Después una década de investigación, la Asociación Calidris halló aves que prefieren cultivos orgánicos de arroz como hábitat. Han avistado hasta 300 especies de las cuales 25 son migratorias.
OLGA CECILIA GUERRERO R. / MONGABAY LATAM
Existe un lugar en el Valle del Cauca donde las aves migratorias y residentes tienen su pequeño paraíso. Ese lugar es la finca El Renacer de la Bertha, en el corregimiento de Timba, zona rural del municipio de Jamundí, a hora y media de Cali, capital del Valle del Cauca, en el sur del país.
Su propietario, José Jarvi Bazán, emplea desde 2004 buenas prácticas de cultivo que lo llevaron a ser pionero en la producción de arroz orgánico en el país y en Latinoamérica, mediante el proyecto ‘Las alas del arroz’ de la Asociación Calidris, una ONG colombiana con sede en Cali que además es socia de BirdLife International en Colombia.
¿En qué se diferencia de un cultivo convencional? La respuesta está en que el agricultor no utiliza agrotóxicos sintéticos, hace buen uso del suelo y el agua, tiene cercas y barreras vivas asociadas a la plantación y respeta la biodiversidad.
Por esa sana convivencia con la naturaleza, Bazán recibió, desde 2009, el sello verde ‘Arroz amigo de las aves’ basado en criterios científicos y de manejo, ajustados a la Norma de la Red de Agricultura Sostenible (RAS).
Esta certificación nació durante un encuentro internacional organizado por la oficina de Wetlands International para América del Sur ─organización mundial que promueve la conservación y uso racional de los humedales─ y la Asociación Calidris, donde participaron agricultores, biólogos y agrónomos. El objetivo era conservar cultivos de arroz como agroecosistemas estratégicos para las aves, siguiendo la directriz de la Resolución X.31 de la Convención Ramsar que busca “mejorar la biodiversidad en los arrozales como sistemas de humedales”.
Reconocer el territorio
Certificar el cultivo como orgánico requirió varios años de trabajo duro y el cumplimiento de muchos requisitos. Bajo la premisa de que las aves son indicadoras de la buena salud del ecosistema, Yanira Cifuentes-Sarmiento, bióloga de Calidris y coordinadora del proyecto comenzó, entre 2009 y 2012, la primera fase para el proceso de certificación del cultivo de arroz de Bazán y varios productores de la vereda La Bertha.
Lo primero que hicieron fue un estudio comparativo entre los cultivos convencionales y los de arroz orgánico. Niños y adultos participaron en los muestreos y conteos en 10 cultivos orgánicos en el municipio de Jamundí durante tres años. Este trabajo confirmó la presencia de 300 especies de aves, de las cuales 20 son migratorias.
Adicionalmente, se comprobó que algunas aves, como las playeras, visitan más los cultivos orgánicos. Entre ellas se encuentran el correlimos pectoral (Calidris melanotos), el correlimos zancón (Calidris himantopus) y el chorlito semipalmeado (Charadrius semipalmatus). “Se caracterizan por ser superselectivas, llegan porque el suelo está desintoxicado y tiene más nutrientes para su alimentación”, afirma la bióloga. Además, en uno de los censos de aves se contaron, en un solo predio, 6500 individuos acuáticos, entre patos y garzas.
Entre 2009 y 2019 se han registrado 12 especies de aves playeras, la mayoría migratorias. De este grupo, sobresale por su abundancia el correlimos diminuto (Calidris minutilla), que no alcanza a pesar 25 gramos y que viaja de Norteamérica a Colombia para pasar el invierno. Como su dieta consiste en insectos y otros invertebrados como anélidos y moluscos presentes en el lodo, los cultivos de arroz orgánico se convierten en un excelente restaurante que les permite acumular grasa y energía para sus largos viajes.
“Las capturamos para estudiarlas y saber en qué estado llegaban a Colombia y cómo se marchaban. Los agricultores las tuvieron en sus manos, las contemplaron y aprendieron de dónde viene cada una”, explica Yanira Cifuentes. La bióloga asegura que la gente ya habla con firmeza de estas especies, diferencian bien a las residentes de las migratorias, saben en qué tiempo llegan, cuándo se van, de dónde proceden y sus características particulares. “Eso es apropiación del territorio”, destaca.
Producto de estas investigaciones, y como si fuera una línea de tiempo, la investigadora describe la secuencia de visitas de las aves en los cuatro meses de vida del arrozal.
