Causan problemas a flora y fauna de diversos países, a través de la depredación, la competencia, la transmisión de enfermedades o la hibridación. También generan impactos a la salud pública y a las economías.
Antonio José Paz Cardona / Mongabay Latam
La población decastores en Chile y Argentina se estima entre los 100 000 y los 150 000. Esa invasión afecta ya todas las cuencas hídricas de Tierra del Fuego. Los científicos ecuatorianos creen que el caracol africano ha llegado al 95 % del territorio, mientras que la rana coquí antillano se encuentra en grandes ciudades colombianas como Cali, Bucaramanga y Barranquilla y, además, ha desarrollado resistencia a un mortal hongo que afecta a otros anfibios.
En Perú, la liebre europea va liderando una carrera de alta velocidad, pues avanza hasta 14,5 kilómetros por año en la puna peruana y más de 18 kilómetros anuales a lo largo de los ríos de la costa y la sierra. En México tratan de cerrarle las puertas a la palomilla del nopal, ya que sus larvas son capaces de acabar con una penca entera en menos de 24 horas.
Estos son cinco casos que ilustran los efectos negativos de especies invasoras en Latinoamérica. Cinco casos que son abordados en reportajes realizados por Mongabay Latam; La Barra Espaciadora, de Ecuador; El Tiempo, de Colombia; y La Lista, de México, y que se suman a las historias del visón americano (Argentina), el kikuyo (Perú), el lirio acuático (México), la tilapia (Ecuador), el hipopótamo (Colombia) y el paiche (Bolivia) publicadas en el 2022.
En cada país hay decenas de especies como estas que fueron introducidas a territorios que no eran su hábitat nativo, y que en esos nuevos espacios han generado múltiples estragos. Plantas, animales y microorganismos han sido llevados de manera intencional y accidental a lugares en donde ahora se les considera invasoras; algunos de ellos han encontrado ahí condiciones óptimas para vivir, por lo que sus poblaciones han crecido, incluso, a ritmos mayores que en sus rangos de distribución original. Algunas de estas especies se establecen y propagan causando impactos adversos y, en varios casos, irreversibles.
En un artículo reciente publicado en Forum Network —un espacio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) para expertos y líderes de opinión—, los investigadores Helen Roy, Tanara Renard Truong, Peter Stoett y Aníbal Pauchard destacan que “hay muchas formas en que las especies exóticas invasoras causan problemas a otras especies, por ejemplo, a través de la depredación, la competencia, la transmisión de enfermedades o la hibridación. Las especies exóticas invasoras están implicadas en muchas extinciones en todo el mundo, especialmente en islas que son particularmente vulnerables a las invasiones biológicas”.
El Informe de Evaluación Global de la Plataforma Intergubernamental de Política Científica sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES por sus siglas en inglés), publicado en 2019, reveló que un millón de especies están en riesgo de extinción. Entre las causas directas de la crisis de pérdida de biodiversidad se encuentran las especies exóticas invasoras.
“Quizás lo que más cuesta hoy es que la sociedad entienda que el conjunto de todas las invasiones biológicas es un problema. Si la gente sigue mirando a cada especie invasora por separado, lo ve como un problema local, pero en realidad estamos ante un problema mayor, un problema global”, asegura Aníbal Pauchard, director del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) de Chile y profesor de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción.
Un problema global que se sale de control
“Los registros acumulados sobre especies exóticas invasoras han aumentado un 40 % desde 1980, de la mano del incremento del comercio y de las dinámicas y tendencias de las poblaciones humanas. Casi una quinta parte de la superficie terrestre corre el riesgo de sufrir invasiones de fauna y flora, con los consiguientes efectos sobre las especies autóctonas, la función ecosistémica y las contribuciones de la naturaleza a las personas, así como sobre las economías y la salud humana”, indicaba IPBES en su informe de 2019.
La preocupación por este tema es tal que, hacia finales de 2023, IPBES publicará el primer gran informe global sobre especies invasoras. Se trata de una evaluación temática preparada durante los últimos cuatro años por 86 destacados expertos de todas las regiones del mundo y de muchas disciplinas.
El informe presentará y evaluará críticamente la evidencia disponible sobre las tendencias, impulsores e impactos de las invasiones biológicas en las personas y la naturaleza. Además, delineará opciones clave de gestión y políticas para lograr los objetivos establecidos por el Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal en diciembre de 2022. De hecho, la meta 6 se refiere específicamente a las especies invasoras y plantea reducir en un 50 % las tasas de introducción y el establecimiento de especies invasoras potenciales o conocidas.
Para Pauchard, quien está coordinando el informe que presentará IPBES este año, es muy positivo tener una cifra tan ambiciosa como el 50 %, pero asegura que esto significa que los países ya deben pasar del discurso a realmente tomar acciones concretas para combatir este gran problema para la biodiversidad. “Cada país va a tener que establecer una infraestructura, y cuando digo infraestructura no me refiero solamente a una infraestructura física, sino a una infraestructura institucional y a una gobernanza que permitan alcanzar esta meta”, dice el investigador.
