El misticismo, porte, elegancia, belleza y agilidad figuran entre las principales características de las seis especies de felinos que habitan el territorio nacional, mamíferos que se camuflan con sigilo entre lo más espeso de los bosques y las selvas y que llevan el instinto de la caza en su sangre.
En el planeta existen 38 especies de felinos, de las cuales el jaguar, el puma, el jaguarundí, el ocelote, el margay, la oncilla y el gato de los pajonales habitan en nuestro país. Son animales carismáticos cuya presencia indica el buen estado de los ecosistemas, y además son factores esenciales en las culturas de varias comunidades indígenas, cuenta Hernando García Martínez, director del Instituto Humboldt.
Sin embargo, las actividades humanas han jugado en contra de estos mamíferos, tanto así que casi todas las especies de felinos del país están en alguna de las categorías de riesgo de extinción: el jaguar, puma, ocelote, margay y gato de los pajonales están casi amenazados y la oncilla es vulnerable a desaparecer.
Las causas, impulsadas por humanos, son la deforestación, la acelerada pérdida y transformación del hábitat, la fragmentación de los ecosistemas por las carreteras y la cacería retaliativa por ataques a animales domésticos, factores que evidencian su alto grado vulnerabilidad frente a los motores de pérdida de biodiversidad.
A propósito del Día Mundial de la Fauna Silvestre, que se celebra este 3 de marzo y con el propósito de que la ciudadanía conozca con mayor detalle la biología e importancia de estos animales, el Instituto Humboldt y la Fundación Panthera rememoran la Guía de felinos de Colombia, documento que informa sobre la densidad, dieta y ecología de seis especies de felinos que habitan en el país.
García, hace un llamado para la conservación de estas especies: «Conocer la biodiversidad nacional es el primer paso para lograr una gestión sostenible de los recursos naturales. Somos el segundo país más biodiverso del mundo, un título que debemos conservar a través de la participación de toda la sociedad. En esta guía podemos sumergirnos en el mundo de los felinos y reflexionar sobre las problemáticas que los agobian».
Estos son los felinos que habitan en bosques y selvas de algunas regiones de Colombia:
Jaguar: el mensajero cósmico
Un felino de piel amarilla con rosetas y puntos negros y una mirada penetrante se camufla con facilidad entre las densas selvas colombianas. Se trata del jaguar, tigre mariposo o pantera (Panthera onca), un mamífero que para las comunidades indígenas de la Amazonia representa un mensajero cósmico.
«Algunas comunidades le atribuyen la responsabilidad de la fertilidad y el bienestar del entorno natural a través de la metaforización del trueno como rugido felino. Es una especie predominante en el sistema simbólico de Chiribiquete; para los kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta el término jaguar se encuentra en los nombres de sacerdotes, jefes míticos, personificaciones divinas y constelaciones de estrellas», afirma la Guía de los felinos.
Es el felino más grande de América, con tamaños que pueden alcanzar los dos metros de largo. Habita en los bosques por debajo de los 2.000 metros sobre el nivel del mar y los riparios y de galería asociados a ríos, ciénagas y playones, al igual que en las sabanas.
«Es frecuentemente conocido como el tigre, nombre que surge en la época de la colonización española por ser confundido con el tigre asiático (Panthera tigris), la referencia más familiar y asociada al jaguar americano para los españoles recién desembarcados en las costas de nuestros países», revela el documento.
Los jaguares son los únicos felinos grandes manchados en Colombia, animales que pueden vivir hasta 15 años en su hábitat salvaje y 22 años en cautiverio. Según la guía, esta especie presenta en ocasiones variaciones melánicas transmitidas por genes dominantes, por lo cual algunos individuos son de color negro o café oscuro.
Aunque es solitario y territorial, en la zona de un macho frecuentemente viven en promedio dos o tres hembras con las que se reproduce. «En zonas con baja perturbación humana, la especie está activa en cualquier hora del día o la noche. Delimita su territorio por medio de señales como rugidos, rascas en el suelo, marcaje con orina y marcas con las glándulas del cuello en troncos», dice la investigación del Instituto Humboldt y Panthera.
