Corine Vriesendorp sueña con ver concretado el corredor biocultural del Putumayo-Içá, una cuenca al interior de la Amazonía y en la que participan cuatro países: Colombia, Ecuador, Perú y Brasil. “La idea es ver cómo vamos a trabajar juntos en este espacio no solamente para enfrentar amenazas, sino también para facilitar y mejorar el manejo de este territorio. Cómo es que la gente puede hacer su vida aquí de manera sostenible y a largo plazo”.
Michelle Carrere / Mongabay Latam
Corine Vriesendorp es Directora del programa Andes-Amazonas del Museo Field de Historia Natural de Chicago, una prestigiosa institución académica estadounidense enfocada en la conservación de bosques amazónicos. Como parte de ese equipo ha descubierto más de 150 especies nuevas para la ciencia y ha ayudado a los gobiernos de Perú, Bolivia y Ecuador a proteger más de 9,4 millones de hectáreas de bosque.
Durante los últimos 20 años, la bióloga holandesa ha centrado su atención en la cuenca del Putumayo-Içá, un río que comienza su recorrido aguas arriba en la Cordillera de los Andes, en Colombia, luego drena hacia Ecuador y Perú, conectando ríos, lagos y bosques hasta llegar a Brasil en donde descarga al río Amazonas.
Tras años de investigación, realizando inventarios en la selva y visitando comunidades, un día el Putumayo-Içá se reveló ante Vriesendorp y los demás investigadores del programa como lo que era: una cuenca transnacional donde las fronteras no existen ni para los animales, ni para las plantas, ni para las comunidades indígenas que la habitan. Una cosa más, Vriesendorp cayó en cuenta de que la diversidad biológica y cultural del Putumayo-Içá es particularmente rica y que ésta debía ser preservada. Desde entonces ha trabajado con un norte bien definido: lograr crear el corredor biocultural del Putumayo-Içá.
¿De qué se trata, qué pretende y cuáles son las amenazas que lo acechan? son las preguntas que Corine Vriesendorp respondió en esta entrevista con Mongabay Latam.
¿Cómo nace la idea del corredor biocultural del Putumayo-Içá?
Fue una cosa de oportunidades, de como cuando estás trabajando y te dices “cómo no nos dimos cuenta de que esta cuenca entera es increíble”.
Nosotros como museo tenemos un brazo de acción, un grupo que se enfoca en hacer trabajos por el bienestar de la población local y para la conservación de los ambientes que sostienen la vida de esa gente. Hacemos eso a partir de inventarios biológicos y sociales rápidos.
Habíamos estado haciendo inventarios en la cuenca del Putumayo, pero de manera localizada, comunidad por comunidad, y nunca con una visión de corredor. Pero en 2016 pasaron dos cosas. Lo primero fue que el equipo social, mientras estaba bajando por el río Putumayo, vio un jaguar nadando por el río. El jaguar salió de Perú y entró a Colombia sin DNI, sin cédula, sin nada. Para ese jaguar no existía la frontera.
Ese mismo equipo después decidió cruzar hacia el lado colombiano y hablar con la gente de una comunidad llamada Puerto Arica y se dieron cuenta de que habían muchas conexiones con Perú. Fue entonces que empezamos a mirar toda la cuenca del Putumayo-Içá.
¿Y qué vieron?
Es una cuenca chiquita. Son 12 millones de hectáreas que representan menos del 2 % de toda la cuenca amazónica, pero tiene cosas supermaravillosas. Lo primero es que no hay represas ni propuestas, el río fluye de forma libre en todo su cauce. Además el bosque tiene un nivel de conservación ya establecido muy alto. El 40 % de toda la cuenca está en territorios indígenas, un 20 % está en áreas de conservación y hay como un 15 % en el lado peruano que se está proponiendo proteger. Si se logra, el 75 % de esta cuenta estaría bajo alguna figura de protección, sea territorio indígena, sea área de conservación, lo cual es bastante increíble.
Además es una zona que tiene mucho carbono, no solamente arriba del suelo, sino también debajo de él porque hay muchas turberas. Esas son algunas de las cosas que lo hacen un lugar espectacular.
Por otro lado, son más de 20 pueblos indígenas los que viven ahí y también hay gente campesina por lo que tienes una diversidad cultural muy rica.
¿Hay personas que tienen familias de un lado y otro de la frontera?
