La comunidad pesquera de Isla Arena, ubicada en el estado de Campeche, al sureste de México, trabaja en un proyecto de restauración comunitaria para conservar, proteger y restaurar sus ecosistemas de manglares, len 127 hectáreas, impactados por la construcción de una carretera. A la fecha, han sembrado más de 32 000 propágulos de dos especies de manglares.
Astrid Arellano / Mongabay Latam
Los manglares son ecosistemas fascinantes. Entre sus múltiples funciones, actúan como escudo contra los huracanes en las costas y tienen la capacidad de almacenar grandes cantidades de carbono. A su vez, sostienen la vida de numerosas especies de peces juveniles e invertebrados, pues son “guarderías” que les proveen de alimento y refugio.
Sin embargo, la situación de estos ecosistemas es crítica. La primera evaluación global de manglares elaborada para la Lista Roja de Ecosistemas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) reveló, a finales de mayo del 2024, que más de la mitad de los manglares del mundo están en riesgo de colapso, es decir, están clasificados como Vulnerables, En Peligro o Peligro Crítico.
Los ecosistemas de manglares cubren aproximadamente 150 000 kilómetros cuadrados a lo largo de las costas del mundo. Las proyecciones que lograron más de 250 expertos a nivel mundial son alarmantes: si no se realizan acciones de conservación, para el año 2050 se perderán unos 7 065 kilómetros cuadrados de manglares, mientras que otros 23 672 kilómetros cuadrados —aproximadamente un 16 % del total de manglares que existen en el planeta— quedarán sumergidos bajo el agua. Esto significa perder no solamente hábitats biodiversos, sino también servicios ecosistémicos cruciales para el planeta.
La UICN señala que los manglares están amenazados por la deforestación, el desarrollo urbano, la contaminación y la construcción de represas, sin embargo, el riesgo para estos ecosistemas también va en ascenso debido al aumento del nivel del mar y a la mayor frecuencia de tormentas severas asociadas al cambio climático. De hecho, el cambio climático amenaza al 33 % de los manglares evaluados.
La muerte de los manglares
En Isla Arena, Zugey Cruz Gutiérrez no puede observar otra cosa que el mar. No importa en qué dirección vea, el pedazo de tierra que habita —cercano a las costas de Campeche, en México— está rodeado por agua y enmarcado por los atardeceres más bellos que haya conocido. A pesar de la atmósfera tranquila, agrega, hay una situación que le inquieta: la muerte de los manglares de los que depende la vida en esa zona.
“Es una isla retirada de la sociedad, estamos lejitos, pero es muy bonita, pequeña y natural, porque no está industrializada”, dice Cruz Gutiérrez. “Todo cambió cuando se inició la construcción de una carretera para la que no se hicieron los estudios correspondientes. Taparon caminos y el agua dejó de fluir como debería. Así empezaron los cambios negativos en el manglar”.
Cruz Gutiérrez se refiere a la carretera Calkiní-Isla Arena, construida en la década de los setenta y que conecta a su comunidad con el estado de Campeche mediante un puente.
La zona en donde se realizó la obra estaba compuesta por manglar continuo que fue partido a la mitad por esta vía. En consecuencia, la interrupción del flujo del agua —causada por la construcción sin alcantarillas— provocó la degradación y muerte de los manglares ubicados en Isla Arena, comunidad localizada en el municipio de Calkiní, Campeche, al sur de la Reserva de la Biosfera de Celestún y al norte de la Reserva de la Biosfera de Petenes.
Como comunidad pesquera —con casi mil habitantes y ocho cooperativas dedicadas a la pesca artesanal—, la pérdida de manglares ha sido evidente en los últimos años en relación con la poca abundancia de todas las especies marinas que sirven no sólo para la economía de las familias, sino también para su propia seguridad alimentaria.
“Este año, por ejemplo, todos estamos viendo que ha sido muy malo para la pesca. Hay muy baja captura en todas las especies. Por eso hemos aprendido la importancia de mantener el manglar en buen estado, porque si no, los animales no tienen en donde crecer. Nos estamos dando cuenta de que ya no hay ni para nuestro consumo”, asevera Cruz Gutiérrez.