Las aves acuáticas comienzan a ‘aterrizar’ tan pronto los lotes están rebosantes de agua, listos para la primera fase del cultivo de arroz orgánico. Mientras el agricultor prepara el suelo, inunda y trasplanta las plántulas de una altura de 30 a 50 centímetros (cm), las visitantes van llegando por bandadas.
Primero aparecen los patos migratorios (Spatula discors), luego las aves playeras como (Calidris minutilla, Calidris melanotos, Calidris himantopus y Charadrius semipalmatus), las pollas de agua (Porphyrio martinica), las ibis y coquitos (Plegadis falcinellus y Phimosus infuscatus) y muchas más, provenientes de distintas regiones de Colombia, Estados Unidos y Canadá. Lo primero que hacen es buscar sitios para comer en el suelo anegado y hospedarse, bien sea en el cultivo o en los árboles de los alrededores.
Cuando la planta alcanza entre 50 y 80 cm sale la espiga verde y llegan las especies que consumen insectos como los turpiales cabeciamarillos (Chrysomus icterocephalus) y garzas (Egretta thula y Egrettacaerulea) que no solo aprovechan los insectos sino los peces, ranas y renacuajos que hay en el agua. No pueden faltar los chamones parásitos (Molothrus bonariensis) que buscan el grano tierno y lechoso.
Semanas después, cuando la espiga está madura, se hacen presentes los semilleros como canarios (Sicalis flaveola), los llamados espigueros (Sporophilanigricollis y Sporophila minuta) y algunos loros de pequeño tamaño como los cascabelitos (Forpus conspicillatus).
En el cuarto mes, cuando llega el momento de la cosecha, el grano cae al piso y aparecen las palomas torcazas (Torcaza naguiblanca) y (Columbina talpacoti). Detrás de estas entran sus predadores, aves rapaces como el cernícalo (Falco sparverius), el halcón plomizo (Falco femoralis) y el halcón peregrino (Falco peregrinus). Estas rapaces se posan en la copa de los árboles o en los cercos y comienzan a realizar su propia cacería.
Aves para el arroz, arroz para las aves
Son muchas las preguntas por resolver sobre la relación de las aves y el arrozal. ¿En qué consiste esa conexión?
Para la Asociación Calidris, los arrozales son agroecosistemas que se comportan como humedales artificiales temporales porque alternan periodos de inundación y de sequía, haciendo que a lo largo del ciclo productivo se ofrezcan diferentes hábitats para la fauna en general y para las aves en particular.
Lo que ocurre, manifiesta Yanira Cifuentes, es que en muchos departamentos se convierten en la única opción que tienen tanto las aves migratorias como las especies residentes. Ese es el caso del departamento del Valle del Cauca, donde varios humedales naturales han desaparecido.
“En el departamento, en menos de 50 años, se ha perdido el 80 % de los humedales naturales por la ampliación de cultivos como la caña o por la urbanización. Las aves no tienen a dónde ir y acuden a los arrozales. Por esta razón, un cultivo de arroz con buenas prácticas les brinda un humedal temporal y dinámico que pueden aprovechar”, comenta.
Sin duda, uno de los grandes descubrimientos de los biólogos de Calidris es que el alimento predilecto de las aves playeras son las larvas y pupas de insectos perjudiciales para los humanos como las del género Aedes y Culex, que son hematófagos —se alimentan de sangre—.
“Son vectores de varias enfermedades, de ahí la importancia de reconocer qué invertebrados están asociados a los cultivos de arroz. Este es un aspecto importante porque solo se habían estudiado plagas para cultivos y no para enfermedades hacia humanos”, comenta la investigadora.
Moscos y zancudos que propagan el dengue y el chikungunya caen por montones en los picos de estas aves, logrando un impacto benéfico para los productores, pues los protegen de complicadas enfermedades.
“De la misma forma, se alimentan del gusano taladrador o cogollero (Spodoptera frugiperda) que causa una alta afectación en las primeras fases de las plántulas”, comenta Yanira. Cuando hay demasiados gusanos, las plantas no se desarrollan.
Varias aves playeras también atrapan larvas y adultos de cucarrones o escarabajos pertenecientes a la familia Chrysomelidae, que para el arrocero pueden ser perjudiciales. Dichas larvas entran por las heridas que dejan otros gusanos y van consumiendo el interior de la planta hasta dejarla como una caña vacía.