Tiene la mordida más potente de todos los felinos y fácilmente rompe caparazones de tortugas. Es un mamífero carnívoro que come cualquier animal que pueda acechar, atrapar y matar, aunque tiene preferencia por los pecaríes, chigüiros y caimanes. Puede matar por perforación del cráneo, asfixia o por un mordisco en la nuca que desplaza las vértebras.
La hembra da a luz a dos cachorros luego de una gestación de 100 días, crías que se destetan a los cinco meses e independizan de la madre a los dos años aproximadamente. El jaguar adquiere su madurez sexual entre los 24 y 30 meses.
«La distribución de los jaguares en América se ha reducido en un 45 por ciento, con extinción total en Estados Unidos, El Salvador y Uruguay. En Colombia hay cuatro bloques de poblaciones grandes con un tamaño decreciente: Amazonas, Orinoquia, Chocó biogeográfico y el Caribe. Se han estimado densidades de 4,2 jaguares en 100 kilómetros cuadrados del Parque Nacional Amacayacu y de 2,8 en selvas amazónicas no protegidas», cita la guía.
Según estudios de Esteban Payán, director ejecutivo de Panthera Colombia, y Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, la piel del jaguar fue una de las más codiciadas en la época de las tigrilladas, que surtieron los mercados de la moda de pieles de Norteamérica y Europa en las décadas de los 60 y 70.
«Actualmente, la cercanía del ganado doméstico al territorio del jaguar ha generado conflicto, fomentando así su cacería. Es el trofeo de cazadores por excelencia en Latinoamérica, pero su cacería deportiva está muy regulada y mayormente prohibida», afirma la publicación.
En febrero de este año, un jaguar atacó y causó la muerte de una niña de seis años y un joven de 18 del resguardo indígena u’wa, en la zona rural del municipio de Cubará (Boyacá), algo que le afana al director del Instituto Humboldt por las retaliaciones que pueda tomar la comunidad.
«El jaguar es un animal tímido que huye de los humanos. Lo sucedido en Cubará debe ser investigado detalladamente, ya que podría tratarse de una hembra con crías. Atacar humanos es un comportamiento atípico en los felinos, por lo cual es importante saber por qué dicen que es un jaguar, ya que en muchas ocasiones los ataques a humanos no son propiciados por esta especie».
Puma: el tigre colorado
Es el mamífero con más amplia distribución histórica en el continente americano. El puma (Puma concolor), también llamado león de montaña o tigre colorado, es el segundo felino más grande de Colombia después del jaguar.
«En el país habita desde playas y manglares, pasando por bosques y montañas hasta el páramo andino. Las grandes poblaciones de pumas existen en bloques de los ecosistemas de Amazonas, Llanos Orientales, Chocó biogeográfico y los Andes montañosos», menciona la Guía de felinos.
Cuenta con un pelaje de tonos habanos, cafés, rojizos o grises sin variación. Los cachorros presentan manchas negras sobre su abrigo habano, manchas que son muy útiles para su camuflaje pero que desaparecen a las 14 semanas. Sus ojos azules con el tiempo se tornan cafés.
Mide hasta 1,6 metros de largo, un tamaño que suele ser mayor en los pumas que habitan en las zonas de alta latitud. «Se cree que la causa de un menor tamaño en el trópico es por competencia y selección de nicho con el jaguar».
Es un felino diurno y nocturno y de hábitos solitarios, aunque un macho habita generalmente con dos hembras para reproducirse. Una de sus peculiaridades es que no ruge, sus vocalizaciones son más bien parecidas a maullidos o al grito de una mujer.
Delimita su territorio dejando rascas en el suelo y hojarasca, orina y algunas veces excremento. Es una especie carnívora generalista que se adapta exitosamente a sobrevivir en diferentes hábitats y come cualquier animal que pueda atrapar, aunque prefiere venados y armadillos en bosques y sabanas.
