Migrantes por cambio climático, los desplazados invisibles
PARTE 1
En una investigación colaborativa exclusiva para Periodistas Ambientales, un equipo periodístico transfronterizo explica por qué se espera que las migraciones por razones climáticas sean cada vez más frecuentes en América del Sur, a medida que avanzan los efectos del cambio climático. Una realidad de la que poco se habla, pero ya está sucediendo en la región.
De acuerdo al sexto informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) que se presentó a comienzos de agosto, “la temperatura media global aumentará por encima de 1,5 °C respecto de los niveles pre-industriales antes de fin de siglo”.
El reporte del panel de la ONU da por tierra el cumplimiento del Acuerdo climático de París firmado en 2015 por 195 países que establecía como límite un aumento de la temperatura media global menor a los 2°C y preferentemente menos de 1,5°C antes de fin de siglo.
Según el informe del IPCC, en el que 234 científicos de 195 países revisaron más de 14 mil publicaciones, el ritmo de calentamiento se está acelerando: “las temperaturas de la superficie del planeta han aumentado más rápido desde 1970 que en cualquier otro período de 50 años durante los últimos 2000 años. Y existe evidencia científica concluyente respecto de la responsabilidad humana en esta aceleración del calentamiento global”, comentó la climatóloga e investigadora del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Carolina Vera, actual jefa de gabinete del Ministerio de Ciencia y co-autora del informe, durante su presentación en Argentina.
En particular para la región de Sudamérica, el IPCC pronostica un aumento en la intensidad y frecuencia de fenómenos extremos como lluvias, vientos, tormentas y olas de calor más intensas y frecuentes sobre todo en el noreste del continente; una suba del nivel del mar que afectará a todo el litoral costero; pérdida de masa glacial en la zona cordillerana, y estaciones secas más prolongadas en zonas desérticas con concentración de las lluvias en períodos más breves.
Desplazados climáticos
Según el IDMC (Monitor Internacional de Desplazamientos Climáticos, por sus siglas en inglés), en 2020 y pese a las restricciones de movilidad que impuso la pandemia, hubo en el mundo unos 30 millones de desplazados climáticos. Unos 14 millones correspondieron a inundaciones; 1,2 millones debido a incendios; 102.000 por deslizamientos de tierras; 46.000 por temperaturas extremas; y 32.000 por sequías.
En América Latina, los países de Centroamérica y el Caribe son los que más migrantes climáticos han reportado. Sin embargo, de acuerdo a un informe del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA), publicado en la revista Nature Climate Change, “los países de renta media con un gran sector agrícola -como Argentina, Uruguay, Brasil o México- se verán más afectados por las migraciones causadas por la crisis climática en el futuro cercano”.
La zona andina experimenta una de las tasas más altas de ocurrencia de desastres. Y en países como Colombia, el fenómeno de los migrantes ambientales se entremezcla con los desplazados por la violencia.
Tiende a pensarse que son las poblaciones más empobrecidas las que migran en mayor medida debido a fenómenos climáticos. Sin embargo, el trabajo del IIASA, destaca que “en los países de renta media hay mayor presencia de infraestructura expuesta a los riesgos ambientales, así como a un nivel de ingresos suficiente como para financiar el movimiento poblacional”.
Adaptación y relocalización
“El cambio climático es un factor de migración, en principio interna y luego internacional”, afirma Pablo Escribano, especialista en Migración, Ambiente y Cambio Climático de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Además explica que hay tres grandes categorías de movilidad humana: la migración, que está asociada con procesos “voluntarios” y multicausales; el desplazamiento, vinculado con desastres y situaciones de emergencia humanitaria; y la reubicación planificada, que ocurre cuando hay una decisión de mudar a una población de forma permanente para evitar la exposición a efectos del cambio climático.
“Cierto nivel de migración o desplazamiento es inevitable. Por eso los países tienen que prepararse para atender más focos migratorios internos y gestionar mejor ese movimiento”, dice Escribano. Y plantea que el mayor impacto ocurrirá en las poblaciones con mayor vulnerabilidad, en especial las rurales, indígenas y autóctonas. Asimismo, apunta que la movilidad puede ser considerada una vía de adaptación, por ejemplo cuando las personas se mudan temporalmente después de una inundación.
