreexplotación, y pide el apoyo de Conservación Internacional. Ahí es donde nace el Programa de Vigías Comunitarios de la Conservación”, explica el biólogo.
Después, en 2014, con el financiamiento de Conservación Internacional, se construyó una cabaña para realizar las tareas de control y vigilancia en la entrada de los lagos. Desde entonces, las familias del resguardo se turnan la estadía en ella una vez al mes para poder controlar a los cazadores, mientras que obtienen una remuneración por su labor.
Ya en enero de 2022 ocurrió un intercambio de conocimientos entre Conservación Internacional, los sabedores, el equipo de vigías y co investigadores –título que tienen los colaboradores del resguardo indígena–, durante una capacitación previa al monitoreo de la especie.
“La idea era que se diera un diálogo de saberes, donde ellos nos contaron cuál es la información que conocen sobre el caimán. Saben bastante de la especie, sobre todo los sabedores del resguardo pues han convivido toda la vida con ellos”, dice el especialista.
En ese primer encuentro de capacitación, el equipo del resguardo aprendió cómo se hacen los monitoreos de caimán desde el punto de vista científico y la metodología del muestreo: cómo se hace el conteo, cómo se mide el tamaño de los caimanes y sobre la importancia de realizar una actividad como esta.
“Pero, además, queríamos que plantearan cuál era el objetivo del monitoreo para ellos, porque esta es una iniciativa que surgió del propio resguardo”, dice Jack Hernández de Conservación Internacional.
Albear Yucunaes uno de los vigías de Puerto Caimán. Su tarea, junto a otros compañeros, consiste en realizar recorridos de protección, control y vigilancia durante dos jornadas diarias, durante la mañana y la tarde, para evitar el ingreso de personas extrañas.
“Dentro de los lagos de Puerto Caimán se realizan los trabajos de vigilancia y protección porque también existe una buena cantidad de especies de fauna acuática; en especial, resaltan las especies sombrilla [aquellas que requieren de grandes hábitats para existir y que funcionan para determinar la buena salud y conservación del ecosistema], como la arawana (Osteoglossum bicirrhosum), que años atrás era explotada sin control y se vio en vías de extinción. Este es un sitio de criadero de la especie”, explica el vigía. “Hasta ahora, el trabajo de conservación del caimán negro ha dado resultados y se ha reflejado en la abundancia y el crecimiento de la población, por eso se sigue con el mismo mecanismo de protección”, agrega.
El monitoreo esperado
Uno de los eventos más destacados de la estrategia de conservación fue el monitoreo que se realizó del 17 al 20 de enero de 2022. De noche, y a bordo de una pequeña canoa de madera a remo, tres investigadores avanzaron de forma silenciosa en las aguas oscuras, a una velocidad apenas de entre cinco a diez kilómetros por hora, impulsados solo por uno de ellos que estaba en la parte trasera de la embarcación.
“En el centro va una persona que se conoce como el capturista, que es quien se encarga de tomar los datos y llenar los formatos que diseñamos para recoger toda la información de los caimanes: quién es el observador, cuál es el nombre del río, cuáles son las coordenadas del GPS, la fecha, cuál es la especie que se registró y la longitud de su cabeza. En la proa de la embarcación va el observador que, básicamente, lo que hace es iluminar las orillas del lago con una linterna de largo alcance. Es allí donde normalmente los caimanes suelen estar flotando en las noches”, explica el biólogo Jack Hernández.
Esta iluminación directa a los ojos de los caimanes ocasiona una reflexión ocular, como un destello intenso de color rojizo provocado por efectos del tapetum lucidum, la capa reflectante que poseen en la parte posterior del ojo.
“Esta metodología es muy buena porque, cuando tú alumbras a un caimán, lo puedes detectar incluso a una distancia de 200 metros, más o menos. Utilizamos las medidas morfométricas del cuerpo, es decir, con la longitud de nuestras manos [desde la balsa, a una distancia de 30 centímetros] medimos la longitud de la cabeza, desde la punta de la nariz hasta el centro de los ojos”. Después de esto, utilizan unas ecuaciones para estimar el tamaño real de la cabeza y de todo el animal.
