En el norte del Guaviare, las comunidades integran un corredor ecológico de 109 000 hectáreas para la protección del jaguar y la Amazonía colombiana. Ganaderos, campesinos, operadores turísticos y firmantes del acuerdo de paz hacen parte de una apuesta colectiva por la reconciliación con la naturaleza y con los habitantes de un territorio históricamente afectado por la guerra.
Después de que termina la finca de Alirio Becerra, y el potrero donde tiene sus vacas, aparece un caño (canal natural de un río), y después del caño el piedemonte, donde la sabana y la selva espesa se abrazan en una pequeña vereda del municipio de San José del Guaviare, en el sur de Colombia. Cuando llueve, los caminos anaranjados y opacos de la zona, llenos de polvo, pasan a ser un lienzo café brillante en el que quedan plasmadas las huellas de lo que sea que atraviese el camino. Fue justo allí, al borde del potrero, adentro y por los caminos que llevan a él, donde hace años Alirio Becerra encontró las huellas de un animal que no había visto nunca; no eran de una vaca ni de una danta y tampoco de un perro.
Ese día, de madrugada, el campesino acompañaba a su hijo a cruzar el caño que conecta la finca y la escuela de la vereda. El sonido de la lluvia y los pasos de padre e hijo ambientaban el recorrido hasta que Alirio, de regreso a su terreno, escuchó un movimiento en el agua del caño. Pensó que era un venado de los que usualmente se encontraba cerca a la finca y se quedó quieto para no espantarlo; detuvo su andar para verlo salir sin asustarlo. Pero cuando el animal que chapaleaba se asomó entre la vegetación, el asustado fue Alirio.
Era un jaguar de pelaje amarillo con manchas oscuras, patas cortas y ojos redondos que se le quedaron mirando fijamente. Sostuvieron la mirada por un instante. Alirio primero pensó en cómo defenderse. Tenía un machete pequeño que llevaba para abrirse paso entre las ramas del camino. Algo más grande tampoco hubiera sido de utilidad porque se quedó atónito ante la presencia del animal.
Pasaron un par de segundos o una hora, no tiene cómo saberlo, hasta que el jaguar rompió el contacto visual para dar vuelta y continuar con su camino. Cuando Alirio salió de su aturdimiento, hizo lo mismo.
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