“No es un tema del futuro: ya está ocurriendo”, afirma por su parte, Erika Pires Ramos, abogada y fundadora de la Red Sudamericana para las Migraciones Ambientales (RESAMA). “Hoy no existe un tratado o convención internacional vinculante que diga que estas personas que están en esa condición se puedan considerar como migrantes o refugiados climáticos”, advierte. “Hay enormes desafíos para uniformar esas categorías, y es preciso generar datos específicos por país sobre esta cuestión en Sudamérica”.
“En nuestros países tenemos contextos con muchas desigualdades. Las condiciones en las que viven convierten a las personas en vulnerables al cambio climático”, describe Pires. Y menciona algunos casos de reubicación planificada, como la que llevó adelante la comunidad de Enseada da Baleia en la Isla de Cardoso, en la costa sudeste de Brasil, debido a la erosión ocasionada por el mar. También en Uruguay se está llevando a cabo un Programa Nacional de Relocalizaciones (PNR), con la participación de las comunidades locales.
No obstante, la mayoría de los gobiernos no cuentan con planes preventivos de adaptación y relocalización de poblaciones afectadas. Y suelen ofrecer una asistencia habitacional tardía y temporaria una vez que ocurre la inundación o incendio.
Un acuerdo de adaptación transfronterizo
En octubre de 2020, en plena pandemia, Argentina y Uruguay firmaron un acuerdo para acciones conjuntas de adaptación al cambio climático en ambos márgenes del río Uruguay, frontera entre ambos países. El convenio cuenta con el aporte de 14 millones de dólares del Fondo de Adaptación, un mecanismo que financia programas y proyectos destinados a soluciones de resiliencia climática en países en desarrollo.
El proyecto “Adaptación al cambio climático en ciudades y ecosistemas costeros vulnerables del río Uruguay” será administrado por el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y permitirá aplicar medidas de adaptación en una amplia zona del litoral entre ambos países, frecuentemente afectada por inundaciones en los departamentos uruguayos de Salto, Artigas, Paysandú y Río Negro –que se encuentran entre los más afectados del país por inundaciones- y la provincia argentina de Entre Ríos.
Las cinco ciudades principales comprendidas por el proyecto de uno y otro lado del río suman casi medio millón de habitantes, en una región que se ve impactada durante recurrentes inundaciones, que involucran la trama urbana consolidada y las planicies de inundación ocupadas generalmente por población en vulnerabilidad socioeconómica.
El proyecto, con plazo de ejecución de cuatro años, impulsa la construcción de infraestructuras urbanas resilientes en terrenos seguros. También incluye medidas de adaptación enfocadas en derechos humanos, género y futuras generaciones; programas de ordenamiento territorial para ciudades y ecosistemas vulnerables; el intercambio binacional de experiencias de mejores prácticas urbanas, ambientales, sociales y culturales y la implementación de sistemas de alerta temprana.
Causas múltiples
Uno de los mayores desafíos de los desplazamientos por motivos climáticos es su multicausalidad. No hay un único motivo para migrar, sino que suele ser la convergencia de problemas económicos, conflictos por violencia y desastres por clima lo que lleva a las personas a migrar en forma temporaria o permanente.
El investigador colombiano Manuel Guzmán Hennessey, director de la Red KLN (Klimaforum Latinoamerica Network) y autor de varios libros sobre cambio climático, explica que en Colombia “existen los desplazados ambientales pero también los desplazados climáticos que son una categoría en mora de ser reconocida por las Naciones Unidas. Los desplazados climáticos obedecen a factores específicos y generalmente distintos de los que obligan al desplazamiento ambiental. Cuando hablamos de una obra de infraestructura, como Hidroituango (un proyecto hidroeléctrico en el departamento de Antioquia, a 170 kilómetros de Medellín), hablamos de desplazados ambientales”.
Guzmán Hennessey considera que un fenómeno poco estudiado es el desplazamiento climático por sequía y olas de calor: “Hay poblaciones en Colombia para las que la agricultura y los productos que cultivaban allí ya no son rentables o posibles, y deben buscar otro territorio. Existen también problemas relacionados con el agua y la salud pública por el calor. Hay que recordar que Colombia está hoy 1,2 o 1,3 grados celsius más caliente que hace 60 años”.