Totalmente. Hay conexiones de parentesco y también hay conexiones menos obvias. En el lado peruano la fortaleza es el manejo de los recursos naturales, ya sea la pesca, el aguaje, o la carne de monte entre otras cosas. Tienen planes de manejo y tienen trabajos con ONG para hacerlo. Del lado colombiano, en cambio, no hay nada de eso. Sin embargo, allí la fortaleza es la cultura, la tradición. Tienen su maloca, tienen su mambeadero, tienen su forma de manejar espiritualmente el territorio y tienen súper fuerte su idioma. Entonces hay peruanos que van al otro lado para bailes tradicionales, para conectarse con esa parte cultural.
También hay acuerdos entre comunidades sobre cómo manejar recursos. Por ejemplo, el lado peruano del Putumayo se inunda. Entonces hay comunidades que tienen sus chacras del otro lado del río, en territorio colombiano, donde no se inunda. Esos acuerdos no son formales entre los países, son acuerdos comunitarios.
Cuando nos dimos cuenta de todas esas conexiones dijimos: “necesitamos que la gente hable”.
¿Y qué hicieron?
Como la mayoría de la gente que habita en la cuenca está en Perú y en Colombia, decidimos hacer un primer encuentro en Iquitos invitando a gente de gobierno, ONG y pueblos indígenas tanto del lado colombiano como del lado peruano.
Hicimos el evento en abril de 2017 y fue un gran experimento. No sabíamos si iba a funcionar o no, pero fue superpoderoso porque, por ejemplo, los pueblos indígenas del lado peruano del Putumayo nunca se habían encontrado, nunca habían hablado, no tenían una agenda en común. Los colombianos lo tenían más claro. Habían hecho una cumbre y tenían una agenda, pero ese evento nos dio mucha energía para empezar a pensar en cómo podemos armar algo juntos porque nos dimos cuenta de que hay desafíos que solamente se pueden enfrentar si tienes a ambos lados de la frontera.
Hay mucha gente ahora en todos los niveles —internacional, nacional, local— que tienen en la cabeza el corredor del Putumayo-Içá lo cual es un gran logro. Hace cinco años nadie hablaba de esto y ahora hay un proyecto del Banco Mundial entre los cuatro países enfocado en el Putumayo-Içá. El reto ahora es cómo hacer real el corredor. Cómo creas una gobernanza para ese espacio, cómo amarras todos los esfuerzos, cómo realmente empiezas a trabajar en soluciones a estos desafíos y actualmente estamos en ese momento.
¿A nivel biológico qué es lo que comparten también ambas partes?
El Putumayo es fascinante. No son bosques donde dices “oh! está lleno de animales!”, no es como el Parque Nacional del Manu, en el sureste de Perú, donde la impresión que tienes es de muchos sonidos, frutos, animales, como si la abundancia te diera un codazo en la cara. En el Putumayo tienes que trabajar más. Tienes que estar todos los días buscando, caminando, mirando. Pero después de un mes de estar ahí, cuando miras tu lista entera, te das cuenta de que este lugar es sumamente diverso. Tiene una riqueza increíble. Hay miles de especies haciendo su vida en el Putumayo. El río Yaguas, por ejemplo, donde ahora existe el Parque Nacional Yaguas, tiene dos tercios de la diversidad íctica continental de Perú.
Si la cuenca amazónica es el lugar más biodiverso del mundo, el Putumayo es uno de esos rincones más diversos. No en abundancia, pero sí diversidad y eso a pesar de que los suelos de estos bosques son muy pobres.
¿En qué sentido?
Los grandes tributarios del río Amazonas que drenan los Andes son ríos que están llenos de sedimentos y de nutrientes. Eso es lo que alimenta a los bosques del llano amazónico, pero el Putumayo no es tan así, es un lugar mucho más pobre. De todos los ríos que drenan los Andes es el que tiene menos conductividad, menos sales. De hecho, hay tributarios del Putumayo donde el agua es como si fuera destilada y necesitas llevar Gatorade para poder trabajar ahí.
Sin embargo, también es un lugar donde hay colpas o salados (zonas donde el suelo tiene altas concentraciones de minerales y por lo que muchos animales van hasta allí para lamer el suelo o beber el agua acumulada y cubrir así sus necesidades de nutrientes minerales). Son puntos focales donde llega el tapir, los monos, las aves, murciélagos, y algunos realmente comen la tierra. Es un lugar un poco abierto que parece un barrial y ahí están los animales chupando las aguas.
Hay algunos salados en el Putumayo que son como cuevas. Son tantos los animales que han comido tierra ahí que se crean grandes cuevas y tienen nombres locales como la Iglesia, la catedral. Nunca he visto algo así en otro lugar.
¿Por qué existen estos salados?
