Esta historia, escrita con relatos de hombres y mujeres indígenas, narra el proceso de recuperación de un territorio del pueblo Pijao del Resguardo Indígena San Antonio de Calarma, Tolima, en Colombia. Desde la década de 1970, la lucha del pueblo Pijao ha estado centrada en recuperar los espacios ancestrales que les fueron arrebatados desde la época de la conquista europea.
*Por: Equipo de investigación y comunicación del Resguardo Indígena San Antonio de Calarma del pueblo Pijao conformado por Nelson Céspedes (gobernador 2021), Yadira Villalba Yate, Adriana Guzmán Yate, Diana Isabel Villalba Yate, Islena Villalba Yate (médica tradicional), José Jerónimo Guzmán Guzmán, Pedro Patiño Flores, Jesús Emilio Torres y Andrés Felipe Ortiz Gordillo (Como la cigarra… radio).
−Kaike (saludo pijao). Hola compitas (compañeros), cómo han estado −dice la comunera indígena entrando a una casa de campo−. Venimos a visitarlos porque estamos realizando entrevistas sobre el proceso de recuperación de territorios que viene realizando el pueblo Pijao aquí en el Resguardo Indígena San Antonio de Calarma.
A la casa van entrando el gobernador del resguardo Nelson Céspedes, Yadira Villalba Yate, Adriana Guzmán Yate, Diana Isabel Villalba Yate, la médica tradicional Islena Villalba Yate, José Jerónimo Guzmán Guzmán, Pedro Patiño Flores y Jesús Emilio Torres, consejero del Consejo Regional Indígena del Tolima, CRIT. Con ellos van llegando las memorias y las experiencias. Hasta un poco de nostalgia se hace presente. Cada uno busca su acomodo y se dispone a dialogar con la historia de su comunidad y su territorio.
En esta oportunidad serán las memorias de la mayora Rosa María Olaya, de Orfilia Salazar y del mayor Gustavo Váquiro las que conduzcan la conversa. Se les ve contentos por la visita y sobrecogidos con la presencia de tantos compañeros.
−¿Para qué somos buenos? −pregunta una de las mayoras recordando que, aunque muchas veces han hablado del proceso de recuperación territorial, siempre es un poco intimidante sentirse el centro de atención.
Afuera se escucha el cucucucucu insistente de las gallinas.
Y el pregón de algún gallo bravucón.
Y los ladridos de un perro que persigue el paso de una moto por la carretera de tierra.
Y el canto de los pájaros.
−Nos parece importante que se conozca todo lo que hemos tenido que luchar para poder vivir en estos territorios que nos fueron usurpados desde la época de la invasión europea −dice alguno mientras busca dónde acomodarse. Al fondo, casi imperceptible, se escucha la conversa del viento cuando se encuentra con los árboles y la voz del agua recorriendo las montañas del suroccidente del departamento del Tolima, Colombia, donde está ubicado el Resguardo.
Esas son las voces del territorio con sus múltiples lenguajes, desde cuando la faz de la tierra estaba cubierta de agua. Porque como cuentan los Mohanes y Mohanas (líderes espirituales) en el Plan de Vida Convite Pijao, en el principio el mundo era una gran laguna. En esos tiempos, el Sol (Ta), el viento (Guaira), el trueno, el arco iris (Chucuy) y la Luna (Taiba) no tenían donde descansar, no tenían territorio. Entonces el Sol (Ta) calentó muy fuerte, hasta que se evaporó el agua y quedó convertida en nubes (Tolaimas). Ibanasca (diosa de los vientos fuertes y las tormentas) sopló recio y formó un huracán que se llevó el agua con la que se crearon los mares y las lagunas, y fue así como apareció la tierra caliente (Ima), donde nacieron los primeros pijaos, el Mohán y la Mohana.