El futuro
De acuerdo al Informe Global del Desplazamiento Interno 2021 (GRID 21, por sus siglas en inglés), “los fenómenos meteorológicos fueron responsables del 98% de todos los desplazamientos por desastres registrados en 2020”. En la mayoría de los casos, se trató de migraciones internas, dentro de las fronteras de cada país. Sin embargo, “a futuro el cambio climático impulsará la migración masiva a través de las fronteras”, advierte el informe.
“Es necesario pensar en la migración como una estrategia de adaptación y como una de las múltiples soluciones en la búsqueda de justicia climática”, dice Erika Pires. “Hay que tener en cuenta que el riesgo climático es un riesgo sistémico. Nos enfrentamos a cuestiones de desarrollo, económicas, raciales, de género… Tienen que estar presentes las políticas públicas y las normas en los planes nacionales de adaptación, para evaluar qué capacidad tienen cada región, cada país, para gestionar los riesgos climáticos”, expresa. Y destaca la importancia de planificar para que la movilidad sea “segura, ordenada y regular” respetando los derechos humanos”, destaca la fundadora de Resama.
Hacer visible un fenómeno hasta ahora silencioso, como es el desplazamiento de poblaciones por factores económicos y políticos, combinados con los climáticos; y trabajar articuladamente entre el Estado, los centros de investigación y las comunidades, es clave.
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ARGENTINA: desplazamientos que ya existen y que vendrán por la crisis climática
Inundaciones, sequías y pérdida del frente costero por efecto del cambio climático provocan desplazamientos poblacionales y grandes pérdidas económicas en Argentina. El fenómeno es invisibilizado y faltan programas de mitigación y relocalización.
Por: Laura García Oviedo y Gabriela Ensinck
Por su situación geográfica y estructura productiva, Argentina es uno de los países más afectados por la crisis climática; un fenómeno global pero cuyos impactos son locales.
El informe “Modelos Climáticos” desarrollado por el Centro de Investigaciones del Mar y de la Atmósfera (CIMA – CONICET), señala que en los últimos cincuenta años el aumento de las temperaturas promedio en el país alcanzó 0,5 °C. Pero en la Patagonia, superó 1°C.
Inundaciones en la zona pampeana, sequías más prolongadas en Cuyo, lluvias intensas y tornados más frecuentes en el Norte y el Litoral, epidemias de dengue y zika en los principales centros urbanos, retroceso de los glaciares patagónicos, acidificación y erosión de zonas costeras son algunas de sus consecuencias visibles.
De acuerdo a un reciente informe del Banco Mundial, para 2050, el PBI podría caer un 5% y los ingresos fiscales un 10% por el cambio climático. Solo por inundaciones (que ocurren precisamente en la zona de la “pampa húmeda”, la región más productiva y poblada del país), Argentina pierde u$s 1.000 millones al año. Con cada inundación, cientos de miles de familias deben desplazarse y un número importante de ellas caen en la pobreza.
Para Roberto Aruj, coordinador del Instituto de Políticas Migratorias y Asilo (IPMA) de la Universidad de Tres de Febrero, “el cambio climático afecta en mayor medida a los más vulnerables. Es un problema invisibilizado sobre el que no se está planificando. Los programas de relocalización son costosos, pero el costo de no hacer nada es mucho mayor”, observa.
Aruj investigó casos de desplazamientos en tres localidades argentinas: Luján, en la provincia de Buenos Aires; Comodoro Rivadavia, en Chubut; y Atamisqui, en Santiago del Estero. “Ante la crisis climática, una de las alternativas es migrar, pero es difícil registrar estas migraciones porque las personas no lo atribuyen al cambio climático. Dicen que no hay trabajo, que la tierra ya no rinde como antes; pero la razón primaria es la crisis ambiental”, afirma Aruj y plantea la necesidad de políticas y planificación para prevenir o aminorar los impactos económicos y sociales de estos fenómenos.
Incendios: prepararse y prevenir
Las dantescas imágenes de los incendios en cercanías de El Bolsón, en la Patagonia argentina, recorrieron noticieros del país y el mundo durante marzo de 2021. Pero una cosa es verlo en los medios y otra muy distinta es vivirlo en carne propia.
