Imágenes satelitales y sobrevuelos aéreos, evidencian el avance de la ganadería extensiva y cultivos mecanizados de plátano, piña, yuca, palma aceitera y eucalipto en las selvas del departamento del Guaviare.
Tatiana Pardo Ibarra / Mongabay Latam
Un pueblo de cazadores nómadas que solía moverse entre la espesa selva y cambiar hasta 70 veces de sitio cada año, hoy está al borde del exterminio físico y cultural. Un resguardo indígena con más de 954 000 hectáreas (ha), víctima de un conflicto armado que ha sumido a Colombia en una ola de violencia durante más de medio siglo, es un caldero a fuego alto con varios ingredientes: cultivos ilícitos, minas antipersonal, ganadería extensiva, carreteras ilegales, palma africana y disidencias del grupo guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) que decidieron no acogerse al Acuerdo de Paz firmado en noviembre de 2016. Los Nukak Makú son hoy un pueblo desplazado que padece de paludismo, malaria y desnutrición crónica; y donde sus mujeres jóvenes son víctimas de prostitución y abuso sexual. Ese es el crudo panorama.
El inicio de la relación entre este pueblo y el Estado colombiano se dio oficialmente en 1988, luego de que 43 Nukak salieron de la selva amazónica del departamento de Guaviare y llegaron al municipio de Calamar buscando ayuda médica por una gripe que aquejaba a su comunidad. Como su sistema inmunológico no conocía esta —y muchas otras enfermedades— el 40 % de la población murió durante los primeros cinco años de contacto con el mundo occidental.
“Los habitantes de Calamar, en su mayoría colonos sin tierra provenientes del interior del país, se sorprendieron al encontrarse con los Nukak, concebidos por algunos de ellos como un exótico grupo de personas de cabezas y cejas rapadas, caras pintadas con tintes rojos y cuerpos semidesnudos que portaban enseres, como canastos llenos de micos y frutos silvestres, cerbatanas y chinchorros”, reseña el Plan Especial de Salvaguarda de Urgencia Nükak, elaborado por el Ministerio de Cultura de Colombia y la fundación Erigaie.
Los antropólogos Dany Mahecha y Carlos Eduardo Franky explican que la crítica situación de los indígenas tuvo su auge con la llegada de los grupos paramilitares, autodenominados Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), quienes con las masacres de Mapiripán (1997) y Caño Jabón (1998), y con otras violaciones de los derechos humanos, empezaron a disputarle a las Farc el control territorial de la cuenca media del río Guaviare. Se trata de una tierra históricamente apetecida. Los afluentes Guayabero y Ariari, que al unirse dan vida al Guaviare, son un corredor estratégico entre los Andes, la Orinoquía y la Amazonía para la movilización de tropas, armamentos, víveres y drogas; con las que se financian los actores armados ilegales.
Esta es la historia de un pueblo que no ha sido escuchado y que hoy enfrenta fuertes presiones por el avance de cultivos mecanizados, ganadería y coca.
Palma de aceite y coca en Guaviare
Sombras para los ojos, lápiz labial, chocolates, pinturas, jabones, detergentes, champús, crema dental, desodorantes, lociones corporales, concentrado para animales, tintas para impresión, velas, galletas, cereales, comida rápida congelada, helados, aderezos para ensaladas y biocombustibles. En todos estos productos puede haber aceite de palma.
Colombia, aunque con un futuro prometedor, no se puede comparar con Indonesia y Malasia, que juntos concentran el 84 % de la producción de aceite de palma a nivel mundial. El país solo representa el 2 %; pero ocupa el cuarto lugar en el mundo y el primero en América, con cerca de 600 000 hectáreas sembradas de este monocultivo en 21 departamentos.
Si nos concentramos únicamente en los sitios que más producen, Guaviare no aparecería. Según la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (Fedepalma), ni el departamento ni la región amazónica son una prioridad para el gremio. El problema es que sí hay cultivos y están ubicados en zonas estratégicas de conectividad ecológica. Nadie sabe a quién le pertenecen o, por lo menos, nadie quiere arriesgarse a decir nombres concretos en voz alta por la compleja situación de seguridad en la región.
Para Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), es posible que estemos entrando a un punto de no retorno en el que antiguos predios de colonos y pequeños cultivos de coca se están transformando, a gran velocidad y magnitud, en ganadería extensiva y cultivos mecanizados de plátano, yuca, chontaduro, e incluso palma y eucalipto.