−En nuestra cosmovisión pijao, el mundo quedó dividido en cinco capas (niveles) −explica la médica ancestral del Resguardo Islena Villalba−. En las dos primeras, las más hondas y frías porque son de agua, habitan los cuatro dioses que sostienen el mundo: Locombo (diosa del tiempo y la prosperidad), Lulomoy (dios de la justicia y la sabiduría), Guimbales (dios de la guerra) e Ibamaca (diosa de la protección) junto con otros seres como el Tunjo de oro, la Madremonte y la Madreagua. Nosotros los seres humanos estamos en la tercera capa, que es seca, y por eso la llamamos tierra caliente o Madre tierra (Ima), y en ella vivimos junto con animales, árboles y plantas de todas las especies. Arriba del mundo están las capas calientes, las estrellas y, bien arriba, el Sol (Ta), que es quien proporciona el calor al mundo, su energía vital.
El Mohán y la Mohana vinieron al mundo con el encargo de mantener el equilibrio entre los espíritus fríos y calientes, cuidando que cada uno tuviera su espacio. Y por eso −según se recuerda en el Plan de Vida pijao−, cuando los espíritus fríos invaden el espacio de los espíritus calientes o viceversa, se crea una desarmonización, y es ahí cuando los Mohanes y Mohanas cumplen su función de equilibrar o armonizar el mundo, a la comunidad y a las personas.
−Por eso nosotros somos los encargados de mantener el equilibrio entre el frío y el calor −afirma la médica ancestral−. Pero cuando morimos, todos los pijaos vamos a la segunda capa. Al lado derecho se ubican los Mohanes y Mohanas que fallecen. Ellos tienen la capacidad de transitar e interferir en el mundo seco (tercera capa, Ima), mientras que el espíritu de los pijaos que no son Mohanes se ubica al lado izquierdo y quedan ahí, quieticos, porque aún no adquirieron los conocimientos para poder transitar entre las capas.
−Nosotros sabemos que con la invasión de nuestros territorios el mundo quedó desarmonizado −comenta uno de los compañeros que estuvo desde el principio del proceso del Resguardo, mientras se ubica en un rincón para participar del diálogo−. Y por eso es que llevamos todos estos años en la recuperación de la Madre tierra, para poder devolver el equilibrio al mundo.
−Entonces, la idea es que nos cuenten, mayores y mayoras de la comunidad, cómo inició, quiénes participaron y de qué forma organizaron la armonización territorial a través de las recuperaciones de tierras aquí en el Resguardo Indígena San Antonio de Calarma −dice una compañera mientras revisa en su cuaderno las preguntas que ha preparado para orientar la conversación.
−Bueno, ustedes nos avisan cuándo empezamos a hablar −dice con voz nerviosa una de las mayoras entrevistadas.
−Ya, ya nos puede contar −le contesta una comunera acercando a la mayora su teléfono celular que ya se encuentra en modo de grabación.
“Así fue como iniciamos la recuperación del territorio…”
La primera vez que oí decir que una parte de la comunidad tenía ganas de recuperar un territorio fue en el año 1997. Nosotros los pijaos del Resguardo Indígena San Antonio de Calarma ya veníamos luchando por la tierra, porque la que teníamos no alcanzaba para tanta gente. Nosotros pensábamos que teniendo territorio suficiente para sostener a nuestras familias, y sobre todo a nuestros hijos, ellos ya no tenían que irse a buscar vida en otros lados, ni tendrían que irse para el ejército o para la guerrilla que había en esa época en el Tolima.
Desde el año 1997 hasta el 2000 nosotros nos la pasamos pensando qué hacer para recuperar unas fincas que estaban completamente abandonadas en la vereda Villahermosa del municipio de San Antonio. En esos años también esperábamos que el gobierno nos aprobara la formalización del Resguardo en la finca Las Palmeras, que nos había entregado el Instituto Colombiano de Reforma Agraria, Incora, en 1997.