“Tuve que empezar terapia porque fue muy fuerte todo lo vivido”, cuenta Diego Maestre, desde El Bolsón (Río Negro) donde vive actualmente después de perder su casa a manos del fuego en Paraje Las Golondrinas, en la provincia de Chubut. “Esto nos va a durar en la cabeza mucho tiempo. Hay gente que perdió cincuenta años de trabajo y quedó en la nada”, sintetiza.
Oriundo de Monte Grande, provincia de Buenos Aires, se había mudado hacía 17 años al sur para alejarse de la inseguridad. El día del incendio, tuvo que decidir entre salvar su yegua o su camioneta. Eligió su yegua y escapando del fuego logró meterse en una chacra y allí se quedó ayudando a combatir el fuego. “Fueron cinco horas de infierno puro”, describe.
Maestre no sabe cuándo volverá a Las Golondrinas. Cuenta que muchos de sus ex vecinos no tienen adónde ir, y algunos decidieron mudarse para no regresar.
Alicia Nucci, productora de miel en Las Golondrinas, tuvo la fortuna de no perder su casa ni sus colmenas en el incendio, aunque su terreno se vio rodeado de fuego. “Esto se va a repetir si no cambia la mentalidad de la gente y las políticas educativas. La sequía, el calor y el viento son factores naturales. Hay que modificar la forma de vivir en el bosque”, sentencia Alicia.
Las proyecciones de los modelos climáticos son preocupantes. “En las próximas décadas se esperan más sequías e incendios en varias regiones del planeta, incluyendo el sur argentino”, destaca Thomas Kitzberger, biólogo y Doctor en Geografía de la Universidad Nacional del Comahue.
Kitzberger, quien es investigador del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA) en Bariloche, destaca que “los sistemas boscosos del norte de la Patagonia experimentarán un aumento de temperatura y disminución de precipitaciones; mientras que en la zona de monte y estepa, habrá un aumento de tormentas y eventos extremos de lluvias torrenciales y rayos”.
“Los incendios son cada vez más extensos, severos y frecuentes. Y están ocurriendo en lugares donde antes no ocurrían, por ejemplo, en los bosques de lengas, ahora en un estado más seco”, dice el investigador. “El problema es que ha habido movimiento de personas hacia sistemas boscosos. “La gente mete sus casas en el bosque, que se va a quemar cada vez con más frecuencia”, señala el geógrafo.
Para el especialista, hay que prepararse ante este aumento de la vulnerabilidad socioecológica debido a los incendios. “Estamos expuestos a riesgos que antes no estaban.
Tenemos que construir dejando espacios. Y a nivel municipal debemos tener planes de prevención y de evacuación con correderos de escape”, señala. Y agrega que muchas ciudades de la Patagonia “son ciudades trampa”. El cambio climático y todos sus impactos están acelerándose. Podemos adaptarnos. Pero se necesitan cambios estructurales”, concluye.
Vivir entre la ciudad y el campo
En Ingeniero Jacobacci, una localidad al sur de la provincia de Río Negro, los fuertes vientos, suelos áridos y escasez de agua potable son moneda corriente. En los últimos quince años, sus pobladores sufrieron grandes sequías, nevadas y lluvias, con el incansable viento patagónico de fondo. En 2011, la zona también sufrió la caída de cenizas volcánicas (del
complejo Puyehue-Cordón Caulle, Chile) que taparon literalmente todo, con una gran pérdida de animales y vegetación.
Donaldo Bran, ingeniero agrónomo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), coordina en Jacobacci un Observatorio de Desertificación. Este es uno de los fenómenos que el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (por sus siglas en inglés, IPCC) advirtió que se incrementará, y consiste en la degradación del suelo debido a factores naturales y humanos.
Desde el Observatorio de Desertificación, Bran y su equipo buscan no solo monitorear sus procesos sino también capacitar y ayudar a los productores rurales a enfrentar la problemática.
En un taller participativo con productores rurales co-organizado por el INTA y el citado Observatorio de Desertificación, se registró el desplazamiento de “doble residencia”. Una investigadora que está haciendo su tesis de Doctorado en Geografía en el INTA, Anabella Fantozzi, y que trabaja con Bran, también identificó esa tendencia en las entrevistas que realizó a habitantes de la Línea Sur.