Los sobrevuelos y el análisis de imágenes satelitales que ha hecho la FCDS en la zona dejan ver que hay, al menos, 250 hectáreas sembradas con palma aceitera en el Guaviare y otras 3800 que están en preparación para otros cultivos de agroindustria, la gran mayoría dentro de bosques que no se pueden tocar, según una ley que data de 1959. Algunos lotes están a solo 2 kilómetros del resguardo Nukak-Makú.
Botero hace énfasis en que “la palma sembrada en la reserva forestal [donde también está el resguardo Nukak] es ilegal y no está afiliada a Fedepalma”. Según dice, cuando no hay presencia ni acciones constantes del Estado, “el crimen organizado entiende eso como una señal apropiada para meterse y hacer de las suyas. Eso es lo que está pasando acá: un patrón que viene desde las sabanas de la Fuga [una llanura en el departamento de Guaviare] hasta el interior del resguardo Nukak, y nadie hace nada”, remata.
Durante muchos años algunas empresas de palma de aceite estuvieron vinculadas con episodios de despojo de tierras en Colombia, siendo el caso de Jiguamiandó y Curvaradó, en el departamento de Chocó, uno de los más recordados. Masacres, homicidios selectivos, descuartizamientos, torturas, desapariciones y desplazamientos hacen parte del espectro criminal que rodeó el proyecto de siembra de palma de aceite y ganadería extensiva impulsado por el jefe paramilitar Vicente Castaño Gil a finales de la década del noventa en la cuenca baja del río Atrato.
Otro caso es el de Mapiripán, un municipio ubicado al sur del departamento del Meta, en límites con Guaviare. Según relata una investigación del portal Verdad Abierta, Diego Rivas Ángel, un testaferro de los paramilitares investigado por tráfico de drogas en Estados Unidos, logró que el extinto Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (Incoder) le adjudicara 4300 hectáreas de predios baldíos de donde antes habían expulsado a los campesinos.
Los paramilitares, denuncia el portal, no impusieron su terror en Mapiripán solo para arrebatarles el negocio del narcotráfico a la guerrilla, “Vicente Castaño quería apropiarse de extensas fincas para desarrollar proyectos de palma y como socios tenía a sus coterráneos Miguel Arroyave y Daniel Rendón, conocidos en el narcotráfico con los nombres de ‘El Arcángel’ y ‘Don Mario’ respectivamente”.
Se sabe que la palma rodea el territorio indígena Nukak, pero es muy difícil identificar qué tanto se ha expandido dentro del resguardo pues las plantas que se ven en las imágenes aéreas y satelitales todavía están muy pequeñas. Lo cierto es que esta no es la única amenaza: hay, como mínimo, ocho grandes lotes con ganado. Solo uno de ellos arrasó con 3500 hectáreas de bosque natural, según la FCDS.
“Después de la firma del Acuerdo de Paz allí quedó una estructura armada muy importante, que son los frentes 1, 7, 43 y 44 de las antiguas Farc, la mitad del llamado Bloque Oriental. Tienen recursos económicos, poder territorial y, algo aún más importante, la capacidad de hacer alianzas políticas y militares con los que antiguamente eran sus adversarios”, explica Botero.
Los otros grandes flagelos del resguardo Nukak son las carreteras ilegales y los cultivos de uso ilícito. La FCDS tiene mapeadas 20 vías con sus respectivas ramificaciones al interior del territorio indígena. Dos de ellas, de 62 y 38 kilómetros, son las que más preocupan porque han tumbado selva de lado a lado, y ya se ven pequeñas fincas a lo largo del trayecto.
Y no solo esto. En el primer semestre de este año, dice Botero,detectaron 566 nuevas hectáreas, distribuidas en polígonos de no más de 2 hectáreas, que estarían siendo destinadas para el cultivo de coca al interior del resguardo Nukak. El último informe del Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci) de la ONU, identificó que 161 resguardos indígenas y 14 parques naturales en Colombia tienen cultivos de coca. Solo el departamento del Guaviare registra 3118 hectáreas, de las cuales, 1066 están en la Reserva Nacional Natural Nukak, 548 específicamente en el resguardo Nukak Makú —que se superpone a parte de la Reserva Nukak— y 21 en el parque nacional Serranía de Chiribiquete.