Esta formalización era importante para nosotros, porque los resguardos son instituciones legales reconocidas por el Estado, con las cuales se legaliza la propiedad colectiva sobre los territorios, y se establece que los pueblos indígenas son autónomos en su gestión y administración a partir de sus propios usos y costumbres ancestrales, según dice el Decreto 2164 de 1995. Finalmente, en el año 2000 nos aprobaron el Resguardo, pero seguíamos viendo que hacía falta ampliar el territorio para que todas las familias pudieran estar tranquilas. En esa época eso era lo que pasaba.
Eran pocas las alternativas que teníamos sin territorio, y ya llevábamos mucho tiempo buscando tierra para trabajar, para educar a los hijos, y eso no se conseguía para todos. Entonces nos metimos a la recuperación de territorios con mucho anhelo, porque de todas maneras nosotros ya teníamos los hijos que estaban creciendo, había muchachos que ya estaban formado su núcleo familiar y no tenían ni siquiera la posada, ni dónde trabajar y ya con la recuperación eso se veía como un descanso, porque había cómo facilitarle a los jóvenes un pedacito de tierra para hacer su casita, para que sembraran su café, su plátano, su frijol, para que tuvieran sus gallinas, sus marranos y hasta sus vaquitas.
Después de muchas gestiones, de ires y venires, reuniones, acuerdos, ocupaciones de instituciones del Estado, vimos que el asunto con el gobierno no andaba. Fue ahí cuando decidimos ejecutar lo que durante tanto tiempo veníamos pensando y conversando. En el año 2001, en una asamblea general que realizó el resguardo, se tomó por fin la decisión de recuperar la finca Las Delicias −sector La Holanda−, ubicada en la vereda Villahermosa. Eran varias fincas para recuperación las que se habían priorizado en el Plan de Vida del resguardo: estaba Barro Blanco, La Samaria y Las Delicias. Al final nos decidimos iniciar por Las Delicias.
En esos años estábamos definiendo nuestro Plan de Vida del pueblo Pijao, que es como la planificación que hacemos los pueblos indígenas colombianos para la reafirmación de nuestras autonomías, como un “plan de desarrollo étnico”, y uno de sus ejes principales era la recuperación de los territorios ancestrales del Gran Resguardo Colonial de Ortega y Chaparral, en el Tolima, situación que nos alentó mucho más a hacer la recuperación, sobre todo porque estábamos recreando nuestros conocimientos, y los abuelos habían hablado en el Plan de Vida “Convite Pijao” que teníamos que poblar y mantener los territorios según los principios de la chicha (bebida sagrada a base de maíz fermentado): la chicha congrega a la comunidad y la une; la chicha se reparte, no puede ser de uno solo ni para uno solo; la chicha es equilibrio, porque es resultado del cuidado de la tierra, el agua, el fuego y el aire.
Desde que se tomó la decisión de recuperar Las Delicias, fue mucho tiempo, semanas, meses, reunidos discutiendo qué hacer y cómo hacerlo, siempre ahí debajo del árbol de caucho. La directiva de ese tiempo nos reunía para hacer capacitaciones y talleres, porque la idea era que todo el mundo entendiera la necesidad de recuperar esas tierras. En las reuniones nos decían qué teníamos que llevar, cómo teníamos que hacer para llegar allá, todo nos lo explicaban y se discutía, para que las cosas quedaran bien claras.
“Le avisamos hasta a la guerrilla que íbamos a recuperar…”
Un día del año 2001 se tomó la decisión de ocupar la finca Las Delicias. Se escribió un documento avisando a las autoridades, para que después no nos dijeran que estábamos haciendo las cosas de manera ilegal. Se informó a la policía y al ejército, a la Alcaldía Municipal, a Cortolima que es la autoridad ambiental del departamento, a la Personería Municipal y la Defensoría del Pueblo. En eso nos ayudó mucho el abogado Miguel Vázquez, que era de la Defensoría del Pueblo, quién nos asesoró jurídicamente para no terminar nosotros emproblemados. Todo se hizo siempre con la participación de la comunidad, con todo el que quiso participar, porque es así como trabajamos los pijaos.