Por eso no dudó en sumarse a una iniciativa que comenzó a gestarse en el 2021 en la comunidad. En ese año, los habitantes de Isla Arena, en colaboración con la organización Conservación Internacional México y la Comisión Nacional de Áreas Protegidas (Conanp), comenzaron las primeras investigaciones para determinar qué hacer. El resultado ha sido un proyecto de restauración comunitaria para conservar, proteger y restaurar los ecosistemas de manglares. Para ello, crearon el grupo Unidos y Unidas por los Mangles.
Su objetivo central es lograr la restauración de 217 hectáreas de estos ecosistemas marino-costeros degradados y muertos en el sitio.
El primer paso
La Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) describe que los humedales de la región noroccidental del estado de Campeche constituyen un gran mosaico de vegetación. Están compuestos por bosques de manglar, de selva baja inundable y de selva alta, los cuales van cambiando según el tipo de suelo y la cantidad de agua dulce disponible. Estos humedales son el hábitat de un gran número de especies de fauna silvestre que se encuentran bajo protección especial, como el grupo de las aves residentes de la zona, cuyas especies tienen consideración especial en la normatividad mexicana: flamenco (Phoenicopterus ruber), garza tigre (Tigrisoma mexicanum) y pato real mexicano (Cairina moschata).
En esta zona existen cuatro especies de mangle descritas, sin embargo, el manglar de franja —ubicado en la línea de costa y en las orillas de canales y lagunas— es el más característico, y está compuesto por dos especies particulares: mangle rojo (Rhizophora mangle) y mangle negro (Avicennia germinans).
En el sector que la comunidad de Isla Arena y los especialistas eligieron para trabajar hay fracciones con manglares muy bien conservados, pero también otras en donde es evidente su muerte y degradación. Se distingue a simple vista entre un sitio con manglares altos, verdes y frondosos, llenos de vida, y otro degradado, en donde sólo hay ramas secas y prácticamente sin hojas. Es más evidente aún la diferencia con los sitios completamente muertos.
“Se ve muchísimo el contraste entre zonas conservadas, zonas degradadas y zonas completamente muertas. Desafortunadamente se están viendo cada vez más zonas degradadas y muertas por efectos de diferentes factores, como la interrupción del flujo de agua”, describe la bióloga Norma Arce, gerente de Océanos de la organización Conservación Internacional México.
Para conocer a detalle el impacto y diseñar un plan de restauración, el primer paso decisivo fue realizar un estudio de ecología forense. Esta investigación consiste en la búsqueda de evidencias en el sitio que indiquen las razones de la muerte de la biodiversidad o degradación del ecosistema. Para ello, los expertos evalúan y describen el escenario ambiental antes del deterioro a partir de un sitio de referencia, para luego hacer una comparación en un área contigua.
“Para esto se hacen muchos estudios en el sitio, se hacen modelados y se analiza la topografía del terreno, los flujos hídricos y la calidad del agua. Con todos estos datos se puede saber qué es lo que está pasando y plantear medidas que nos aseguren el éxito del proyecto”, agrega Arce.
Las imágenes aéreas de los manglares que el equipo ha tomado dicen más que mil palabras, afirma Asís Alcocer, administrador de recursos naturales y coordinador de Manglares para Conservación Internacional México.
“Se usan herramientas como drones e imágenes satelitales. En cuanto a los parámetros físico químicos, ha salido alta la salinidad y los sulfuros. Pero en este estudio de ecología forense no sólo nos fuimos a la parte ambiental y técnica, sino que también hicimos un análisis del contexto social, porque también es importante conocer en dónde se van a llevar a cabo estos proyectos y las capacidades que existen dentro de las comunidades para realizarlos”, agrega el especialista.
De acuerdo con los resultados de la ecología forense, se observó una clara interrupción del flujo de agua en los manglares de Isla Arena, como consecuencia de dos factores: primero, la interrupción del flujo del agua de este a oeste y viceversa, debido a la construcción de la carretera sin alcantarillas Calkiní-Isla Arena. El segundo es la interrupción del flujo de norte a sur por el incremento de la densidad del manglar en los bordes de canal natural ubicado al norte del área del proyecto, y que también tiene un efecto de barrera que reduce el paso de la marea. Es decir, la degradación del sitio no sólo ha sido por causas antropogénicas, sino también por causas naturales.