Julio César López Jamioy, director de la Organización de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (OPIAC), le dijo a Mongabay Latam que “son los empresarios, de los que nadie se atreve a decir nombres, quienes llegan con represalias en contra del pueblo Nukak, restringiendo o limitando el movimiento dentro de su propio hogar”. Jamioy insiste en que los Nukak han tenido que cargar con todo el peso de la violencia: “Su resguardo fue corredor para guerrilleros y militares del Ejército. El conflicto armado los atacó de frente y lo único que ahora necesitan es blindar su territorio”, dice.
¿Quién responde?
La pregunta sobre quiénes son exactamente los que están deforestando en el Guaviare y en territorio Nukak sigue en el limbo. De acuerdo con el secretario de Agricultura de la Gobernación del Guaviare, José Jacinto Cubides, hay “rumores” que van desde las disidencias de las Farc y el Cartel de Sinaloa, hasta personas que llegan de los departamentos de Arauca, Meta y Antioquia. Frente a la palma, dice que no tiene conocimiento de nuevos cultivos en Guaviare y que el Plan de Desarrollo solo contempla inversiones en chontaduro, cacao, sacha inchi y caña de azúcar; además de proyectos silvopastoriles para frenar la deforestación.
La seguridad es un tema que entorpece las denuncias y la posibilidad de capturar a los principales responsables. “Acá viene gente y se apropia de 500 o 1000 hectáreas, pero colocan a unos intermediarios que no son los verdaderos dueños ni están poniendo la plata para tumbar [bosque]. Pero el problema es que si usted denuncia luego se vuelve objetivo militar y nadie se va a arriesgar a perder la vida”, relata Cubides.
Sin embargo, hace dos años, el Juzgado 1 Civil del Circuito Especializado en Restitución de Tierras, de Villavicencio (Meta), decretó una medida cautelar, por “causa grave y urgente”, a favor de los indígenas Nukak. En esas 52 páginas no solo se detallan una serie de atropellos contra la comunidad, sino que se le ordena a la Fiscalía General iniciar acciones penales, relativas a delitos ambientales asociados con “la deforestación indiscriminada, la contaminación con residuos sólidos, la pesca y cacería ilegal, y la invasión de áreas de especial importancia ecológica”.
La Fiscalía señala que entre 2018 y 2020 se han realizado 43 operativos sobre deforestación en la Amazonía colombiana que han dejado 20 personas judicializadas en 2018, 122 en 2019 y 58 en lo que va de 2020. “Dentro de las investigaciones que se están adelantando, en dos de ellas se denuncia deforestación ligada a la siembra de cultivos ilícitos al interior de la Reserva Nacional Nukak y en una se denuncia un cultivo de palma africana de más de 100 hectáreas. Todas se encuentran en etapa de indagación”, indicó el ente investigador a Mongabay Latam. Sin embargo, no entregaron información específica sobre el resguardo Nukak.
Por otro lado, en la misma medida cautelar del juzgado de Tierras de Villavicencio, también se ordenó a la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA) y al Ministerio de Ambiente tomar acciones frente a la situación de los Nukak para “contener los procesos de deforestación en los focos con mayor presión en el resguardo” e implementar una estrategia para “la restauración ecológica de los corredores de movilidad (…) y con ello ir generando condiciones para un eventual retorno [de los indígenas]”.
Respondiendo a un derecho de petición enviado por Mongabay Latam, la directora de la CDA, Elizabeth Barbudo, detalla 11 procesos sancionatorios relacionados con la tala y quema, de entre 30 y 385 hectáreas, al interior del resguardo Nukak-Makú entre 2017 y 2019. La funcionaria señala que por situaciones de orden público no se ha adelantado ningún monitoreo en campo.
Mientras los Nukak siguen esperando a que la justicia avance y muestre resultados, decidieron adentrarse en la selva huyendo de otra amenaza: la pandemia por COVID-19, que ya deja más de 29 000 muertes en Colombia. Huyen a pesar de que las tierras de su resguardo tampoco son seguras y están quedando en manos ilegales y criminales. Mongabay Latam intentó contactar a varios líderes Nukak pero no hay cobertura de comunicación dentro del resguardo.
La palma y la frontera agrícola en Guaviare
Después de cinco años de trabajo entre los ministerios de Agricultura y Ambiente, y la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA), en 2018 se conoció por primera vez la cancha de juego elegida para desarrollar las actividades agrícolas, pecuarias, forestales y de pesca en Colombia.
