Durante más de dos décadas, el genetista Manuel Ruiz-García estudió una extraña piel que permanecía guardada en una de las colecciones del Instituto Humboldt en Colombia. Exhaustivos estudios moleculares le llevaron a indicar que podría ser una nueva especie, a la cual llamó gato de Nariño (Leopardus narinensis).
Antonio José Paz Cardona / Mongabay Latam
Los países latinoamericanos intentan ponerse al día en el conocimiento de su gran biodiversidad. Aunque cada vez se describen más especies en grupos como anfibios, reptiles e insectos, descubrir un nuevo animal no es algo que los científicos logren de la noche a la mañana. En grupos como los mamíferos, revelar que hay una nueva especie para la ciencia es, literalmente, una proeza. Por eso, causó gran sorpresa que, en junio de este año, la revista científica Genes publicó un artículo con evidencia morfológica y genética sobre una especie de félido en Colombia que no había sido descrita: el gato de Nariño (Leopardus narinensis).
El biólogo Manuel Ruiz-García, del Laboratorio de Genética de Poblaciones Molecular-Biología Evolutiva de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia, tardó más de 20 años en publicar este hallazgo, pues sólo contaba con una extraña piel que encontró en una colección del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, en la ciudad de Villa de Leyva, Boyacá. No había imágenes y ni siquiera un ejemplar vivo o muerto para analizar. Es por eso que aún no hay certeza de si el gato de Nariño es una especie viva, con un rango de distribución muy restringido, poblaciones pequeñas y muy difícil de ver, o si es un félido que ya se extinguió.
Ruiz-García tuvo que descifrar el enigma del gato de Nariño con muy pocas pistas. Sólo sabía que existía una piel que, para él, no correspondía con ningún félido pequeño que habitara en Colombia; que la piel fue recolectada en el páramo del volcán Galeras, en el departamento de Nariño; que había sido donada en 1989 al antiguo Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena), y que cuando esa entidad desapareció, el Instituto Humboldt la acogió en sus colecciones biológicas, ubicándola junto a muestras de tigrillo (Leopardus tigrinus).
“Lo ideal es que pudiéramos encontrar, ya sea en la naturaleza, o en alguna colección de algún museo, material que al analizarlo molecularmente muestre una coincidencia con este ejemplar. Sería la ratificación de que, extinto o no extinto, hay un linaje que ha evolucionado por separado de los tigrillos y que está más relacionado con otros felinos del género Leopardus [en el sur del continente] que con los propios tigrillos”, dice Ruiz-García.
Más de 20 años para llegar al gato de Nariño
La historia del gato de Nariño empezó en el 2001 cuando uno de los estudiantes de Ruiz-García se interesó en trabajar con pumas y jaguares, y decidieron pedir una cita para visitar las colecciones de mamíferos del Instituto Humboldt en Villa de Leyva, donde llegaron a observar y analizar los cráneos y pieles de estos animales.
La curiosidad científica los llevó a detenerse no sólo en las amplias muestras de pumas y jaguares sino en los cajones que contenían muestras de félidos más pequeños. Fue así que llegaron a la sección de los tigrillos que, a diferencia de los grandes félidos, solo contaba con unas ocho pieles y seis cráneos.
Ruiz-García, científico español que lleva más de 25 años viviendo en Colombia, ha dedicado gran parte de su trabajo a los primates y los félidos, por lo que rápidamente identificó que una de las pieles no se ajustaba a lo que había visto sobre tigrillos.
“Era una piel que por su coloración, el diseño de la rosetas de las manchas y el hecho de que tenía una especie de caperuza oscura en la parte superior de la cabeza, que se extendía por buena parte del lomo, no correspondía con lo que usualmente había visto en tigrillos”, cuenta el investigador.
Para esa época, Manuel Ruiz-García ya había viajado por varios países de Latinoamérica y conocía bien las colecciones de félidos que habitan en Perú y Bolivia. La piel que encontró en el Humboldt tenía algunas coincidencias con las de gato de pajonal (Leopardus colocolo) que había visto en estos países. Sin embargo, para esa época, Ecuador era el límite norte de distribución de esa especie y no había registro del gato de pajonal en Colombia. Hoy ya hay reportes de este pequeño félido en Nariño, en el sur del país.
Con todo, el investigador tampoco lograba encajar por completo esa extraña piel con la del gato de pajonal. La intriga y la incertidumbre seguían siendo las protagonistas, por lo que decidió tomar varias fotos de la piel y se las envió a la investigadora Rosa García Perea, del Instituto de Ciencias Naturales de Madrid, ya que la científica había hecho uno de los estudios más completos sobre cráneos y pieles de gato de pajonal en toda su distribución geográfica en Sudamérica en la década de los noventa.
La piel fue hallada en 1989 en los páramos del volcán Galeras, en el departamento de Nariño. El nuevo félido sería una especie hermana del gato de pajonal (Leopardus colocolo) y estaría emparentado con la guiña (Leopardus guigna) y el gato de geoffroy (Leopardus geoffroyi), dos especies que habitan en el sur de Sudamérica.
La respuesta de García sólo produjo más curiosidad: “Las fotografías que me envías no corresponden a un gato de pajonal, debe ser uno de esos tigrillos raros que aparecen de vez en cuando”, le dijo.
¿Si no era un gato de pajonal, qué especie podría ser?