«Luego de una gestación de 92 días en promedio, la hembra da a luz a dos cachorros, los cuales se destetan entre los cuatro y cinco meses y se separan de la madre al año y medio de vida. Tienen una longevidad en vida silvestre de 12 años, cifra que puede llegar al doble en cautiverio», indica el estudio.
La Guía de felinos de Colombia indica que el puma ha sido extirpado del 40 por ciento de su área de distribución en Latinoamérica. Fue desplazado de la mitad oriental de los Estados Unidos a los 200 años de la colonización europea.
Entre sus principales verdugos en Colombia, donde está catalogado como una especie casi amenazada, figuran la pérdida de hábitat por la deforestación, grandes extensiones agrícolas y el conflicto humano felino.
«Las hembras preñadas o lactando se pueden dedicar a cazar ganado cuando faltan presas silvestres, lo que puede generar conflictos. Hay un incremento en los incidentes de depredación en los Andes colombianos, creados particularmente por el avance de la frontera agropecuaria, fragmentación de los bosques e instauración de sistemas ganaderos extensivos. No obstante, el puma es un animal tímido y prefiere no ser visto por los humanos», dice la guía.
El puma también hace parte de las culturas indígenas. Los kogui de la Sierra Nevada de Santa
Marta tienen como animal totémico al puma, animales propietarios de la tierra roja. «Se decía que los muiscas eran hechiceros que se podían convertir en pumas. Varios nombres de los jefes de esta etnia están asociados con la palabra nymy, que significa puma».
Jaguarundí: el menos conocido
Desde el norte de México hasta la Argentina central, tanto en bosques, sabanas, paisajes de ciénaga, rastrojos y áreas cercanas a pueblos pequeños, habita un felino del que poco se habla: el jaguarundí (Puma yagouaroundi), también conocido como gato cervantes, gato perruno o gato montés.
«En Colombia hay registros en la Amazonia, Orinoquia, Chocó biogeográfico, valles interandinos y laderas andinas. Comparte los hábitats con jaguares, pumas, ocelotes y margays», afirma la Guía de felinos.
Su pelaje, sin ninguna mancha, puede ser de color gris, café, rojizo o negro, y alcanza a medir 70 centímetros de largo. Según el Instituto Humboldt y Panthera, es el que tiene la apariencia menos gatuna de todos los felinos colombianos.
«Cuenta con un cuerpo alargado, cuello y cola muy larga, orejas y patas cortas, y más bien con apariencia de perro. Hace parte del género Herpailurus, derivado del latín herpa que significa raro y del griego ilurus que significa gato».
El jaguarundí puede ser confundido con una tayra (Eira barbara), pero ésta camina diferente, a saltos, y generalmente tiene manchas blancas o cremosas. También lo relacionan con el puma, pero este último es más grande y con la punta de la cola negra. En horas del crepúsculo y amanecer se parece a un zorro.
Podría catalogarse como el felino menos estudiado en Colombia, razón por la cual su categoría nacional es de no evaluado. Se sabe que es de hábitos solitarios, terrestres y diurnos, que hace vocalizaciones de corto alcance y es carnívoro, con preferencia por los roedores, lagartos medianos y aves.
«La hembra da a luz a dos cachorros luego de una gestación de 75 días. Hay reportes sobre ataques a cachorros por pumas y perros domésticos, y se sabe que esta especie sobrevive en cautiverio aproximadamente 10,5 años», afirma la guía.
Durante los meses de la cuarentena obligatoria en Colombia, el jaguarundí fue registrado en varias zonas de departamentos como Quindío, Valle del Cauca y Tolima. Esto se debe a que es común avistarlo en potreros y zonas abiertas durante el día.
«La supervivencia de este felino está amenazada por la pérdida de hábitat, principalmente por la agricultura. En ocasiones ataca aves de corral, práctica que lo hace objeto de persecución y cacería. También es común encontrar jaguarundís atropellados en las carreteras colombianas».