De las más de 114 millones de hectáreas (ha) que conforman el territorio nacional, el 35 % —es decir, 40 075 960 ha— corresponden a la frontera agrícola; el 42 % a bosques naturales que no se tocan (áreas protegidas); y el 23 % a exclusiones ambientales (como páramos) y culturales (áreas arqueológicas).
Al centrar la mirada en el departamento de Guaviare, la frontera agrícola allí es de apenas 383 000 hectáreas, es decir, solo el 7 % del departamento tiene esta vocación. Solo teniendo en cuenta los datos para palma de aceite —21 millones de hectáreas disponibles en todo el país—, los municipios de Calamar, El Retorno, Miraflores y San José del Guaviare tienen 282 500 hectáreas con potencial para sembrar este cultivo. La FCDS advierte que hay al menos 87 hectáreas sembradas en zonas no permitidas.
Sin embargo, los territorios colectivos de comunidades afro y resguardos indígenas no son áreas excluidas de la frontera, sino condicionadas, lo que significa que en el Nukak Makú las actividades agropecuarias pueden estar permitidas, restringidas o prohibidas, dependiendo de lo que el mismo pueblo decida. Pero esto se torna más complejo cuando se habla de un pueblo que está desplazado de su propio territorio desde hace más de una década, en condiciones tan precarias que algunos buscan comida escarbando entre las basuras.
Felipe Fonseca, director de la UPRA, asegura que no tiene información sobre cultivos de palma aceitera en el resguardo Nukak y que ese es uno de los gremios más responsables y comprometidos con la conservación de los recursos naturales en Colombia. “La deforestación es una actividad ilícita, un delito, y por lo tanto está promovida por otros agentes ilegales, pero hay que mejorar el diagnóstico de esos vectores para no incluir [dentro del mismo costal] a la ganadería y la agricultura, que son actividades legales dentro de la economía formal”, dice Fonseca. “Si hubo algún caso de deforestación por palma, no son plantaciones que hacen parte de Fedepalma, quienes hacen esfuerzos importantes en materia de investigación y asistencia técnica para cumplir con estándares ambientales exigentes”.
Para Clarita Bustamante Zamudio, científica experta en sistemas agrarios, el argumento de que la palma africana en Colombia está sembrada en tierras previamente transformadas no es válido si no se tiene en cuenta la conectividad y funcionalidad del ecosistema. “Como no hay deforestación se asume que no hay afectación, pero es un argumento completamente falso. Este monocultivo puede secar humedales y minimizar herbazales; por eso es necesario ver si es una zona priorizada para restauración o no. Si es así, no importa cuántos usos haya tenido antes, hay que recuperar la vegetación”, explica. “Si hubo un cambio directo en el uso del suelo, un monocultivo jamás va a reemplazar a un bosque”, enfatiza.
A Bustamante no solo le preocupa esa ola en la que a cualquier actividad se le pone el apellido de “sostenible”, sino las afectaciones que podría haber en el modo de vida de los Nukak. “La sostenibilidad se da en cuatro dimensiones: ambiental, social, económica e institucional. Muchas veces estas actividades, que incluyen cercas de alambre, letreros que prohíben cazar o desplazamiento, generan que el uso y goce de los servicios que prestan los ecosistemas se vuelvan privados, afectando las prácticas tradicionales de los indígenas”, añade.
Cero deforestación en la cadena del aceite: ¿viable?
En noviembre de 2017 se firmó un Acuerdo de voluntades para garantizar que la cadena de producción y suministro del aceite de palma en Colombia esté libre de deforestación de bosques naturales. En ese momento, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) se comprometió a elaborar una línea base para entender el comportamiento histórico —desde enero de 2011— del monocultivo en el país.
Se identificaron 17 132 ha deforestadas entre 2011 y 2017, lo que equivale al 1,5 % de la deforestación ocurrida en todo el territorio nacional para ese mismo periodo. De esa área, aproximadamente 2800 ha se registraron directamente para sembrar palma, lo que significa que el resto podría corresponder a “infraestructura asociada a los cultivos, áreas deforestadas recientemente aún no sembradas o cultivos muy jóvenes que no se alcanzan a identificar en las imágenes de satélite”, explica el Ideam.
En ese periodo analizado, 11 departamentos (de los 21 que oficialmente registran en Fedepalma) presentaron al menos un evento de deforestación. Guaviare —que en 2019 perdió 24 200 hectáreas y es el tercer departamento más deforestado de Colombia, después de Caquetá y Meta— no fue analizado pues allí no hay lotes de palma registrados por Fedepalma.
