La Fundación Tortugas del Mar certifica a los comerciantes que se unen a su campaña con un sello ambiental. En 12 años han logrado reducir en un 95% la venta ilegal de productos elaborados a partir de caparazones de tortuga.
Por las calientes calles y mercados de San Diego, La Matuna y Getsemaní, barrios céntricos de Cartagena (Bolívar), se les veía siempre. Dos jóvenes estudiantes de biología de la Universidad de Antioquia, Karla Barrientos y Cristian Ramírez, visitaban mercados para identificar, localizar y describir el comercio de conchas de tortuga Carey (Eretmochelys imbricata).
Cuenta Karla que hacia 2008, había un fuerte comercio de elementos a base del tráfico ilegal de este animal y ninguna autoridad actuaba, pese a que la ley ya lo prohibía.
Los locales compraban y vendían sin pudor. Los vendedores de las tiendas artesanales lucían los permisos de la Alcaldía, como si allí les autorizaran también el negocio de las tortugas. Turistas extranjeros pagaban lo que les pidieran por los artículos, y en fin, no había conocimiento sobre la especie, un mercado controlado, cifras, estudios científicos o campañas educativas para proteger a las tortugas.
Ese fue el detonante para que los futuros biólogos quisieran actuar. Así nació hace 12 años la Iniciativa Carey (Iniciativa Hawksbill) para detener el tráfico ilegal de conchas de tortuga en Cartagena de Indias.
Los estudiantes plantearon el proyecto en tres etapas a lo largo de 2008, pero este resultó tan complicado que se extendió a 2012. Primero hicieron una fase de Diagnóstico y caracterización, construcción de apoyo local e internacional. Luego, la de educación-alcance, y finalmente, sobre Fortalecimiento de capacidades de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley.
EN PELIGRO CRÍTICO DE EXTINCIÓN
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La Carey (Hawksbill turtle) es una de las cuatro especies de tortuga marina que anidan en las playas del Caribe colombiano.
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Por su alta persecución y disminución de poblaciones fue categorizada como ‘En Peligro Crítico’ de extinción, por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y el Libro Rojo de Reptiles de Colombia.
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Se encuentra en el Caribe y Pacífico colombiano.
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Fue la primera tortuga marina vedada en el país en 1977.
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Además del consumo de su carne y huevos, es la especie en mayor riesgo de extinción por presiones antrópicas y el uso de su caparazón para la elaboración de artesanías, utensilios de cocina y espuelas para peleas de gallos.
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En el 2016 junto a la comunidad del archipiélago de La Plata, Tortugas del Mar, Conservación Internacional, Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) identificaron la principal zona de alimentación para el Pacífico colombiano de la especie.
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Recientemente (antes del inicio de la pandemia) reportaron la primera hembra adulta de la especie para el Pacífico colombiano.
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El Golfo de Urabá es la zona que alberga la mayor anidación para la especie en el Caribe continental. No más de 60 nidos por temporada.
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La Reserva de Biósfera Seaflower es identificada como la principal zona de anidación para la especie. Se requiere urgente atención y control en la zona.
Durante el siglo XX era apreciada gracias a los artilugios que elaboraban con su caparazón. Una moda que provocó la captura de millones de tortugas carey para los mercados de Europa, Estados Unidos y Asia. En estas sociedades la concha se utilizaba para crear peines de pelo, marcos de gafas, anillos, pulseras, cucharas, cuencos, entre otros elementos.
¿Qué encontraron?
Durante cinco años, 2008 a 2012, Karla y Cristian siguieron investigando en Cartagena. Aprovechaban las vacaciones de temporadas bajas y altas de turismo (Semana Santa, junio y diciembre) para buscar puntos de venta, artesanos, vendedores callejeros y tiendas comerciales (souvenirs). Identificaban sitios, número y tipo de artículos ofrecidos, para determinar el precio, el origen de las artesanías y sus principales compradores.
Encontraron que los comerciantes sí sabían que la venta de conchas de tortuga estaba prohibida, pero aun así, mantenían el negocio.