En muchos casos, los efectos negativos de las especies invasoras no solo rompen el equilibrio de los ecosistemas nativos sino que traen importantes retos económicos y hasta de salud pública.
En Argentina, por ejemplo, se calcula en 66 millones de dólares anuales las pérdidas por daños directos a los bosques ocasionados por el castor (Castor canadensis) y, en Chile, en 2020, se estimó en 73 millones de dólares el perjuicio económico provocado por esta especie que tumba árboles y crea represas en los ríos. “Los árboles de la Patagonia —coihues, lengas, ñires, raulíes, entre otros— pertenecen todos al género Nothofagus que no pueden vivir en un humedal y demoran varias décadas en crecer”, explica Alejandro Valenzuela, bioecólogo especializado en manejo de especies invasoras e investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina.
La liebre europea (Lepus Europaeus) es una especie con características ventajosas para expandirse en los lugares a los que llega. Cada hembra adulta puede tener de 2 a 3 partos anuales, sumando entre 5 y 13 cachorros por año, ya que la gestación apenas dura 42 días. Además, el macho alcanza la madurez sexual a los 6 meses de edad y la hembra, a los 7 u 8 meses. La liebre no tiene depredadores en Perú y el biólogo Daniel Cossíos aclara que una especie nativa como el zorro gris es muy pequeña para cazarla; mientras que el zorro serrano —que es un poco más grande— es poco común en la costa. Y aunque los pumas y las rapaces sí podrían consumirla, eso parece no estar ocurriendo aún y tampoco se sabe con exactitud en cuánto tiempo la considerarán una presa. Mientras tanto, la liebre sigue causando problemas a la agricultura pues se alimenta de cultivos como cebada, quinua, tarwi, avena, alfalfa y papa.
La palomilla del nopal (Cactoblastis cactorum), que fue un controlador eficaz de nopales invasores en Australia y Sudáfrica, genera un gran temor entre los científicos mexicanos, pues en este país hay más de 100 especies nativas de nopales. México es el primer productor de estas plantas a nivel mundial con 874 000 toneladas al año, según reportó la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en 2022. Los científicos aseguran que si la plaga, que ya había afectado en el pasado a varias islas del Estado de Quintana Roo, entra al territorio continental, la catástrofe natural y económica podría ser de magnitudes inimaginadas.
En Ecuador, el caracol africano (Achatina fulica) no es solo un problema para plantas nativas y cultivos comerciales de gran escala, sino que el molusco está asociado a varias enfermedades que pueden afectar a los humanos, como la meningitis. Por ejemplo, en el 2008, tres años después del primer hallazgo de caracol africano en el país, hubo un brote de esta enfermedad en la costa ecuatoriana por la ingesta del molusco que dejó, incluso, muertos. “En el 2008, yo pensé que esto iba a quedar en la memoria, en la huella histórica de Ecuador, porque 10 personas murieron; los niños quedaban bizcos por la meningitis. La meningitis indica muerte”, dice Modesto Correoso, uno de los investigadores que más ha estudiado moluscos terrestres en el país.
En el caso de la rana coquí (Eleutherodactylus johnstonei), su expansión en las grandes ciudades colombianas ha sido tan vertiginosa que la gente piensa que se trata de una especie local. Una de sus principales características es que, a pesar de su pequeño tamaño de aproximadamente 3 centímetros, emite sonidos entre los 2000 y 3500 hertz. “El volumen al que esta rana canta afecta bastante a otras especies de ranas y anfibios que utilizan vocalizaciones”, destaca Camilo Estupiñán, biólogo e investigador que ha estudiado a la coquí antillano en Cali. Por ejemplo, entre las ranas amenazadas por su canto están la endémica Dendropsophus columbianus y algunas especies de los géneros Scinax, Leptodactylus y Eleutherodactylus.
Para Ileana Herrera, bióloga, profesora de la Universidad Espíritu Santo e investigadora del Instituto Nacional de Biodiversidad de Ecuador (Inabio), en los países latinoamericanos es común que existan las políticas, las normativas y los reglamentos para atender especies invasoras, “pero falta la ejecución, cómo llevar al campo toda esta teoría del manejo y el control de las especies. Necesitamos protocolos que puedan ser ejecutados en el campo con los recursos que tenemos”, comenta Herrera.
El reto es grande si se quiere cumplir con la meta de reducir en 50 % las tasas de introducción y establecimiento de especies invasoras que se fijó en el Convenio de la Diversidad Biológica (CDB). En 2019, el IPBES ya lo dejó bastante claro: “El ritmo de introducción de nuevas especies exóticas invasoras parece ser mayor que nunca y no tiene visos de disminuir”.
*Imagen principal: El castor es 100 % vegetariano y tiene hábitos familiares, ya que vive en pareja junto a una o dos camadas de crías. Cada pareja suele tener un par de descendientes al año. Este roedor puede vivir entre cinco y seis años. Foto: Cristopher B. Anderson.
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