“Ha habido proyectos previos que han intentado restablecer la conectividad de agua entre un lado y el otro, y se han hecho alcantarillas que pasan por debajo de la carretera, pero no fueron suficientes. Entonces hubo que encontrar otras medidas que permitieran restablecer la conexión de este flujo de agua por toda la zona”, explica Norma Arce.
Con estas conclusiones, se propusieron acciones de restauración hidrológica y sedimentológica que permitirán la regeneración natural de los manglares. Así, a partir de un análisis microtopográfico, se identificaron los flujos preferenciales y se identificaron las áreas adecuadas para la construcción de canales de marea para facilitar la recuperación del hidroperíodo —el patrón estacional del nivel del agua del humedal— y así reducir la salinidad de los sedimentos. Su objetivo es estimular el restablecimiento de las principales funciones del ecosistema y la regeneración natural.
Limpiar los canales no fue una tarea sencilla. La comunidad trabajó, primero, en la restauración hidrológica en un canal conocido como La Zanja. Allí, con el agua prácticamente hasta el cuello, usaron palas y machetes para sacar manualmente raíces, madera y lodo que bloqueaban el flujo natural del agua.
“La Zanja se utilizaba desde tiempos de los primeros pobladores de Isla Arena y, por desuso, se llenó de raíces. Era necesario hacer esta restauración en el sitio y hoy en día vemos que este canal ya tiene un flujo hidrológico correcto”, explica Asís Alcocer. Así, con el trabajo de la comunidad, se logró desbloquear manualmente una ruta de un kilómetro para permitir el acceso del agua.
“Después abrieron otros canales primarios que no existían y, por medio de la ecología forense, se identificó por dónde debían pasar, ya que eran los canales más grandes y que iban a llevar la mayor cantidad de agua. Luego se trabajó en los canales secundarios, que eran canales más pequeños y que conectaban con estos canales primarios. Entre todos, fueron aproximadamente seis kilómetros restaurados”, detalla Norma Arce.
Con estas acciones, la restauración hidrológica de los manglares no solamente promueve la recuperación de la cobertura vegetal, sino la colonización de los sitios restaurados por diferentes grupos de peces e invertebrados y por diferentes grupos funcionales de aves, agregan los expertos.
“Es un periodo muy largo para que un ecosistema pueda considerarse restaurado, pero en el caso de manglar puede tardar entre 10 y 50 años, para recuperar las funciones ecosistémicas. Aunque ahora ya estamos viendo resultados inmediatos, como la restauración de los flujos hidrológicos y el regreso de especies al sitio”, afirma Norma Arce.
La restauración hidrológica fue una de las primeras actividades del grupo comunitario que hoy se conoce como Unidos y Unidas por los Mangles, integrado por 26 personas —12 mujeres y 14 hombres—, que han recibido capacitación en ecología de manglares, conservación y restauración, salvaguardas sociales y ambientales, así como en actividades de monitoreo en observación de aves, instalación de cámaras trampa y medición de la calidad del suelo y el agua.
Sus brigadas también incluyen jornadas para la limpieza del manglar, pues se detectó una grave problemática de residuos a lo largo de la carretera. En el saneamiento del sitio se recolectaron objetos de plástico, cordeles, latas y botellas de vidrio, así como elementos que resultaron más preocupantes, como baterías y recipientes de aceite, considerados residuos peligrosos.
“A veces no somos conscientes del gran daño que estamos haciendo y, al tener un poquito más de información, nos ayuda mucho como comunidad para aportar algo positivo. Es un proyecto muy bonito, con el que hemos aprendido sobre la importancia de los manglares y de ahí viene el interés de la gente, porque nos han enseñado qué pasaría si los manglares no estuvieran”, sostiene Zugey Cruz Gutiérrez.