También se le avisó al Consejo Regional Indígena del Tolima (CRIT), que es nuestra organización regional, para que nos apoyaran. Y mientras unos resolvían lo de los víveres y la logística, a otros les tocó ir a avisar sobre esa recuperación del territorio al Frente 21 de las Farc, la guerrilla que actuaba en la zona. Porque tampoco se podía entrar sin eso. Corríamos el riesgo de que llegaran y acabaran con todo. Realmente así fue. Para poder entrar allá, nos tocó pedir permiso a esa gente.
Cuando ya todo estaba organizado y los avisos hechos, se inició el proceso. Que nos acordemos, eso lo encabezaron los compañeros Gustavo Váquiro, que era el gobernador (líder que asume la representación de la comunidad) en ese momento, el compañero Benjamín Villalba y su esposa, Alba Yate, Carlos Lozano Castillla, Rosa María Olaya, Pedro Patiño Leal, la familia Molina, la compañera Carmenza Aroca, Edilberto Molina, don Claudio, la familia Martínez, Fidel Martínez. También estuvieron don Tomás, María Doris Guzmán, la compañera Leonor, José Jerónimo Guzmán Guzmán, la señora Orfilia Salazar, Renzo Torres, el médico tradicional José de los Santos Torres y la comunidad en general apoyando. Otras personas importantes fueron la compañera indígena Irene Rojas y el señor Miguel Vásquez, quienes nos asesoraron en la construcción del Plan de Vida del resguardo y, además, acompañaron con su experiencia jurídica los primeros días del proceso de recuperación en el año 2001.
“Eso era solo rastrojo…”
Cuando entramos en el año 2001, la finca Las Delicias estaba con mucha maleza, en total abandono. En ese momento no teníamos nada, nada, nada… eso era la pobreza absoluta. Con decirles que nos tocó hasta ir a las casas a recoger sal de los saleros. A todo el que entró al territorio le tocó poner su aporte familiar para el sostenimiento del proceso. Unos pusieron trabajo y los que no pudieron estar todo el tiempo en la recuperación, hacían sus aportes para la comida.
El día que entramos llegamos como habíamos convenido en las reuniones: nos trajimos las bestias, la ropa, las cobijas, las gallinas, los perros, nos trajimos todo. Los unos ponían en los filos de las montañas banderas de Colombia, banderas blancas, las banderas de San Antonio y del Tolima. Otros hacían la guardia. Las mujeres casi ni dormían por estar haciendo de comer y preparando jarradas de tinto, que es como aquí llamamos al café negro, para que los compañeros que cuidaban no se quedaran dormidos y no aguantaran tanto frío. Porque aquí en estas montañas por la noche hace harto frío.
Nosotros hambre no aguantamos, hacíamos de comer para todos. Éramos como 50 personas. Poníamos la olla comunitaria y le aventábamos plátano, yuca, si había carne se la echábamos, unos tustes (cabezas) y patas de vacas que nos regalaban. Si había, se hacía arroz. Mejor dicho, lo que hubiera se lo echábamos a la olla. Como los compañeros se dispersaban por todo el territorio para trabajar, a las mujeres les tocaba hacer los grupitos para irles a dejar el almuerzo, para llevarles agua, lo que fuera. Aquí todos trabajaban y todos aportaban. Hasta la gente del pueblo nos aportó mucho. Unos llegaban con atados de plátano, de yuca, de banano. A algunos que bajaban al pueblo les daban arroz, pasta, manteca, aceite. El proceso era difícil, pero había mucha solidaridad.
El primer año de la recuperación fue muy duro. La gente se sostuvo con lo que podía porque sabía que con el tiempo íbamos a mirar el progreso de la comunidad. En ese año limpiamos la finca. Esa limpieza nosotros no la entendemos solo como el corte de la maleza o desyerbar y limpiar de basura, es también una armonización del territorio, recuperar su equilibrio que estaba desarmonizado por todos los problemas violencia, de narcotráfico, de maltrato a la Madre tierra que allá se vivían. Todas esas situaciones generan desequilibrios en el territorio, en la comunidad, en las personas, y debemos entrar en un proceso de armonización de todas esas fuerzas que nos impiden vivir bien. Eso es un proceso de años, no son cosas que se solucionan de la noche a la mañana.