Sucede que muchos pobladores de la zona tienen “doble residencia”, como el productor ovino Mario Sepúlveda, que junto a su familia vive en la ciudad durante la semana, y los fines de semana en el campo, a 40 kilómetros de Jacobacci.
“Mi abuelo se instaló aquí en 1916, así que llevamos más de cien años produciendo este campo y ahora soy yo el que mantiene a mi familia con esta actividad”, cuenta y agrega, con orgullo, que sus hijos lo acompañan en esas tareas transmitidas de generación en generación.
Sepúlveda afirma que hubo cambios en el clima con respecto a su niñez: “el invierno empieza más tarde y es menos severo; las hojas en otoño tardan más en caer y el pasto en primavera también sale más tarde”.
Rosa Torres nació y se crió en Paraje Cura Uf, a 130 km de Ingeniero Jacobacci. Tiene 42 años y un hijo de 8. Durante la semana, se turna con su pareja para vivir en Colán Conhué, a 30 km de su campo. Su hijo va a la escuela allí y ella también, ya que está terminando la primaria para adultos.
Los fines de semana los tres viven en el campo junto a sus tíos, dedicados a criar chivas, ovejas y algunos caballos, además de gallinas y pavos. Venden lana y a veces huevos en una cooperativa. En el campo, suele nevar y formarse una laguna. “Tenemos un pedazo de tierra que nos dejaron nuestros mayores, nosotros queremos cuidar eso”, describe.
Preparación intersectorial
Gabriela Merlinsky, investigadora del CONICET y coordinadora del Grupo de Estudios Ambientales (GEA) del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, señala que es imposible proyectar qué zonas expulsarán y qué zonas recibirán pobladores debido a causas climáticas. Pero afirma que cualquier ordenamiento ambiental del territorio debe
tener en cuenta a las cuencas y humedales, ya que son grandes reguladores del clima.
Para Merlinsky, que es doctora en Ciencias Sociales (UBA) y doctora en Geografía (Universidad París VIII), las migraciones por causa ambiental se originan en el extractivismo. “Hoy se cultiva soja en casi todo el territorio. Y si hay soja en el bosque chaqueño es porque antes hubo deforestación”, dice. Y advierte: “Se está construyendo un discurso global sobre cambio
climático que despolitiza y oculta otras causas, como el extractivismo”.
“Las soluciones y acciones de adaptación no pueden ser iniciativas particulares. Se requiere una fuerte inversión del Estado en infraestructura: agua potable y saneamiento, conectividad, acceso a energía”, afirma. Y coincide con Aruj al remarcar la multicausalidad de las migraciones. “No se puede hablar del cambio climático como un factor único. La gente se
mueve por múltiples factores: violencia, falta de trabajo, oportunidades de estudio y capacitación. Pero la mayoría de las poblaciones afectadas por el cambio climático no se van, porque tienen su vida y su trabajo ahí donde están”. Además, señala que en Argentina y Sudamérica hay mucha información sobre migraciones y también sobre cambio climático.
Pero no hay estudios que crucen estos dos fenómenos, que además son multicausales.
Cuando el agua sube
El aumento del nivel del mar ya está ocurriendo en las playas argentinas. “La costa está retrocediendo. Esto es visible en balnearios como Las Toninas y Santa Teresita”, apunta el geólogo Federico Isla, investigador del CONICET y docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata.
“Para el 2100 el mar crecerá entre 40 y 80 cm y esto impactará desde el Delta del Paraná hasta la Bahía de Samborombón. El problema es que se hacen obras de contención para proteger el paseo costero, pero se va perdiendo la playa. Es la misma lógica de las paredes de un embalse, que en algún momento desbordan”, apunta Isla. Y denuncia: “Además se están
autorizando loteos en zonas inundables. En Quilmes y Berazategui, en el Partido de la Costa, General Madariaga y Mar Chiquita para barrios cerrados y clubes de campo”.
Ariel Fiocco, vecino de Santa Teresita y fundador de la filial local de la ONG Surfrider, coincide en el diagnóstico: “estamos perdiendo playa, y el problema se agrava por la urbanización que avanzó sobre la costa desconociendo la dinámica de los médanos”.
“La pavimentación de calles y la fijación de médanos están agravando el problema de erosión de la playa. A esto se suma el robo de arena para la construcción. Se han levantado gaviones (paredes de piedra reforzada con alambre galvanizado), que son una solución rápida para el frentista, pero no resuelven el problema de fondo. Se necesita un manejo costero integral”,
sentencia.