“Hay algunos artículos científicos que utilizan esta metodología, pues señalan que si calculas la longitud de la cabeza utilizando ecuaciones morfométricas, puedes obtener un estimado de la longitud del cuerpo”, agrega el biólogo.
A diferencia de lo que muchos podrían imaginar, Hernández señala que los caimanes más grandes eran muy tranquilos y permitían acercarse, mientras que los más pequeños se dejaban agarrar para medirlos.
El futuro de la conservación
“Actualmente, las familias que protegen al caimán también están haciendo recorridos de control, vigilancia y monitoreo biológico en senderos que recorren periódicamente y van registrando todas las especies de fauna que avistan”, dice el biólogo Jack Hernández.
De esta forma, el trabajo plantea ir más allá del caimán negro. En la extensión de poco más de 2,5 kilómetros de Puerto Caimán, los vigías comunitarios de Curare y Borikada también trabajan en la preservación de múltiples especies donde destacan las tortugas charapa (Podocnemis expansa) y el pez pirarucú (Arapaima gigas), ambas especies emblemáticas de la región.
“Actualmente se están entrenando, con el apoyo de Conservación Internacional, en cómo monitorear fauna de manera participativa, es decir, que toda la comunidad se capacite en estos temas para que cualquier persona tenga la capacidad de hacer un monitoreo”, explica Hernández.
Una de las técnicas empleadas es la instalación de cámaras trampa que les permiten conocer la fauna presente en su territorio y que ayudan a entender mejor esos esfuerzos de conservación, pues se ven reflejados en una fauna estable, con buenas poblaciones y una buena diversidad.
“Por esos monitoreos biológicos que ellos realizan también reciben un reconocimiento monetario, porque igual es un trabajo que ellos están haciendo para su territorio”, afirma el biólogo. “Las cámaras no se han puesto todavía cerca del área de Puerto Caimán, pero sí dentro del resguardo. Como son especies que tienen unos rangos de distribución muy amplios, seguramente son las mismas especies que hay en los lagos: mamíferos grandes y medianos, y aves terrestres. Hemos visto una diversidad muy alta de especies en las cámaras, como jaguares, dantas, puercos de monte, osos hormigueros, venados y una especie muy rara de registrar en la Amazonía: el perro de orejas cortas (Atelocynus microtis)”.
Además, contiguo al resguardo se encuentra el Parque Nacional Natural Río Puré, el cual es habitado por pueblos indígenas en aislamiento voluntario, por lo que es un área protegida en donde no deben colocarse cámaras que perturben su modo de vida, indica Hernández para dimensionar la importancia de proteger esta región.
Gonzalo Tanimuca es co investigador del proyecto de la comunidad Curare y explica que, finalmente, el objetivo de los trabajos es que las nuevas generaciones puedan conocer al caimán negro y así sensibilizarlas para que sean ellas quienes continúen con las actividades de conservación.
Por ello, el resguardo busca que próximamente, y con el avance de las investigaciones, los niños no solo vean al caimán en un libro que distribuirán en las escuelas –con ilustraciones hechas por la propia gente del resguardo y los resultados de la investigación cultural y de monitoreo– sino que también tengan la oportunidad de observarlo presencialmente. De hecho, así lo pidieron los abuelos.
“En los años cincuenta y sesenta, de acuerdo con nuestros abuelos, el caimán era un animal muy buscado para hacer zapatos y maletines, pero nuestros sabedores dijeron que no debe ser así, porque nuestros nietos tienen que conocerlo y tienen que protegerlo. La brújula tradicional hizo que se redujera ese procedimiento de explotación”, concluye Tanimuca. “El tradicional dijo: ‘compañeros, es nuestra vida, es nuestro pensamiento, es nuestro futuro, entonces hay que conservar a ese animal’. Es importante porque nuestra niñez quiere conocer a esa especie y nosotros tenemos un tema tan importante que se llama educación ambiental, donde les explicamos cómo se reprodujo, cómo fue maltratado y cómo ahorita lo estamos protegiendo”.
Imagen superior: Caimán negro (Melanosuchus niger). Foto: Jack Hernández
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