Por ejemplo, en ese año 2001 empezamos con las labores agrícolas; esa es una de las labores que ayudan a recuperar y limpiar el territorio, porque es volver a tener una relación estrecha con la Madre tierra. Y gracias a esos esfuerzos es que hoy tenemos el territorio recuperado, bonito, mejorado, armonizado, todavía con problemas, pero haciendo esfuerzos para poder vivir bien. Esta recuperación nos ha regalado muchos aprendizajes, saber que es mejor el cultivo orgánico, saber que hay partes del territorio que no se pueden tocar, como los nacederos de agua y el cuidado del monte, donde no se puede sembrar ni cazar ni hacer actividades que desarmonicen el territorio.
Pero también nos ha tocado hacer grandes sacrificios para la pronta legalización de estos predios. Por ejemplo, por allá en el año 2005 pagamos unas deudas de energía eléctrica que estaban retrasadas en la finca recuperada. Y también se pagaron unas cuentas pendientes de mejoras de casas. Y hemos realizado otras acciones, como cuando en los primeros meses de la recuperación de Las Delicias nos tocó sacar unos animales, caballos y ganado, que estaban ahí y que se decía que eran robados. Nosotros no queríamos tener problemas con eso, así que los sacamos. Si sabíamos que a alguien le habían robado ganado, le avisábamos y se lo devolvimos. Algunos animales se dejaron en un potrero a ver si alguien los reclamaba. Y si nadie venía por ellos, los echábamos para la carretera.
También nos tocó enfrentar el tema de los cultivos ilícitos. En la parte de arriba de la finca Las Delicias había gente cultivando amapola, que sirve para la producción de heroína, y marihuana. También había gente deforestando, sacando madera, afectando las fuentes de agua.
Ya con los días se le comenzó a ver otra cara a la finca. Recuerdo que empezamos a reforestar las quebradas, los nacimientos de agua, y es por eso que hoy ni nosotros ni otros territorios del municipio sufren por agua, porque todo se ha reforestado. Una de nuestras grandes peleas ha sido por el cuidado del agua, y eso ha sido también producto de las reforestaciones que pudimos hacer en los territorios recuperados.
“Lo que tenemos ha sido producto de la lucha…”
Después de todos esos esfuerzos, sufrimos un golpe duro en lo organizativo porque el CRIT no nos apoyó, nos discriminó la recuperación. Nos dijeron que ellos no la habían autorizado, pero es que nosotros en ese momento no necesitábamos autorización de ellos, porque estábamos trabajando en base a nuestro Plan de Vida que dice que la recuperación de los territorios ancestrales es lo fundamental.
Yo recuerdo que en la construcción del Plan de Vida tomamos como primer principio que la recuperación del territorio es un mandato dentro de la organización. El CRIT en sus inicios apoyaba más, sobre todo en el plan del Tolima. Desafortunadamente las recuperaciones del territorio tocó pararlas porque… mire les voy a decir: eso se paró por miedo. ¿Miedo a quién? Pues miedo a los paramilitares, a la violencia. Empezaron a amenazar y a asesinar a los líderes. Nosotros tuvimos amenazas de los paramilitares. Por aquí estuvo el Bloque Tolima de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), desde el año 1999 hasta su desmovilización, el 22 de octubre de 2005. Mucha gente se asustó y se fue de la recuperación. Yo dije: “si aquí me voy a morir, pues aquí me muero, por algo que valga la pena”.