“El comercio ilegal de artesanías de conchas de tortuga en Cartagena ocurrió bajo la nariz de todos, parecía estar normalizado por la sociedad colombiana. Era inconcebible ver que lo que estaba en el papel no se aplicaba en la vida real. Los artesanos y vendedores estaban concentrados en diez puntos principales, todos cerca de prestigiosos hoteles, restaurantes y tiendas asociadas a turistas de mayores ingresos”.
Así lo relataron estos investigadores colombianos en el informe The Global Tortoiseshell Trade para Centro y Surámerica sobre el tráfico de tortuga Carey, que acaba de ser publicado.
Allí se consigna que los dos compradores de artesanías de conchas de tortuga más comunes —identificados por artesanos y vendedores— eran americanos y franceses, seguidos por un español y un colombiano (principalmente del interior del país). También había italianos y nacionales de países de América Latina”.
Al comprar y llevar esos productos a través de las fronteras, los turistas no sólo violaban las leyes de Colombia, sino también tratados internacionales como la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que prohíbe la transferencia no autorizada de productos de tortugas marinas entre las naciones, y las leyes nacionales de los países a los que regresaron.
Hoy estiman que entre 1.800 y 2.800 artículos al año se ofrecieron a la venta durante los primeros cinco años del estudio.
También informan que el promedio de ventas por año en Cartagena llegaba a los 2.593 artículos de tortugas carey, en 14 productos diferentes. La mayoría para joyería: anillos, pulseras y utensilios de cocina como cucharones y cuchillos para mantequilla. Los collares y artículos más elaborados y costosos, solo eran ofrecidos por dos vendedores.
Los precios de estos artículos en carey oscilaron entre $9.000 pesos colombianos (3 USD) por un anillo y $30.000 (10 USD) por una cuchara de carey. También pagaban hasta 250 mil pesos (80 USD) por un collar grande y elaborado, uno de los productos más costosos que encontraron.
A partir de esos primeros resultados, también conocieron que, entre el 20 y el 37 por ciento de todos los proveedores observados ofrecieron productos a base de carey en ese quinquenio.
“Esto sugiere que la venta de productos de venta de carey se había mantenido estable en Colombia, a pesar de que las leyes nacionales e internacionales lo prohibían. Sin embargo, no hay estadísticas oficiales disponibles sobre ese tipo de comercio, a pesar del requisito de que los Estados Miembros de la Convención CITES deben presentar anualmente un informe en cumplimiento de sus obligaciones (Artículo VIII de la CITES)”, indica The Global Tortoiseshell Trade.
Karla y Cristian también tomaron datos sobre el consumo de carne de tortuga. De los 12 restaurantes locales, de comida tradicional y mariscos encuestados en la antigua ciudad amurallada, dos ofrecían carne de tortuga marina en su menú, como estofado y bistec de tortuga. Ambos restaurantes estaban en Getsemaní, donde no había artesanías de carey para la venta, pero sí una gastronomía reconocida, además de los caparazones que decoraban los restaurantes y hoteles.
Apoyo internacional
Los estudiantes poco a poco avanzaron con su proyecto hasta consolidarlo en la Fundación Tortugas del Mar. Ya constituidos entraron en su segunda fase y vieron cómo la falta de acciones a nivel institucional en Colombia para detener el tráfico de tortugas se debía en parte al desconocimiento de las leyes, de esto se desprendía su falta de cumplimiento. Igualmente, aunque supieran de la ilegalidad, no lo consideraban una prioridad.
El informe explica que en ese momento en Colombia, las prioridades de las fuerzas armadas eran atacar ferozmente el narcotráfico, y en lugares como Cartagena, la urgencia siempre ha sido garantizar la seguridad de los turistas.
“Con este panorama no muy alentador, entendimos que, si nuestra actitud era denunciar a los comerciantes o a las autoridades a sus entidades de control por no hacer su trabajo, no íbamos a avanzar en nuestro objetivo de proteger a la tortuga carey”.