Sin embargo, el gremio palmero sí es consciente de la problemática en la zona. Andrés Felipe García, director de planeación y desarrollo sostenible de Fedepalma, alertó recientemente sobre la situación en una conferencia: “sin duda aquí hay actores criminales, lavado de activos, narcotráfico, minería ilegal y acaparamiento de tierras que demandan una acción decidida del Estado […] soy el más interesado en tener cifras claras con ubicación geográfica precisa de lo que está ocurriendo en la Amazonía, pero no es tan fácil como algunos creen”.
García ya ha sobrevolado Guaviare y le aseguró a Mongabay Latam que ha hablado con numerosos comandantes de la Policía, el Ejército, la Fuerza Aérea, y denunciado a la Fiscalía, Procuraduría y Contraloría para que puedan investigar cuáles son los polígonos exactos en los que hay presencia de palma aceitera e identificar “a cualquier sinvergüenza para que automáticamente salga del juego”.
“Aunque nosotros no somos la autoridad ambiental ni los responsables del monitoreo, sí somos los más afectados con cualquier información falsa o tendenciosa que acusa de la deforestación, de forma generalizada en la región, a la palma de aceite. Si bien hay algunos cultivos en el Guaviare, que creo no son muchos, no es posible establecer que todo ha sido deforestación porque en este departamento también hay una frontera agrícola para el desarrollo productivo. Sin precisión y datos oportunos se puede hacer mucho daño a miles de agricultores que están haciendo las cosas bien”, dice García.
El Acuerdo de voluntades en la cadena del aceite de palma establece que las empresas que lo firmaron —productoras, transformadoras, comercializadoras y consumidoras— deben demostrar que todo el proceso está libre de deforestación de bosques naturales. Para ello deben “autodeclarar” los polígonos en donde está sembrada la palma o, si la compran a terceros y desconocen su origen, exigir georreferenciación a sus proveedores sobre las plantaciones de donde proviene el fruto.
Hacer la trazabilidad aún es una pata floja. En otras palabras, ¿cómo se garantiza que el fruto que proviene de las plantaciones ubicadas en la reserva forestal del Guaviare o en cualquier otra zona de exclusión legal en Colombia no entre a la cadena de algunas de las empresas afiliadas a Fedepalma? ¿Cuáles mecanismos se utilizan? ¿A quién le corresponde hacer el seguimiento?
El Ministerio de Ambiente, por un lado, respondiendo a un derecho de petición, dice que “la legalidad de cualquier actividad económica la garantiza la propia empresa, así como el sector al que pertenece” y reitera que su misión no es la de “identificar la legalidad o ilegalidad de las actividades económicas del país”. El Ideam, por la misma línea, señala en el mismo Acuerdo que “no puede verificar si la información provista es veraz, completa y no tiene omisiones frente a la cadena de cada empresa”.
¿Entonces es Fedepalma quien debe responder? Tampoco. Andrés García explica que ese es el principal reto con la ilegalidad y que esa trazabilidad solo se puede garantizar con un esfuerzo conjunto de distintos actores: “¿Cómo lo logro? Pues es que Fedepalma no hace comercialización del aceite, yo no soy una superintendencia para vigilar la compra y venta de la fruta. Entonces no tenemos esas facultades, pero sin duda nos preocupa”. Cuando se le preguntó cuáles son los mecanismos establecidos para verificar la información que entregan las empresas, dice que “se están construyendo […] se está estableciendo un protocolo, unas reglas del juego claras, para garantizar que la información sea fidedigna y efectiva, y que no estén cañando [engañando]”.
Por ahora no es claro cómo las autoridades ambientales y judiciales están luchando contra la expansión de palma ilegal en la Amazonía colombiana, especialmente en el resguardo Nukak. Esta actividad se suma al avance de los cultivos de coca, ganadería y otras plantaciones comerciales. El sector palmero dice estar trabajando en un protocolo pero lo único cierto es que el temor sigue rondando entre los indígenas Nukak. Este pueblo, que está en riesgo de exterminio, quiere regresar a su territorio en el que alguna vez cazaron, pescaron e hicieron huertos con chontaduro, ají, ñame, batata, achiote y totumo. Huertos donde no había espacio para palmas, vacas o minas antipersonal.
Imagen superior: Foto: Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).
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