Aquí en el municipio han sido muchos los actos de violencia que nos ha tocado vivir. Por ejemplo, al compañero que le decimos “Negrera”, que fue el delegado para ir a hablar con la guerrilla para avisarles que se iba a hacer la recuperación, le tocó salir desplazado forzosamente del territorio porque fue estigmatizado y amenazado solo por haber ido a informar lo que íbamos a hacer. No fue más lo que él hizo, pero fue señalado y por eso tuvo que abandonar el territorio y el municipio en contra de su voluntad. Él falleció hace poco en la ciudad de Ibagué. Por cosas como estas se acordó que nunca se dijera que “fulano es el líder”. Los líderes somos todos. Si llega algún desconocido a preguntar por el líder, se dice que todos somos líderes. ¡Ahí sí tendrían es que pelarnos a todos!
Entonces, miren que para poder tener esto nos ha tocado hacer de todo. Hasta tomarnos las sedes de las instituciones del Estado. Por allá en el año 1996 participamos en la ocupación que se hizo del Incora. Nosotros entramos a las instalaciones y ahí nos quedamos. Cuando avisaron a las autoridades ya estaba todo organizado. Como a las 3 de la tarde nos vemos rodeados de policías, de ejército, de tanquetas, y hasta pal’ verraco. Las calles estaban todas cerradas. Luego de la negociación, se logró conseguir la adjudicación de algunos resguardos en los municipios de Coyaima, en Natagaima, en Ortega y en el mismo San Antonio de Calarma. Es que esto que tenemos no ha sido gratis, ha sido producto de la lucha.
“Tuvimos un dinero para comprar Las Delicias, y se perdió…”
En los primeros meses de la recuperación nadie apareció a reclamar. Nadie. Fue solo después del año 2014 que apareció la señora Isabel Cristina Melo, representante de la empresa Hoyos Vallejo y Asociados, diciendo ser los reclamantes de esas tierras. Allá nos llegaron con un certificado de tradición del predio, con matrícula inmobiliaria No. 355-389 expedido por la Oficina de Instrumentos públicos del municipio de Chaparral, Tolima, diciendo que eran los “dueños”. Pero nosotros ya llevábamos años ahí.
Desde ese momento empezamos a tener muchas dificultades, porque ahora debíamos negociar con la señora para que le pudiéramos comprar la finca. Esa empresa dice ser la “dueña” del predio, pero no, para nosotros son reclamantes con derechos catastrales, porque a pesar de que aparecen como “propietarios” en los registros del catastro, somos nosotros quienes poseemos y ocupamos el territorio hace por los menos 20 años. Y ancestralmente los dueños somos nosotros, las comunidades indígenas. Eso ha sido reconocido formalmente aquí en el Tolima a través de la Escritura No. 657 de 1917. Pero no hay que confundir. Nosotros decimos que “somos los dueños” porque así nos obliga el lenguaje occidental, pero nosotros más que dueños somos guardianes, cuidadores ancestrales del territorio, porque nadie puede ser dueño de la Madre tierra.
Luego en el año 2016 tuvimos una priorización de la Comisión Nacional de Territorios Indígenas, en la que nos adjudicaban 1.200 millones de pesos para comprar la finca recuperada. El doctor Santos Marín, que había sido gerente del Incora y sabía de esos procesos, nos orientó sobre los papeles (documentos) que debíamos tener, que eran: el “paz y salvo” de los impuestos, demostrar que el predio estaba libre de hipotecas y que hubiese una oferta voluntaria formal de venta por parte de los reclamantes, o sea de la señora Isabel Cristina y sus asociados. Y nos pusimos a conseguir esos papeles.
Ya en el año 2017 teníamos toda la documentación. Pero pasaron varias cosas: el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural, Incoder, lo habían liquidado y entró la nueva Agencia Nacional de Tierras, que no era más que otra institución para dificultar esos procesos de legalización de los territorios indígenas. Solo burocracia. Lo otro que aconteció fue que cuando llegamos con todos los papeles a esa institución, los funcionarios pusieron problema y dijeron que no se podía hacer la negociación porque la finca estaba “coaccionada”, o sea, como nosotros estábamos allá armonizando y trabajando en la recuperación del territorio, eso era un impedimento jurídico, según ellos, para hacer efectiva la negociación de compra a los que nosotros les decimos “reclamantes con derechos catastrales”.