Ruiz-García empezó a hacer análisis moleculares en el laboratorio y esos primeros resultados le mostraron que era un animal que no se ajustaba muy bien a los resultados que tenían para otras especies del género Leopardus que vivían en Colombia como el margay (Leopardus wiedii), el ocelote (Leopardus pardalis) o el tigrillo. El investigador, en ese momento, también descartaba especies como la guiña (Leopardus guigna), pues su rango norte de distribución estaba en Chile.
Para el año 2007, Ruiz-García le envió una muestra de ADN de la piel a un científico en Canadá que estaba haciendo su tesis doctoral con gato de pajonal. El dictamen ahora era definitivo: genéticamente la piel no correspondía a esa especie.
Los años pasaron, y aunque Ruiz-García seguía con sus investigaciones genéticas con otros félidos y con primates, el deseo por descubrir al portador de la rara piel seguía dando vueltas en su mente.
Hacia el año 2012, Myreya Pinedo, estudiante de doctorado en la Universidad Javeriana, estaba trabajando en estudios con ADN mitocondrial —secuencias genéticas al interior de la mitocondria que sólo son heredadas por la madre y sirven para distinguir especies de forma más certera— con diferentes especies de félidos y ayudó a Ruiz-García a hacer la secuenciación completa del ADN mitocondrial de la piel.
“Ya con el ADN mitocondrial completo de este ejemplar, más los que obtuvimos de las otras especies del género Leopardus, hicimos los análisis matemáticos y los árboles filogenéticos, encontrando que este ejemplar no se agrupa con los tigrillos, sino que se agrupa más bien con varias especies de felinos del género Leopardus que son típicos del sur del continente, como el gato de geoffroy (Leopardus geoffroyi) y la guiña. Molecularmente representa un linaje que no está relacionado directamente con el tigrillo tradicional, sino que está más emparentado con otras especies que encontramos a más de 4 000 kilómetros de distancia desde el sur de Colombia”, comenta Ruiz-García.
¿Cómo se explica que un pariente de especies que no tienen ningún registro en Colombia haya llegado a los páramos del volcán Galeras, en el departamento de Nariño?
Una compleja historia evolutiva
“El gen mtND5 sugiere que este nuevo linaje (el gato de Nariño como lo llamamos) es un taxón hermano de Leopardus colocolo. Los análisis de microsatélites de ADN mitogenómico y nuclear sugieren que este nuevo linaje es el taxón hermano de un clado formado por la especie centroamericana y andina Leopardus tigrinus + (Leopardus geoffroyi + Leopardus guigna). La división temporal entre el ancestro de esta nueva posible especie y el ancestro más reciente dentro del género Leopardus data de hace 1,2 a 1,9 millones de años. Consideramos que este nuevo linaje único es una nueva especie, y proponemos el nombre científico Leopardus narinensis”, dice el artículo científico.
Para Ruiz García, tanto la época en la que el gato de Nariño se separó del ancestro común que tiene con la guiña y el gato de geoffroy, como el volcán Galeras —la zona donde se encontró la piel del ejemplar que reposaba en las colecciones del Instituto Humboldt— juegan un papel muy importante para entender cómo un félido que está emparentado con especies del sur del continente fue encontrado en el norte de Sudamérica.
Según comenta, hace más de un millón de años se dieron glaciaciones muy intensas en la cordillera de los Andes y la zona del volcán Galeras se vio fuertemente afectada. “Si previamente existían bosques, en el momento en que el clima se volvió más seco e intenso, muchos se convirtieron en zonas esteparias y de páramo, y los que quedaron se convirtieron en parches de bosque desconectados. Esos bosques remanentes pudieron quedar aislados y constituirse como núcleos de especiación (de endemismos), al quedar desconectados físicamente de otros bosques que contenían organismos similares”.
Es en ese escenario donde el ancestro del gato de Nariño habría quedado aislado y se separó de otras formas de félidos parecidos al gato de geoffroy y a la guiña, que hace muchos años, probablemente, vivieron más al norte de los Andes.
“Si la genética molecular no se hubiera desarrollado, sólo podríamos decir que esta es una piel del tamaño de un tigrillo y que tiene unas características particulares, pero no podríamos profundizar mucho más en cuál es la historia evolutiva de la piel”, asegura Ruiz-García.
José Fernando González Maya, director científico de la ONG Proyecto de Conservación de Aguas y Tierras (ProCAT) y copresidente del Grupo de Especialistas en Pequeños Carnívoros de la UICN, asegura que el estudio que se hizo con la extraña piel aporta nuevo conocimiento para entender mejor la taxonomía y supuso un enorme esfuerzo científico, pero reconoce que aún hay dudas alrededor del gato de Nariño y que este pueda ser reconocido como una nueva especie.
Por su parte, Ruiz-García indica que desde la genética, su especialidad, el objetivo principal fue observar cómo ha sido la evolución de los diferentes linajes de organismos. “Aunque ahora estemos registrando a este linaje como una nueva especie, también es posible que ya se haya extinguido en la naturaleza y que, por lo tanto, no tenga razón de ser que aparezca en los listados de las especies vivientes que hay en Colombia. Lo que sí queda manifiesto es que la evolución del tigrillo es mucho más compleja de lo que habitualmente se había sostenido”.
REFERENCIA
Ruiz-García, M., Pinedo-Castro, M., & Shostell, J. M. (2023). Morphological and Genetics Support for a Hitherto Undescribed Spotted Cat Species (Genus Leopardus; Felidae, Carnivora) from the Southern Colombian Andes. Genes, 14(6), 1266.
Imagen de apertura: Guigna (Leopardus guigna) uno de los parientes más cercanos del gato de Nariño (Leopardus narinensis). Foto: Eduardo Silva Rodríguez.
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