En esa búsqueda iniciaron una serie de reuniones con actores públicos y privados para dar a conocer el problema. Cristian es cartagenero y sabía qué puertas tocar en la ciudad, además el acento le ayudaba a generar confianza. Karla, de Medellín, ejercía una sutil presión, explicando que, al eliminar la venta de artesanías de carey, los turistas iban a apreciar mejor la ciudad y apoyar su economía.
En ese momento les sorprendía que algunos funcionarios de varias entidades ambientales y turísticas no eran conscientes de la ilegalidad de los productos y su desconocimiento sobre las tortugas marinas.
“En su imaginación, una de las personas creía que la concha de tortuga provenía de una piedra de mar. Allí descubrimos que más allá de informar sobre la situación, teníamos que educar y sensibilizar a la gente sobre las tortugas carey en las instituciones”, explica la investigadora.
No fue fácil llegar al corazón de esas instituciones. Las entidades transferían una a la otra la responsabilidad de hacer cumplir las leyes sobre el tráfico de especies. Finalmente invitaron a la Procuraduría General de la Nación y poco a poco lograron trabajar de manera coordinada, relata Karla.
“Creamos una red en la que se encontraban diferentes departamentos de la Policía Nacional, tres entidades ambientales (dos locales y una nacional), la entidad de turismo local de Cartagena, varios secretarías de la Alcaldía Mayor de Cartagena de Indias, y de la gobernación de Bolívar”.
Como necesitaban recursos, presentaron un primer diagnóstico de la situación del comercio de tortugas de carey (2008 a 2011) en el Simposio Internacional de Tortugas Marinas-2012, en Huatulco, México.
“Allí, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) mostró interés en lo que estábamos haciendo y a finales de 2014 obtuvimos fondos del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos para el proyecto junto con esta organización. En 2014 presentamos la propuesta a El Estado Mundial de las Tortugas Marinas (SWOT), que proporcionó una pequeña subvención”.
Con las dos becas internacionales, ejecutaron estrategias en alianza con aliados nacionales y locales como estudiantes de biología de la Universidad de Cartagena, funcionarios de Parques Nacionales de Colombia, Policía Ambiental y Ecológica de Colombia – Cartagena, La Armada de Colombia, Guardia Ambiental de Colombia – Cartagena, Establecimiento Ambiental Público de Cartagena (EPA), Corporación Autónoma del Canal del Dique (Cardique) , Corporación de Turismo de Cartagena (Corpoturismo) y Alcaldía de Cartagena, entre otros.
Mientras avanzaban en su objetivo, se dio a conocer el informe del 2017, Endangered Souvenirs – Turtleshell For Sale In Latin America, en el que se reveló que Colombia fue el segundo sitio más grande para este comercio en la región, después de Nicaragua, según los datos obtenidos en dichas encuestas. Es importante mencionar que solo se evaluó Cartagena, si no sería el país con mayor tráfico para la región.
Es así como, en el mismo año, empezaron a trabajar con la organización SEE Turtles, que a la fecha promovía su propia campaña «Too Rare to wear«, para reducir la demanda de la concha de tortuga en todo el mundo.
«See Turtles, sigue siendo nuestro gran aliado desde ese momento, tanto así, que en el 2018, visitamos el proyecto e hicimos un recorrido por gran parte del Caribe colombiano, evidenciando la necesidad de continuar trabajando en equipo para frenar el tráfico de carey», indica Barrientos.
Fruto de este trabajo, comenta Cristian, ahora muchas de las tiendas, artesanos y vendedores que anteriormente comerciaban objetos de carey, han prometido no vender más estos productos.
“Hemos certificado sus tiendas con una denominación ambiental que dice: «No vendemos productos de tortuga«, que ellos exhiben con orgullo en sus locales. Esto ofrece a los viajeros una alternativa para hacer sus compras de recuerdos y ejerce presión sobre las tiendas restantes y los vendedores para dejar de ofrecer esos artículos”.