Los aportes de las aves no se quedan ahí. Algunas también se alimentan de larvas de la palomilla blanca o ‘novia del arroz’ (Rupela albinella) que, curiosamente, es benéfica para el cultivo en su etapa adulta pero en su etapa de larva es una plaga. El asunto genera tanta polémica que muchos campesinos siguen creyendo que son dos insectos diferentes (larva y adulto) y no les creen a los biólogos cuando insisten en que se trata de una misma especie.
Para que las aves playeras hagan bien su trabajo como controladoras, los cultivos deben estar inundados. Pero, ¿qué pasa en los periodos más secos? En ese momento aparece el gusano cogollero, pero entran en acción los garrapateros (Crotophaga ani) y los turpiales (Icterus nigrogularis). En resumen, el beneficio que los cultivos obtienen de las aves es incalculable.
Bondades de las cercas vivas
Otro eje fundamental para el cultivo limpio que promueve la Asociación Calidris es la inclusión de cercas vivas o barreras naturales que “permiten la conexión de elementos de paisaje como quebradas, bosques, guaduales, que a su vez sirven como corredores para que reptiles, aves y mamíferos puedan desplazarse de un lugar a otro”.
Estas cercas también funcionan como un muro para que los insumos químicos sintéticos provenientes de otros cultivos, y que se esparcen en el aire, no lleguen al cultivo orgánico. Además, actúan como ‘murallas’ rompe vientos que evitan la caída de plantas de arroz ante fuertes tormentas y lluvias, retienen los suelos de caminos y bordes de cultivo, y a la vez ofrecen sombra.
Niños y productores hicieron un inventario de los árboles nativos de la vereda La Bertha y luego construyeron un álbum botánico con muestras de semillas, hojas, flores y frutos, como documento de consulta.
Con esa información sembraron cítricos, mamey, guanábana, mamoncillo y algunos maderables en cuatro predios de la vereda. También pusieron perchas para que las aves rapaces se posaran y pudieran cazar, pues al hacerlo cumplen con su trabajo de control biológico.
Luego de la cosecha, los agricultores rotan el cultivo para que el suelo descanse. Cuando las plantas se pudren no hacen quemas, sino que los residuos se convierten en abono para la siembra de fríjol. Esperan a que crezca durante dos meses y medio y una vez se cosecha se fija el nitrógeno en el suelo. Después, nuevamente plantan arroz.
No todo es alegría
José Jarvi Bazán, el cultivador pionero, dice que disfruta ver cómo llegan patos canadienses, calidris, cigüeñuelas o viuditas. A pesar de que esas especies pueden comerse su cultivo, él ha aprendido a manejar el problema con cierta paciencia y mucha astucia.
En el instante en que la semilla abre, arriban las enormes bandadas del pato canadiense (Spatula discors), que tras sus largos viajes se encuentra con estos “sanos restaurantes”. Bazán sale con linterna en mano a espantarlos a las 7, 9, 11 y 12 de la noche y a veces a las 2 de la mañana durante nueve días. “Tampoco es que molesten mucho”, comenta.
Sin embargo, son pocos los que se esfuerzan por la convivencia. Por el contrario, extensos arrozales del Valle de Cauca, del Tolima Grande y de los Llanos Orientales, donde hace falta una mayor cultura ambiental, se convierten en un destino mortal para algunas especies, explica la investigadora Yanira Cifuentes. “Aunque los cultivos de arroz son una opción alterna a los humedales naturales, los arrozales también son considerados como trampas naturales, esto quiere decir que, así como las aves pueden encontrar beneficios, también pueden hallar depredadores o ser intoxicados”.
Como ejemplo está el caso de la polla azul (Porphyrio martinica), un ave residente que puede controlar poblaciones de insectos del cultivo cuando este está inundado. Pero, cuando las plántulas están más grandes, va por los surcos haciendo nidos. Los agrónomos conocen esto como “daño mecánico a las plantas” porque toma las espigas más grandes y las va apiñando hasta construir el nido, haciendo que la producción disminuya.
Los agricultores suelen destruir los hogares de esta ave para evitar una siguiente generación. Como consecuencia de esto, en el departamento del Meta, por ejemplo, la población de la especie empezó a bajar hasta que desapareció en los cultivos. “Ya está regresando, pero muchos arroceros siguen haciendo cuentas alegres de los daños. Eso no es así, se debe calcular la tasa de pérdida contra los beneficios que les traen estas aves”, dice Yanira Cifuentes.