La ONG presentó recientemente a las autoridades locales un plan avalado por el CONICET y la Universidad de Mar del Plata para recomponer la zona de médanos y playa a bajo costo, utilizando maquinaria y equipamiento vial convencional.
Lo cierto es que hoy, muchas viviendas están en riesgo y deberían ser expropiadas. Sin embargo no hay acuerdo para hacerlo ya que la jurisdicción de playa es provincial y del médano para adentro, municipal.
En su mayoría, se trata de casas de veraneo y de fin de semana, pero existe una tendencia creciente, impulsada por el trabajo remoto y la pandemia, a que familias de la zona metropolitana se muden definitivamente a la Costa. “Ya lo estamos viendo y para esto, las localidades balnearias deberán preparar su infraestructura sanitaria, de transporte y servicios”, apunta Fiocco.
Adaptarse a la inundación
Convivir con el río y sus crecida s, en lugar de construir muros, diques y reasentar a los pobladores cuando llega la inundación, es la propuesta de un grupo de profesionales, docentes e investigadores de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) que busca instalar en Santa Fe una comunidad de viviendas flotantes.
Se trata de mercados de río, una alternativa para las familias que viven en riesgo hídrico. “En lugar de tener que dejar sus casas con cada crecida, pueden quedarse y seguir viviendo del río, y llevar adelante emprendimientos productivos sustentables”, explica el arquitecto Jorge Rico, uno de los impulsores del proyecto junto a Rodolfo Bellot, desde la Cátedra de Viviendas Flotantes Sustentables de la UNL.
Además de oficiar como viviendas, las construcciones modulares de telgopor y ferrocemento, se emplean como talleres o locales comerciales. “La idea es que durante los fines de semana,el mercado esté abierto al público, y los visitantes puedan comprar alimentos o artesanías, disfrutar de la gastronomía, hacer paseos fluviales, excursiones de pesca o
avistaje de aves, entre otras actividades”, explica Rico.
El concepto se basa en la economía circular, donde las viviendas se diseñan bajo criterios de la arquitectura bioclimática, con autonomía energética mediante el uso de paneles solares y el procesamiento sustentable de desechos.
“Los mercados de río existen en Asia. El de Santa Fe sería pionero en América Latina, y podría replicarse en otras localidades fluviales de la región”, apunta el arquitecto.
La iniciativa tiene además de un beneficio económico, un impacto social, dado que incluye la capacitación en oficios como la cría de peces y cultivos acuapónicos, y ambiental, dado que plantea un uso sustentable de los humedales, en lugar de rellenarlos y destruir su ecosistema.
“Esta es una propuesta adaptada al ciclo natural de los humedales, que permite aprovechar en forma sustentable estos territorios inundables”, comenta. En períodos de sequía y bajante, como el que atraviesa el Paraná desde 2020, es preciso dragar el río. “El peligro, en estas circunstancias, es que aumenta la cantidad de personas que se asienta en zonas que luego se inundarán, por lo que se requieren soluciones habitacionales adaptativas y de largo plazo”, señala el docente e investigador.
Los fenómenos climáticos extremos que obligan a las personas a desplazarse como las sequías e inundaciones serán cada vez más frecuentes. Es hora de generar estrategias de adaptación que combinen innovación, sustentabilidad, e inclusión social.
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A continuación encontrarás la segunda parte del informe relativo a Colombia:
PARTE 2
⇓
Colombia: Desplazados ambientales y climáticos son invisibles – RED PRENSA VERDE
Esta es la tercera parte del informe relativo a Uruguay:
PARTE 3
⇓
Uruguay: entre la movilidad y la reubicación planificada – RED PRENSA VERDE
Esta historia hace parte de la investigación periodística ‘Migrantes por cambio climático en Sudamérica‘, realizada para Periodistas Ambientales por un equipo periodístico transfronterizo integrado por Gabriela Ensink (Coordinadora), Laura Oviedo (Argentina) Carol Guilleminot (Uruguay) y Olga Cecilia Guerrero (Colombia), con financiación de UNESCO. Capacitación de equipo en herramientas de Periodismo Open Source: Damián Profeta (Argentina).
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