Entonces ¿qué pasó? Pues nos pusieron a trabajar, a gestionar, a molestar, para que al final esa platica se perdiera. Fueron puras mentiras lo que nos dijeron. El caso es que tuvimos un dinero para comprar Las Delicias, y esa plata se perdió por la negligencia de unos funcionarios.
“Los terratenientes tienen tierras hasta donde alcanzan a mirar los ojos”
En ese tiempo no sabíamos que estos territorios hacen parte del Gran Resguardo de Ortega-Chaparral, que fue un resguardo de origen colonial en el que se reconocía la tenencia de tierras a los indígenas. Eso luego se formalizó con el gobierno bajo la Escritura No. 657 de 1917. Si hubiéramos tenido conocimiento de eso, las cosas habrían sido diferentes, habríamos peleado más fácil para recuperar no solo Las Delicias, sino también las fincas La Samaria y Barro Blanco. Ese era nuestro pensado y eso fue lo que quedó trazado en nuestro Plan de Vida. Pero el Plan de Vida se quedó dormido.
Estas recuperaciones son para desarrollar nuestra vida como pijaos en nuestro propio territorio, no es para formar terratenientes de esos cuyas propiedades sí llegan hasta donde alcanzan a mirar los ojos. Nosotros queremos garantizar la vida de nuestros hijos y de los hijos de todos. Sabemos que a ellos les va a tocar pelear por sus derechos, pero nosotros queremos avanzar en el tema de la recuperación de las tierras ancestrales, para que tengan suficiente territorio para vivir. Yo siento mucha alegría porque los que estamos asentados acá en Las Delicias, en la recuperación, a lo menos sacamos la comidita, cogemos café, tenemos buena siembra: plátano, yuca, arracacha, maíz, frijol, y eso ya es un cambio de vida muy grande a la que teníamos antes sin el territorio.
“En esta recuperación llevamos veintipico de años y de aquí no nos vamos…”
En mi memoria todavía está vivo el momento en que llegaron los títulos de la constitución del resguardo. Eso fue el 18 de diciembre de 2000. Hoy ya tenemos veintipico de años aquí en estas luchas, y yo por lo menos que llegue acá desde un principio me siento bien, porque trabajamos en unión con todos los compañeros, porque nos ayudamos, a veces nos íbamos a trabajar en las parcelas de los compañeros y ellos venían y nos ayudaban a nosotros. Cuando hubo que hacer casitas, entre todos colaborábamos y hacíamos la del compañero que no la tenía, y luego él ayudaba al otro y así, todo muy recíproco. Por eso vivimos tranquilos.
Nosotros acordamos celebrar todos los años ese cumpleaños del resguardo, porque hay que conmemorar esas luchas que no han sido fáciles. Vamos muy bien, a pesar de que hay tantas amenazas y que nos quieren desalojar. Nos han intentado hacer ya tres lanzamientos con la policía por ocupación de hecho. Esos lanzamientos son los mismos desalojos que buscan poner fin a la ocupación y restituir la tenencia del predio a favor de los que dicen ser los dueños. Pero como hemos dicho siempre, los dueños ancestrales legítimos de estos territorios somos los pijaos. Ha habido otros intentos de desalojo, pero no se han realizado por falta de garantías. En uno de esos desalojos lograron sacar a una familia que terminó viviendo en San Antonio, lejos de su territorio. Pero nosotros de aquí no nos vamos porque son muchas cosas las que venimos haciendo.
Mire le cuento: en el resguardo actualmente tenemos nuestro proyecto pilar, que inició desde el principio que nos entregaron la finca, que fue el proyecto ganadero, que nos sirve para cumplir con algunas obligaciones de financiación o de administración del resguardo. Cuando se requiere, se venden unas vaquitas y solucionamos esas cosas.
Con nuestra Asociación de Productores y Transformadores Agroforestales y Agropecuarios del Resguardo Indígena San Antonio de Calarma (AGRORIS), se inició en los años 2016 y 2017 un proyecto de floristería comunitaria en el que venimos sembrando 2640 plántulas de guadua y 14 mil plántulas de café, con apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Ministerio de Ambiente y Cortolima. Con este proyecto también vamos a hacer un vivero que se que se construirá a partir del año 2022.