Ocelote: el más grande de los tigrillos
Leopardus pardalis es el tercer felino más grande de Colombia, después del jaguar y el puma, con tamaños que alcanzan los 95 centímetros de largo. Su piel es amarilla con puntos y rosetas negras, pero su vientre es blanco. También es llamado cunaguaro o tigrillo.
«Hace parte del grupo de los tigrillos y se puede reconocer fácilmente por sus rayas en el cuello y su cola corta, la cual apenas toca el suelo. Pertenece al género Leopardus, al igual que los margays y oncillas, el linaje más diverso de felinos en América», cita la Guía de felinos.
Habita desde México hasta el norte de Argentina (excepto en Chile), y cuenta con poblaciones relictuales en el estado de Texas (Estados Unidos). Aunque generalmente vive en ecosistemas por debajo de los 1.200 metros sobre el nivel del mar, en Colombia es común encontrarlo en sitios ubicados hasta los 2.000 metros de altura.
«Incluso hay registros de ocelotes en páramos a 4.300 metros sobre el nivel del mar, una característica relacionada con su grueso pelaje. Los ocelotes usan una variedad de hábitats boscosos, sabanas, manglares y páramos, y prefieren usar caminos, senderos y carreteras donde dejar algunas marcas con rascas».
El ocelote es solitario, terrestre y principalmente nocturno. Vocaliza ruidos parecidos al maullido de un gato doméstico y se alimenta de presas como roedores, aves, lagartos y culebras.
La gestación de las hembras dura 80 días y dan a luz a dos cachorros en promedio. «Los cachorros se destetan entre los 17 y 22 meses de vida, pero suelen ser atacados por gatos y perros domésticos o ferales. Los ocelotes pueden vivir hasta 20 años en cautiverio».
En las décadas de los 60 y 70, los ocelotes fueron fuertemente impactados por la comercialización de sus pieles. Según la guía, su piel fue la más cotizada en la época de las tigrilladas, las cuales surtieron los mercados de la moda de pieles de Norteamérica y Europa.
En la actualidad es comúnmente mantenido ilegalmente en cautiverio como mascota. También se ve amenazado por la pérdida de su hábitat y el atropellamiento en las vías, razón por la cual en Colombia es una especie casi amenazada.
Debido a su similitud con el jaguar, el ocelote hace parte de la tradición oral, esculturas y representaciones simbólicas de algunos indígenas. Por ejemplo, fue representado en cerámicas de culturas prehispánicas como La Calima.
Margay: el que desciende los árboles boca abajo
Al igual que el ocelote, Leopardus wiedii pertenece al grupo de los tigrillos. Es un felino con pelaje de fondo amarillo en el dorso y costados, blanco en el vientre y pecho, y recubierto por puntos, rosetas o anillos alargados negros.
Tiene una cola bastante larga y unos ojos grandes con respecto al cuerpo, que alcanza los 72 centímetros de largo. «Su figura es más esbelta que la del ocelote, y se diferencia por el tamaño de los ojos. El pelaje en la nuca que corre en dirección anterior puede diferenciar un margay pequeño de una oncilla grande», informa la Guía de felinos.
Es uno de los felinos del que menos se conoce sobre su biología e historia natural. Habita en América desde el norte de México hasta Uruguay, en ecosistemas asociados a selvas de tierras bajas, bosques secundarios y secos e incluso en pequeñas plantaciones de pinos y eucaliptos.
Su maullido es similar al de un gato doméstico, vocalización que realiza como mecanismo de defensa. El margay presenta hábitos nocturnos, solitarios y arbóreos: es el único felino que está adaptado para descender los troncos de los árboles boca abajo, ya que puede rotar sus tobillos 180 grados aproximadamente para este propósito.
Entre su dieta se destacan presas como marsupiales, roedores, conejos, pájaros y huevos, pero también come frutas. «La gestación de las hembras dura entre 76 a 84 días y da a luz un cachorro en promedio«, dice la publicación.