En este momento ya han certificado a 51 tiendas de artesanías sin tortugas, en la capital de Bolívar y esperan extenderlo en el resto del país. No solo en las ciudades costeras se venden carey.
No conocían a las tortugas
Los biólogos siguieron en la última fase de su proyecto, a la que llamaron Fortalecimiento de la capacidad de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley.
Realizaron talleres teórico-prácticos para la identificación de la concha de tortuga genuina frente a productos falsos (sintéticos). En estos talleres capacitaron a personal de diferentes entidades que, dependiendo de la ubicación geográfica, asumían la responsabilidad de controlar el tráfico de especies en Colombia.
Muchas de las personas entrenadas nunca habían visto una tortuga marina de manera directa. “Lo primero que hicimos fue hacer que la gente se enamorara de la tortuga con muy buenas imágenes y videos, mostrando su papel en los ecosistemas y lo que pasaría si dejaran de existir. Luego se les enseñó la cruel manera en que mueren en manos de la industria de la artesanía”, explica Karla.
También los instruyeron sobre regulaciones legales que protegen a las tortugas marinas a nivel nacional e internacional y todas las pautas que deben ser consideradas para la correcta identificación de las artesanías genuinas de concha de tortuga.
No se quedaron ahí, salieron con los funcionarios a visitar los lugares donde se comercializaba la artesanía para reforzar lo aprendido y poner a prueba sus nuevas habilidades. Entonces acompañaron a las autoridades a operativos de incautación de artesanías y otros productos de tortuga carey.
En la primera acción realizada en diciembre de 2015, contaron más de 536 piezas de concha de tortuga entre joyas y grandes utensilios de cocina.
En el último operativo realizado en julio de 2019, solo hallaron 28 piezas de este tipo de joyería.
Después de este proceso de 12 años de trabajo con artesanos y comerciantes en Cartagena, Karla considera que la campaña ha valido la pena por lo que deben continuar:
“La ciudad redujo en un 95 por ciento la venta de artesanías de carey. De un promedio de 2.900 a 3.500 productos a la venta en 2015, el número medio de productos ofrecidos en 2019 fue de 120-220 piezas. Es un gran esfuerzo, que con paciencia, dedicación y trabajo articulado se convierte en referente para Latinoamérica, de que sí es posible. Un ejemplo que es símbolo de esperanza para otros lugares de la región que buscan reducir la comercialización de tortugas marinas. Con esto, Colombia pasa a ser el país latinoamericano que más aportó para bajar el tráfico de subproductos de la tortuga carey”.
Antes de la pandemia Karla y Cristian volvieron a las cálidas calles de San Diego, Getsemaní y La Matuna, ahora en plan de capacitación a los viajeros. Les advierten sobre los riesgos legales al comprar artesanías de conchas de tortuga y los nefastos daños que trae la captura ilegal del reptil. Ellos ya no van solos, lograron trabajar con varias instituciones y funcionarios del Establecimiento Público Ambiental de Cartagena (EPA) y la Policía Ambiental.
¿QUÉ DICE LA LEY?
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Aprovechamiento ilícito de los Recursos Naturales Renovables (Artículo 328 del Código Penal Colombiano Ley 599 de 2000).
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Código Penal: Artículo 328. IIícito aprovechamiento de los recursos naturales renovables: “El que con incumplimiento de la normatividad existente se apropie, introduzca, explote, transporte, mantenga, trafique, comercie, explore, aproveche o se beneficie de los especímenes, productos o partes de los recursos fáunicos, forestales, florísticos, hidrobiológicos, biológicos o genéticas de la biodiversidad colombiana, incurrirá en prisión de cuarenta y ocho (48) a ciento ocho (108) meses y multe hasta de treinta y cinco mil (35.000) salarios mínimos legales mensuales vigentes. La pena se aumentará de una tercera parte a la mitad, cuando las especies estén categorizadas como amenazadas, en riesgo de extinción o de carácter migratorio, raras o endémicas del territorio colombiano”.
Fotografías: ©Fundación Tortugas del Mar