Este año salió un proyecto que se propuso en el 2019, un PROCEDA (Proyecto Ciudadano de Educación Ambiental), para reforestar el borde de la quebrada La Samaria, que es la que pasamos cuando vamos desde la entrada del resguardo hasta la sede del resguardo, con la siembra de más o menos mil arbolitos.
En el año 2020 fundamos la Asociación de Mujeres Recuperadoras de la Madre Tierra (ASOIMA), con la finalidad de gestionar algunos recursos para trabajar temas como las plantas medicinales. Ya tenemos media hectárea sembrada y la idea es poder producir aceites, cremas, ungüentos, jarabes y todos esos remedios naturales que se derivan de las planticas medicinales. En esto ha sido muy importante poder contar con nuestra médica tradicional, para poder darle continuidad a la resistencia a través de nuestra medicina propia.
Hemos tocado muchas puertas para poder fortalecer nuestras asociaciones, porque ellas nos han facilitado el trabajo para acceder a recursos. Por ejemplo, con AGRORIS ganamos un proyecto para la construcción de un “beneficiadero”, una central de beneficio, que permite convertir la cereza en grano en café para consumo. Con ese proyecto vamos a contar con las máquinas, los tanques y la tolva para seleccionar y clasificar los granos antes de que pasen a la despulpadora. Lo que nosotros queremos es tener una marca propia de café. Actualmente un joven de la asociación está estudiando mercadeo y comercio internacional, y está creando una marca de café de origen indígena.
Para nosotros es muy importante ese tema de la seguridad y la soberanía alimentaria, y para eso tenemos que fortalecer la cultura y la autonomía, así como la unidad de nuestro pueblo. Y esa es la meta de estos proyectos, seguir fortaleciendo la unidad y la autonomía entre la comunidad. Hoy son 29 familias que se vienen sosteniendo económica, cultural, ancestral y organizativamente en la finca recuperada, en Las Delicias, con esos proyectos.
Mire usted que son muchas cosas las que estamos haciendo para fortalecernos como pijaos, ¿no le parece? Hasta tenemos pensado en construir nuestro propio bohío ancestral (casa ceremonial). Desde el año 2020 se ha dejado recursos de las transferencias que recibimos del gobierno a través del Sistema General de Participación que administra la Alcaldía Municipal de San Antonio, con la finalidad de que el próximo año, en el 2022, podamos tener nuestro bohío ancestral. También hay proyecticos en espera, como la construcción de una sede deportiva y el mejoramiento de la sede donde nos reunimos a jugar fútbol, pero por ahora lo urgente es el bohío, porque eso nos fortalece y nos acerca cada día más a nuestras tradiciones y costumbres ancestrales, que nos fueron arrebatadas desde la llegada de los europeos a estos territorios por allá en el año 1538, según cuentan los cronistas de indias.
Nosotros los pijaos somos un pueblo guerrero, inconquistable. Hoy somos 51.635 pijaos en todo el país, según el censo nacional del año 2018 del DANE. Aquí en el resguardo somos más o menos 110 familias con 580 personas. Nos seguimos sintiendo atropellados por el Estado, por el mismo gobierno, por la señora que dice que es la dueña del territorio, por la policía cuando viene a desalojarnos violentamente, atentando contra el bienestar de nuestros hijos, de nuestros adultos mayores, de todos nosotros… Pero gracias a nuestros dioses, a nuestro territorio, a nuestra comunidad y a la memoria de nuestro pueblo, aquí estamos y seguiremos luchando por la liberación de nuestra Madre tierra. Esperemos a ver qué pasa… Karey Karey (agradecimiento de despedida).
Esta historia hace parte de la serie periodística Caminos por la Pachamama ¡Comunidades andinas en reexistencia!, y se produjo en un ejercicio de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.