Otra de las afectaciones masivas a la biodiversidad asociada a los cultivos de arroz es el uso de agrotóxicos que afectan no solo a aves, sino a anfibios y otras especies acuáticas. En particular hay una sustancia muy peligrosa conocida como ‘matasiete’ y que puede afectar libélulas o aves y al ir por escorrentía, puede acabar con larvas, cucarrones, ranas y sapos. Le dicen ‘matasiete’ porque puede acabar con siete niveles de la cadena trófica. Mata los insectos que luego son consumidos por la rana, luego a la garza que se come a la rana y de ahí en adelante sigue envenenando a todos los demás predadores.
De hecho, la bióloga relata cómo un médico del Valle del Cauca vio convulsionar a un pato en 2016 y a partir de ahí la Fundación Calidris empezó a investigar el hecho. Encontró que el pato migratorio (Spatula discors) e iguasas (Dendrocygna autumnalis, D. bicolor y D. viduata) que consumen una sustancia conocida como propanil padecen una afectación en el sistema nervioso que les genera una especie de epilepsia. Esto también ha sido observado en otros países para especies como patos (Anas platyrhynchos) y perdices (Colinus sp.).
“El veneno se acumula en los patos y poco a poco los va matando, es como un cáncer que los consume. Gracias a estudios sobre el tema, Estados Unidos prohibió este químico”. Espera que Colombia también tome medidas contundentes.
Del Valle del Cauca para Colombia y el mundo
En Casanare, al oriente de Colombia, hay alguien que sigue los pasos de José Jarvi Bazán. Jaime Mendoza ya lleva tres cosechas con dos hectáreas de cultivo de arroz sin agroquímicos. Confiesa que no es fácil pues se deben superar situaciones como el bajo rendimiento en la fase inicial, la acidificación del suelo llanero y que todo se hace bajo un proceso artesanal.
“Estaba cansado de trabajar el arroz con tantos químicos, había que aplicar no uno sino varios herbicidas, fungicidas e insecticidas. El beneficio ahora es producir una comida limpia que ayude a tener una buena salud. Sin embargo, hace falta una máquina trasplantadora, un molino certificado y cumplir las demás exigencias que demanda el proceso”, comenta Jaime.
Para mejorar su producción, Fedearroz —gremio que reúne a muchos de los arroceros de Colombia— lo ha apoyado con el uso de feromonas para combatir el gusano cogollero (Spodoptera frugiperda). Además, Jaime también ha elaborado sus propios abonos a partir de lombricultura.
Su próxima siembra será en agosto y ya tiene la semilla que dejó de la última cosecha. No solo esto, la innovación en esta pequeña producción de arroz limpio se acompaña por un proceso de rizipiscicultura —uso de peces dentro del cultivo para control de malezas e insectos plaga—. Ya superó la etapa de experimentación, como parte de un proyecto de las estudiantes Andrea y Luz Ángela León de Unisangil, asesoradas por Wilmer Velásquez de esa universidad y Jorge Andrés Ardila de Fedearroz. El objetivo es que Jaime, a la vez que obtiene cereal, pueda tener peces para consumo.
Por su parte, José Jarvi Bazán, el pionero en arroz orgánico en Colombia, cuenta que ha recibido delegaciones de arroceros de Estados Unidos, Perú y Japón que quieren conocer su modelo de cultivo. Ahora ofrece servicio con guías locales y atención a avituristas que pueden pasar un día en la finca comiendo su arroz ‘verde’ y observando las ‘alas del arroz’ en los humedales.
A futuro quiere alcanzar las seis toneladas por hectárea en producción del cereal orgánico y lograr que otros arroceros se interesen por esta forma de producción que ayuda a la conservación de aves. “Estoy convencido de que se puede producir buena comida sin contaminar. Se necesita efectiva asesoría y ser conscientes que al empezar la producción se baja, pero con el tiempo aumenta”.
El progreso que ha tenido José Jarvi Bazán, y al cual Jaime Mendoza le ha seguido los pasos, es un sueño realizado para Yanira Cifuentes. Y es que hace apenas 10 años la bióloga luchaba contra todas las voces que le decían que era imposible que un arrozal fuera un agroecosistema ecoamigable.
‘Alas del arroz’ ya migró hace cuatro años a Paraguay como una experiencia impartida a nuevos productores. La meta de la investigadora es seguir exportando el proyecto y lograr que esta experiencia de producción y conservación de aves —en el país con mayor diversidad de estas especies en el planeta— se convierta en un referente mundial.