Además, el proyecto ha servido para empoderar a las mujeres de la comunidad, dice la líder comunitaria. Las actividades de las mujeres, quienes mayormente son amas de casa que combinan sus jornadas en el hogar con actividades secundarias de la pesca —como recolectar caracol, filetear, empacar, vender o cocinar pescado—, ahora trabajan a la par con los hombres en actividades relacionadas con el cuidado del medio ambiente.
“Todo tiene su importancia para nosotras y, a pesar de que nos dediquemos al hogar y a otras actividades para nuestra economía, también podemos dedicarnos al cuidado del medio ambiente. A veces, una como mujer se siente saturada entre tantas actividades y los hombres piensan que no vamos a poder con todo, pero ahí vamos, nos organizamos y sí podemos”, asegura Cruz Gutiérrez.
“Para nosotras es un proyecto que nos ha tomado en cuenta para trabajar, porque se habían dado ocasiones en las que solamente se incluía a los hombres. Ahora hemos trabajado mano a mano con ellos”, dice, y agrega que “hemos aprendido a enfrentarnos al machismo y demostrarles que sí podemos hacer equipo”.
Regresar la vida a los manglares
El siguiente paso fue adecuar el territorio para que los nuevos manglares pudieran crecer. La comunidad creó terrazas elevadas con el sedimento extraído, conectadas a su vez con los canales secundarios. Estos centros de elevación del microrelieve son los sitios a reforestar con propágulos o semillas de manglar recolectados por el grupo comunitario.
“Hemos aprendido muchas cosas interesantes sobre cómo manejar los propágulos, para saber si están sanos, si tienen alguna plaga o si están maduros para ser sembrados”, explica Zugey Cruz Gutiérrez.
En equipos, recolectan los propágulos de las zonas con árboles, los revisan y los trasladan a los sitios de siembra.
“Si los colectas muy jóvenes, tienen una probabilidad más baja de funcionar, de no sobrevivir al plantarlos. Cuando los recolectamos, los llevamos al sitio y los vamos sembrando, a unos 50 centímetros entre cada uno. Las condiciones del suelo también importan. Entonces, nos tenemos que fijar que las semillas estén bien, que el suelo esté adecuado y ahí sembrarlos”, detalla la restauradora comunitaria.
Según las cifras preliminares de Conservación Internacional México, desde diciembre del 2023 y hasta la fecha, se ha alcanzado una meta de 32 000 propágulos de mangle negro y rojo sembrados en Isla Arena.
“Debido a las temporalidades del ecosistema, justo ahora están trabajando en la segunda etapa de restauración: están capacitándose, realizando acciones en materia de reforestación y colecta de los propágulos. En esta temporada, los propágulos que más abundan son los de mangle rojo, pero posteriormente se hará recolección de mangle negro. También se siguen realizando monitoreos continuos y diferentes talleres dentro del mismo esquema del plan de restauración”, agrega Asís Alcocer.
Además del recurso de la pesca, en la comunidad también hay pequeñas cooperativas que llevan turistas a observar aves en los sitios de manglar conservado. “Pero ahora los están llevando también a la zona de manglar restaurado”, celebra Norma Arce.
El sueño de Zugey Cruz Gutiérrez es que los manglares perdidos se recuperen con el trabajo de la comunidad. Es lo mínimo que pueden ofrecer en retribución al ecosistema que mantiene a flote la vida del pueblo. Salvar a los manglares, también significa salvar la pesca y a la comunidad.
“Los manglares nos mantienen con un oxígeno que no hay en cualquier lado. En la pandemia, los doctores nos dijeron que, estar en un lugar así, nos favoreció mucho. En nuestra comunidad ninguna persona falleció. Los doctores que llegaban nos decían que el lugar en donde estamos, además de la alimentación y las condiciones del ambiente, nos había favorecido mucho”, concluye la restauradora comunitaria. “Eso ya es una súper ganancia, es algo muy importante para seguir conservando lo que nosotros tenemos”.
*Imagen superior: Grupo de restauradores realizando actividades de recolecta de propágulos de mangle rojo. Foto: Asís Alcocer / CI México
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