Al igual que el ocelote, el margay fue víctima de las tigrilladas en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado. Según la guía, en la actualidad es uno de los felinos que más es comercializado ilegalmente para convertirse en mascota.
«También se ve amenazado por la pérdida de hábitat, principalmente por la deforestación, y debido a las retaliaciones de los campesinos por comerse las aves de corral. En Colombia es una especie considerada casi amenazada».
Oncilla: el tigrillo lanudo
La oncilla (Leopardus tigrinus) o tigrillo lanudo es el felino más pequeño de Colombia, con una longitud máxima de 60 centímetros. Según la Guía de los felinos, su biología e historia natural son en gran parte un misterio debido a que ha sido poco estudiada.
«Se cree que en Colombia está restringida a ecosistemas de páramo y bosque de niebla. No obstante, hay unos cuantos registros en la Amazonia y en las sabanas del Rupununi en Guyana. Su presunta ausencia de los Llanos Orientales debe ser revisada», precisa la Guía de felinos.
Hace parte del grupo de los tigrillos, junto al ocelote y el margay. Tiene un pelaje amarillo en el dorso y costados, blanco en el vientre y pecho, recubierto por puntos y rayas negras. La cola es de un largo proporcional al 56 por ciento de la longitud de su cuerpo y cabeza.
«El pelo de la oncilla es lanudo y menos grueso. Comparado con el margay, este tiene ojos y orejas relativamente más grandes y el hocico más corto; la cola es de largo intermedio en relación a la del ocelote y el margay, y adicionalmente los diminutos premolares superiores diferencian claramente el cráneo de oncilla de este último».
Es un felino de hábitos solitarios, con una actividad nocturna y una dieta carnívora, en especial conformada por pequeños mamíferos, musarañas y aves. Las hembras tienen una gestación de 75 días y dan a luz a dos cachorros.
«El principal problema de conservación de la oncilla viene dado por su especificidad en la distribución, pues vive en los altos Andes colombianos donde las amenazas actuales son causadas por la agricultura y la minería», apunta el estudio del Instituto Humboldt y Panthera.
La oncilla también es uno de los felinos comúnmente tenidos ilegalmente en cautiverio como mascota en Colombia. En ocasiones ataca aves de corral, por lo cual es víctima de la cacería. «En el país es una especie catalogada como vulnerable a la extinción«.
Primordiales para la biodiversidad
La Guía de los felinos de Colombia, elaborada por Esteban Payán, director ejecutivo de Panthera Colombia, y Carolina Soto, investigadora del Instituto Humboldt, recalca que conservar a estos mamíferos es de suma importancia para el equilibrio ecológico.
Los felinos, en especial los grandes, son especies que se ubican en la cima de la pirámide trófica. «Aquí su tamaño y hábito carnívoro hacen que tengan especial valor ecológico y sean considerados especies clave; aunque viven a muy bajas densidades, ejercen un efecto muy grande sobre su ecosistema».
Estos mamíferos hacen un control de las especies en los ecosistemas. «La ausencia de los grandes felinos causaría un aumento demográfico de sus presas, que son frugívoros, herbívoros y granívoros, alterando los patrones de crecimiento y estructuras del bosque«.
Los expertos catalogan a estos carismáticos animales como especies claves e indicadoras. «Su presencia es un indicador del estado de conservación de los ecosistemas, a partir del cual se pueden guiar las estrategias de manejo y conservación. Por ejemplo, es de las primeras especies que desaparecen de los hábitats intervenidos por actividades humanas, razón por la cual sirven como alerta temprana del inicio del proceso de la pérdida de biodiversidad».
Estas especies son ideales para modelar y proponer planes de conservación regional de conectividad.
«La evaluación de la conectividad del paisaje es un ejercicio que requiere una aproximación centrada en especies. Lo anterior convierte a los grandes carnívoros en especies de paisaje, donde la Iniciativa del Corredor Jaguar es un ejemplo de dicha planeación», concluyen Payán y Soto.
*Con información de Informe Especial del Instituto Humboldt
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