Este paisaje, hace 15 millones de años, fue parte del lago o humedal de Pebas. Era un humedal grande, con unos caimanes inmensos que ya no existen, tortugas, tenía influencia marina y había moluscos. Cuando se empezó a levantar los Andes, los sedimentos llenaron ese humedal. Es por eso que los suelos de Pebas, aunque son los más ancianos, son los que tienen más nutrientes. Entonces donde hay bosque con ese suelo Pebas, ahí es donde está el salado que para los animales es súper importante.
¿Esa es la razón por la que hay tanta diversidad?
No sabemos la respuesta a esta pregunta. ¿Cómo puede ser que un lugar con suelos súper difíciles sea un impulsor de diversidad? Puede ser porque es tan difícil vivir ahí que ninguna especie se vuelve dominante, pero no sabemos.
Lo único que podemos decir es que es un lugar de alta diversidad y que además es muy especial porque tiene baja deforestación, mucho carbono, ríos que todavía fluyen de forma libre y conocimiento tradicional de la gente que vive ahí.
Para mí es un lugar con el que sueño pueda ser conservado. Obviamente yo quisiera que se conserve toda la Amazonía para el bienestar de la gente que vive ahí, pero este es un lugar para empezar a amarrar, es decir, necesitamos entender cuáles son los mosaicos de conservación, cómo podemos tener una gobernanza ambiental sobre este lugar que sea coherente para no estar conservando por acá y destruyendo por allá. Eso es lo que soñamos para el Putumayo.
¿Pero hay amenazas?
Hay, definitivamente, y están en aumento.
Una de ellas es la contaminación con mercurio de la minería ilegal que hay en los ríos para sacar oro.
Hay un genocidio pasando en toda la cuenca amazónica con esto del mercurio. Se está contaminando a las personas. Parques Nacionales en Colombia hizo un estudio muy increíble y aterrador sobre los niveles de mercurio en la gente. Si tú hablas con gente del río Cotuhé, los ticunas, y les preguntas qué saben del mercurio, ellos te dicen yo soy 24 y mi papá es 48.
¿Qué es eso?
Partes por millón de mercurio que tienen en su cuerpo, y menos de uno es el nivel aceptable para los humanos. Cuando hablamos de esto en el primer encuentro en Iquitos los peruanos decían yo ni sé cuál es mi número y los colombianos decían yo sé mi número, pero no sé qué hacer.
¿Y pueden hacer algo?
Hay peces que no se deberían comer como los bagres, por ejemplo, porque tienen una concentración alta de mercurio, pero al final no hay escape, es una amenaza súper invisible, y no solamente se está contaminando con mercurio, sino que se está cambiando el mismo río con los sedimentos. El río Purité en el lado brasilero, es un río de aguas negras divino con playas de arena blanca y ahora lo ves y parece un río blanco, es como un café con leche, y eso va a afectar a la diversidad de animales que hay ahí y va a afectar a la salud humana. Eso me parece un problema grande.
Otra amenaza gigante es la carretera que pretende unir Iquitos con El Estrecho. Tiene cuatro tramos. El primer tramo ya está construido, el segundo va avanzando, el tercero y el cuarto pasarían por áreas de Conservación Regional y por territorios indígenas.
¿Cuál es el peligro?
El peligro ahí es que entre la gente, empiece a tumbar el bosque, a deforestar, a colonizar, a cazar, pescar, a poner una presión sobre un bosque que tiene un fin de conservación y manejo para las personas que viven alrededor.
¿Qué la motiva a seguir adelante?
Hay gente super bella en el Putumayo tratando de hacer su vida. Si tú y yo fuéramos a vivir allí no creo que pudiéramos hacer la vida ahí de la forma en que lo hacen ellos porque tienen un conocimiento muy profundo del territorio. Saben cuándo cosechar qué cosas, cuándo sembrar, saben por dónde ir cuando suben los peces migratorios. Eso tiene un valor superimportante y deberíamos estar haciendo todo lo posible para asegurar que eso también tenga futuro a largo plazo.
Pero creo que la idea de la tierra olvidada, de que nadie se interesa en este lugar, está cambiando. Siento que hay un compromiso muy fuerte con la gente que vive en el Putumayo y no sabes la cantidad de personas, de ONG, entidades de Perú, de Colombia que están trabajando. Eso me encanta porque no es un esfuerzo del museo o un esfuerzo mío, es un esfuerzo de un grupo súper grande donde todos estamos apuntando hacia el mismo destino.
Para mí el trabajo más bello que he hecho en toda mi carrera es este.
Imagen superior: Jaguar a orillas del Putumayo. Foto: Ana Rosa Saenz.
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